Santiago, hijo de Zebedeo, se presenta a la Asamblea Nacional de Caracas, en la oportunidad para la instalación de la misma y la designación de su presidente, quien pasaría a ejercer, sin importar la dualidad, la jefatura del Estado, extrayendo de su bolso magullado el libro Jesús, el hijo del Hombre, de Khalil Gibrán, libanés, formado en Francia.

“Señor presidente y señores diputados”, expresa Santiago, dando las gracias por habérsele permitido hablar desde la tribuna de oradores. La fuerza se ha ejercitado, algunas veces en procura de causas nobles y en otras para estatuir todo lo opuesto. Para algunos hay que captar la lógica que subyace en los fenómenos sociales (Weber), pero para mí lo definitorio somos nosotros, movidos por una intencionalidad diversa, ajena a la unidad, sustento de las causas nobles. Es ella uno de los motivos determinantes para entender la crisis de Venezuela.

He venido a ayudarles, no a ilustrarles. La pesadumbre, ante lo poco probable de salidas constitucionales consensuadas, ha generado desesperanza. Mi orden es no descartar alternativas, como la reciente deposición de Evo Morales jefaturada por el general William Kaliman, en apariencia una simple insinuación, la cual tanto por lo escueto, como por el resultado, recordará la historia suramericana. Particularmente, por creerse el demandado todo poderoso y eternamente. Los presidentes, los diputados y los jueces han de admitir que con los pueblos no se juega.

Santiago, vestido con una batola ancha de pelo de camello y un cinto en la cintura, mira fijamente a la directiva de la AN y luego a los parlamentarios de la primera fila, se acomoda el casquete de seda en su cabeza, para afirmar que desde antes de Cristo los conflictos por el dominio del poder se resolvían por las armas, como fue la rebelión que explotó entre Atenas y Esparta, la Primera Guerra del Peloponeso. Y hace apenas 50 años la denominada Guerra de los Seis Días, que transformó la geopolítica del mundo. El ejército de Israel convencido de que la única manera de que se le reconociera como la nación que es hoy, era demostrando el poder militar, pero, específicamente, la voluntad de usarlo para derrotar a Egipto, Siria y Jordania (Kenneth Stein). La gesta es “un testimonio vivo del triunfo del idealismo y de la fuerza de voluntad del ser humano” (Isaías Berlin).

¿Y a nosotros qué nos ha pasado, señor presidente y amigos diputados? La respuesta ha de ser que cuando a la Constitución se le convierte en un papel inútil, debe acudirse a la fuerza popular, asistida por la militar. Pero, también, a la inversa. Es la lógica para el ejercicio de la indignación ante los abusos de los detentadores del poder. A los soldados no se les debe denigrar, pues terminan apoyando al poderoso. No nos dejemos engañar por la expresión “golpe de Estado”, hoy vetusta.

El segundo precepto que les ordeno es admitir, de una vez por todas, que los pactos democráticos están condicionados a la metodología para “crear y criar ciudadanos”, sujetos activos y pasivos en lo que atañe al ejercicio del poder político y cada una de las actividades realizadas. Si desean llamarme “determinista”, pueden hacerlo, pero finalizarán convenciéndose de que todo proceso, incluyendo al de los pueblos que ha costado el progreso, tiene un motivo (Berlín). Bien sea genético, geográfico, religioso y económico, por lo que debe ser tarea de un poder político eficiente la readaptación humana. La democracia, la libertad y los derechos y deberes que de ellas derivan lo agradecerían. A medida, pues, de que haya más ciudadanía, el ejercicio de los gobiernos sería con certeza eficiente y sus destinatarios mejor dispuestos y cooperadores. De no ser así estaríamos en presencia de “constituciones embusteras”, como la de la república del general Kaliman, conforme a la cual “la soberanía reside en el pueblo y el Estado adopta para su gobierno la forma democrática participativa, representativa y comunitaria. En esa madreselva se guareció Evo Morales para morar en la democracia hueca, allá en Bolivia, en la nación cuyo nombre, como se cuenta, deviene de Bolívar y donde el Libertador pareciera haber pasado meses felices de su vida.

En el interesante artículo “Por qué Morales sí, por qué Maduro no”, el filósofo César Vidal cuestiona que el desenlace boliviano se repita en Venezuela –o incluso en Cuba, pues Evo no tenía el control de las fuerzas armadas, como si los Castro y Maduro. Puntualiza, también, Vidal, haber escrito, cuando Guaidó asumiera la Presidencia interina, que fracasaría, precisamente, por la falta de control castrense, pero, además, porque las varias docenas de países que le reconocieron, por un costado, daban la mano al encargado, pero por la otra pagaban a Maduro las concesiones que su gobierno les había otorgado, incluyendo a empresas de los propios Estados Unidos (Chevron, por ejemplo). Estoy de acuerdo con el teólogo, afirma Santiago. Preguntando ¿habrá aquí alguien que discrepe?

En “Días de sumisión”, reitera el profeta, el periodista Orlando Avendaño afirma que Fidel Castro, convencido de que la guerra de guerrillas, con la cual, en principio, triunfó en Cuba, había perdido vigencia, convenció a Douglas Bravo y a Alí Rodríguez Araque que la alternativa a ejecutar era penetrar a las Fuerzas Armadas y que de esa estrategia fue producto Hugo Chávez y sus efectos consecuenciales. Ha podido ser verdad, pero conjuntamente con la devaluación de la democracia y de los políticos, en los cuales dejaron de creer segmentos mayoritarios, que catapultaron al lisonjero coronel a un triunfo electoral pocas veces visto. Santiago, acomodándose la túnica, apunta nuevamente a los diputados y luego a un abundante público que comenzó a hacerse presente, desde el momento en que se percató que entraba al hemiciclo  aquel hombre tan particular, saca de su bulto el reciente libro de Mario Vargas Llosa, Tiempos recios, confirmando estar de acuerdo con el escritor peruano, por el ius naturalis, pero madrileño por el enamoramiento, conminando a los jefes de fracciones a tomar en cuenta las similitudes entre la Revolución de Octubre en Venezuela en 1945 y la que se produjo en Guatemala, la cual recibió por cierto igual nombre, resultado de que al capitán Jacobo Arbenz Guzmán se le convenció de liderar en el ejército el final a la dictadura de 13 años del general Jorge Ubico Castaneda, ya en manos del también general Federico Ponce Vaides, súbdito de aquel. La hoja de ruta fue más realista que la de los últimos meses en Venezuela, pues una junta constituida por dos militares y un civil, convocó a una Asamblea Nacional Constituyente, realizándose elecciones presidenciales y de diputados, las cuales ganó Juan José Arévalo, un distinguido maestro y pensador, con 85% de los votos derrotando al citado Ponce Vaides. El Nobel dedica pasajes a la estrategia adelantada por el coronel Francisco Javier Arana (un símil de Chávez) para deponer por la fuerza al presidente electo, en concordancia con personajes del gobierno de Estados Unidos, apreciaciones que leídas con buena imaginación conducen a recordar la ya triste frase de Donald Trump “All the options are on the table”, de una esperanza fugaz para los venezolanos sumados a la denominada “hoja de ruta”. La AN permanece silenciosa.

Amin Maalouf, destacado académico, en su excelente libro El naufragio de las civilizaciones nos trae importantes consideraciones que Dios me ha demandado compartir, también, con ustedes. El filósofo al referirse al desconsolador panorama de este siglo, a pesar de contar con los medios para librar a la especie humana de todas las catástrofes y llevarla serenamente a una era de libertad, de progreso sin tacha, de solidaridad planetaria y de opulencia compartida. No obstante, corremos a toda velocidad en dirección contraria, supuesto este último del cual no escapamos. Hace referencia a la dictadura racista, fundamentada en el “apartheid” para terminar ponderando a Nelson Mandela, cuyo gobierno hubiera sido un fracaso si no hubiese aprendido durante los 27 años de cárcel, que debía concitar con los denominados “hermanos musulmanes”. Pero ante aquella excepcionalidad que alarmó al mundo, Maalouf prosigue manifestando su angustia al preguntarse “si las tinieblas se extendieron por el mundo cuando se apagaron las luces del levante”. El profeta alza la voz y asumiendo que es un gran líder asusta a los diputados, al afirmar que es un enviado del Espíritu Santo, pero Satán mora, no solamente en sus curules. Y que a él le costó bastante sacarle el cuerpo al diablo, enterado de su noble misión. Fue un viaje más complicado que el de Colón a las Américas. Donde, por cierto, hoy moramos, llenos de dificultades, con las cuales jugamos para el adormecimiento de un pueblo, inducido a no levantar vuelo, garantía de la hoy moderna verborrea, no solamente en discursos, sino por las terribles redes sociales, a través de las cuales todo se sabe sin antes haberse enviado el mensaje. Para Asdrúbal Aguiar, inserto en el denominado “fake news”, el nuevo cobertor de la humanidad engañada.

Un Santiago sudoroso se percata de que se le ha caído el solideo, por lo que saca de su bolso un gorro con una borla colocándoselo en la cabeza. Abre y extiende los brazos y reitera: “Señor presidente, señores diputados, no puedo despedirme sin demandarles que en lugar de hoja de ruta, pidan al Señor, todos al unísono, ¿Jesús, por qué no vienes?, pues con tu poder nos convencerías de demandar la vigencia constitucional y que conversen acerca de ello con Kaliman, pero bajo las condiciones que reinaron en Guatemala a raíz del derrocamiento del general Jorge Ubico Castañeda y su súbdito, el también general, Ponce Vaides. Cómo en Venezuela en octubre de 1945. Electoralmente el pueblo decidirá quién habrá de gobernarnos y si ustedes proseguirían siendo diputados. Volveríamos a ser como antes. Por cierto, en el largo trayecto a esta Asamblea me encontré con Luis Beltrán Guerra, quien al enterarse de mi oficio me sugirió recordarles el pasaje de su libro Horacio Contreras, La ilusión de un soldado, conforme al cual la Revolución de Octubre de 1945 puso término al régimen dictatorial de Juan Vicente Gómez, y en 1958 al de Pérez Jiménez. En ambos casos se produjo la necesaria concurrencia entre pueblo y soldados. A ustedes, como representantes del pueblo, corresponde estimularla, por lo menos, más que repudiarla. Oremos para la concurrencia cívico militar, ese es el mensaje de Dios. La Presidencia del Legislativo designa a 3 diputados para que acompañen al orador en su salida, pero una turba pretende apresarlo. Santiago, “rodilla en tierra”, logra escabullírsele inspirado en la naturaleza divina del Señor, gritando: “Habéis convertido la casa de mi padre, en una de comercio”. Los parlamentarios regresan pálidos a la Asamblea, cuyo ambiente es penumbroso.

En las tribunas, sin embargo, el pueblo aplaude estruendosamente. Gritos se escuchan «¡Jesús óyenos!».

@LuisBGuerra

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