Es indudable que las protestas han ganado algo de apoyo en Lima en los últimos días, especialmente de la progresía. A pesar de una breve ruptura entre la izquierda radical y el progresismo tras el golpe de Estado de Castillo, ambos sectores se han vuelto a unir tan solo un mes después. Bastó que los vándalos culpen al centralismo y al racismo de todos los males del Perú para que el progresismo se sume a las marchas y olvide por completo la demanda principal de las mismas: la restitución de Pedro Castillo. Como siempre, el progresismo actúa de furgón de cola de la izquierda radical.

De ese modo, es decir, aglutinando demandas legítimas e ilegítimas para esconder el apoyo a un golpe de Estado, la izquierda radical ha logrado recomponer el frente de tontos útiles que perdió parcialmente con el golpe de Estado de Castillo. Sin duda, hablar del racismo de Lima hacia el interior –como si Lima fuera Estocolmo– y del centralismo limeño –como si los gobiernos regionales y locales no manejaran cerca del 60% del presupuesto asignado a la inversión pública– es una manera fácil y eficiente de ganar adeptos en la prensa y academia peruana.

Mientras tanto, los peruanos de bien –especialmente en el sur– ven perjudicados sus puestos de trabajo y sus modestos negocios. Por ejemplo, el turismo receptivo todavía se encuentra al 45% de sus niveles del 2019 y con el cierre de carreteras, toma de aeropuertos y quema de negocios se reducirá incluso más. Las exportaciones también se han visto perjudicadas y registraron incluso en noviembre una caída de 19% de su valor con respecto al mismo mes del año pasado. Solo estos sectores generan cerca de 5 millones de empleos directos e indirecto que se ven afectados por la violencia.

Todo ese daño, a la progresía le da totalmente igual. Por los emprendedores, trabajadores y policías, la progresía no guarda empatía –eso de lo que tanto hablan–, sino solo indiferencia o desprecio. Priorizan su alianza con la izquierda radical, porque no conocen otra forma de llegar al poder salvo “el cuoteo”. Sus demandas son irrelevantes para la gran mayoría de peruanos y sus voceros son antipáticos y sosos. No tienen más remedio que colgarse de la izquierda más radical y conservadora, solo para luego ser traicionados como víctimas de su irresponsabilidad. Pasó con Castillo y volverá a pasar con otro.

Artículo publicado por el diario El Reporte de Perú


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