«Precipitación, desconsideración, prisas, azacanamiento, cualquierismo, agitación, efectismo…son formas, modernamente exageradas, no solamente de ver sin mirar, oír sin escuchar, pensar sin reflexionar, sino algo más y peor, de ver y no querer mirar, oír y no querer escuchar, pensar y no querer reflexionar»

Juan David García Bacca 

“El que no vota no come” es el mensaje que se envía a una población cuando desde hace casi una década quienes ostentan el poder nos pidieron el voto, y hoy nuestras neveras y estómagos están sin alimentos porque esa casta política empobreció a todo un país.

“El que no vota no come” es la “única promesa”, que les queda a quienes perdiendo la sindéresis, apelan a la vacuidad y el tartufismo de insólitas palabras dejando en el ambiente la sintaxis y la semántica del odio y el resentimiento.

“El que no vota no come” es el significado de estar afectado por la catarofilia cuando ese “ser” ha aniquilado con sus soflamas y acciones la vida misma de un pueblo, al cual ya no se le promete salud, educación, desarrollo económico y social, sino mendrugos para que el hambre solo pueda ser mitigada por dos o tres días.

“El que no vota no come” es la antítesis de decir “el que no trabaja no come” después de que ellos asesinaron la fuerza laboral de los trabajadores, empleados y profesionales condenándolos a devengar mensualmente “salarios y pensiones” miserables que apenas alcanzan para comprar un kilo de harina.

“El que no vota no come” es el reconocimiento de que si alguien se niega a asistir a unas seudoelecciones será colocado bajo amenaza política en una “cuarentena ahí sin comer” hasta que se concrete el final de la inanición porque esa es la voluntad y el deseo de quienes “mandan en Venezuela”.

“El que no vota no come” es la mayor pesadumbre lingüística que se haya pronunciado en nuestra historia contemporánea, porque la misma no tiene argumentación válida ni por el más encolerizado de los panegíricos que les acompañe, cuando en tan infeliz oración se desintegró cualquier concepto de lo que algunos aún llaman “revolución”.

“El que no vota no come” es la máxima de la neoesclavitud política. Es la sinonimia de aquel mensaje que en tiempos de colonialismo el dueño de esclavos sumía contra estos al decirles: “si no te arrodillas ante mí, no podrás comer”.

“El que no vota no come” es el recuerdo inhumano del Holodomor, aquel genocidio que llevó a cabo el estalinismo matando de hambre a millones de ucranianos a través de la colectivización forzada de la tierra, y en donde aquel que se no unía con ellos simplemente “no comía”.

“El que no vota no come” es la más absoluta ofensa al mensaje cristiano y religioso en aquella plena de Jesús al decir: “Tuve hambre y me disteis de comer”, porque ellos siempre han odiado y rechazado el mensaje de Dios.

“El que no vota no come” es la interpretación exacta de un gobierno fracasado cuando Gilbert Durand en Las estructuras antropológicas del imaginario afirmó: “Únicamente la inopia es realmente imperialista, totalitaria y sectaria”.

“El que no vota no come” es la revelación de un degradado discurso que José Ingenieros sintetizó en El hombre mediocre cuando dijo: “Las jornadas electorales conviértense en burdos enjuagues de mercenarios o en pugilatos de aventureros. Su justificación está a cargo de electores inocentes que van a la parodia como a una fiesta”.

“El que no vota no come” es simplemente una muy triste sentencia de que la “democracia” en Venezuela, en palabras de Nelson Mandela, se ha convertido en una “cáscara vacía”, porque “si no hay comida cuando se tiene hambre”… eso será cualquier país, una cáscara vacía, “aún si los ciudadanos votan y tienen parlamento».

 


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