La debacle socialista en Galicia, donde ya es un partido marginal y una comparsa del separatismo, no es una excepción ni un fenómeno efímero, sino la constatación de una deriva imparable cuyo responsable es Pedro Sánchez.

Puede resultar contradictorio el dictamen de que el PSOE ha desaparecido, en su versión conocida al menos en la época de Felipe González, y a la vez su actual secretario general ostenta la Presidencia del Gobierno desde 2018, con sucesivos trucos contables y legales que le hicieron presa de sus aliados y, a la vez, ajeno a los intereses nacionales.

Pero es perfectamente compatible y todas las elecciones lo vienen confirmando. Desde que Sánchez llegara al liderazgo socialista, ha sacado cuatro de los cinco peores resultados históricos de su partido; le han desalojado de siete gobiernos autonómicos y de incontables alcaldías relevantes, con la excepción de Barcelona, y gracias en exclusiva al PP, que optó por el mal menor.

En contra del dogma de que en España hay una supuesta mayoría izquierdista, tan falso como el de que cuando pierde es por la desmovilización de su electorado; la realidad es que las opciones liberales y conservadoras gozan de un mayor predicamento y, desde luego, de una coherencia superior y a salvo de improvisaciones y volantazos.

Y ante esa certeza, se podían hacer dos cosas. O mantener una propuesta alternativa sensata, progresista y patriótica, a la espera de que seduzca a los ciudadanos; o sumar artificialmente con formaciones rupturistas y antisistema para reunir una mayoría aritmética ingobernable, perjudicial y frontalmente opuesta a las obligaciones de un gobierno presentable.

Es obvio que Sánchez siempre ha elegido la segunda opción, al precio de someter a España a unas tensiones impropias y de transformar al PSOE en otro partido antisistema, alejado de los valores constitucionales y abrazado a los peores y más minoritarios proyectos de deconstrucción nacional.

Nada sorprende en un partido que, con la excepción de la Transición y el periodo comprendido entre ésta y la infeliz llegada de Zapatero, acumula un currículo de horrores, conspiraciones, agitación e inestabilidad que hoy vuelven a estar vigentes con Sánchez.

Su ausencia de autocrítica, desplazada a sus candidatos regionales con una huida hacia adelante indigna de un líder serio, confirma los peores presagios y lanza una nueva amenaza al ecosistema político. Porque si hasta ahora se ha entregado al separatismo, ahora pretende fundirse con él, como revela su mensaje de superar las marcas propias y conformar espacios de unidad netamente frentistas con la excusa de frenar a la derecha.

El PSOE ya no existe, salvo nominalmente, y se ha transformado en una coalición desesperada por la conservación del poder propio y de potenciación del ajeno en aquellos territorios donde, gracias a los socialistas, las fuerzas soberanistas crecen sin tope aparente con el único objetivo de enterrar la cohesión nacional, garante de un espacio democrático sustentado en la libertad, la seguridad y la igualdad.

Editorial publicado en el diario El Debate de España


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