Dos de los primeros —y fundamentales— pasos que deben ser dados para impulsar cualquier dinámica de auténtico y efectivo trabajo en red, indistintamente del ámbito en el que se desee este desarrollar y de los objetivos que se pretendan lograr a partir de él, los constituyen la proactiva búsqueda y reconocimiento de los potenciales actores con los que se tendrían que establecer vínculos de cooperación para la consecución de esos propósitos, y, más importante aún, el conocimiento sobre sus ideas, competencias y recursos en cuanto elementos potencialmente sinérgicos; dos aspectos que, aunque en apariencia obvios, se pierden a menudo de vista, desaprovechándose así oportunidades de obtener buenos resultados o incluso unos mejores que los simplemente «buenos».

Si se analiza el reciente proceso que tuvo lugar en el país para el establecimiento del «pacto» en el seno de la oposición cuya incompleta materialización se anunció esta semana, queda claro que esos dos pasos lejos están de ser asuntos que deban estimarse como secundarios o prescindibles si lo que se persigue alcanzar es el consenso y el decidido compromiso de inmensas mayorías con las acciones sinérgicas requeridas para lograr, a su vez, los objetivos acordados, lo que en conjunto constituye la esencia misma del trabajo en red, de las redes en general.

Cuando una red es amplia, los vínculos entre sus actores fuertes y su acción efectiva, sobre todo en el contexto de una lucha como la de los venezolanos por su libertad —verbigracia, la que se estableció en Yugoslavia y consiguió acabar con el sangriento régimen de Milosevic—, no es en ella el «qué» algo difuso y suministrado con cuentagotas a «copartícipes» sumidos en la desconfianza y la incertidumbre, ni el «cómo» una densa e impenetrable bruma que, con la excusa de la salvaguardia del necesario —sí— factor «sorpresa», mantenga en la oscuridad a quienes se pretende que en tal estado contribuyan con éxito a la recuperación de esa libertad cual peones autómatas en un mecanizado juego de ajedrez. Por el contrario, la estrategia y las acciones se definen en una red de tales características sin ningún tipo de ambigüedad —y entre todos—, más allá de que aspectos sensibles, como por ejemplo las características operativas de una puntual intervención de fuerzas externas, deban ser tratados con reserva por los miembros de la instancia coordinadora.

La consideración de esto en el aquí y ahora venezolano cobra particular relevancia, máxime porque lo único claro en este instante es que no existe verdadera claridad en tal instancia, ni en el resto de la nación, acerca de lo sustantivamente general de una ruta que ya debería haberse revisado —con sinceridad y grandeza de espíritu—, ajustado y asumido por la mayoría ciudadana del país; algo para lo que es clave un buen liderazgo, que es, por desgracia, una de las cosas que hoy no existe en Venezuela —por supuesto, para que no se me malentienda, cabe añadir del modo más coloquial y diáfano posible que Guaidó, con toda su cortedad, es lo que hay justo ahora y es junto con él, en calidad de nuestro provisional representante que el mundo aceptó, que debemos bregar en esta aciaga hora—.

De cualquier manera, es propicio lo ocurrido con el proceso de establecimiento del Pacto «unitario» —así, en minúsculas y entre comillas— para que se termine de entender que si a esta lucha no se dejan de anteponer mezquinos intereses y no se promueve una unidad desde la participación —no desde la infructuosa imposición por exclusión—, será imposible definir una ruta que sí nos movilice a todos los que anhelamos la recuperación de nuestra libertad y no únicamente a un sector. Y si bien es cierto, como en efecto lo es, que solos no podemos, lo es todavía más el que solos seguiremos mientras nosotros mismos, como miembros de una misma nación, no nos acompañemos y respaldemos los unos a los otros; y esto, en el marco de una sociedad compuesta por millones de individuos, difícilmente se puede lograr sin un liderazgo efectivo que funja de puente entre ellos.

Para finalizar, me tomaré la licencia de referir una circunstancia que me involucra directamente a fin de ilustrar la importancia de la integración de todos los actores en la tarea de construcción de una fuerza que sí sea capaz de sumar el apoyo de una externa, que nos ayude a hacer lo que sabemos que nosotros, los venezolanos, tenemos que hacer para recobrar nuestra libertad, por hacer ella patente el hecho de que existen más coincidencias entre nuestras visiones de las que imaginamos. Una circunstancia que tiene que ver con una de las propuestas que hice en un artículo publicado en este mismo diario el pasado 21 de agosto, un día después de que Guaidó convocase a proponer ideas para la definición de una «nueva» ruta de lucha, a saber, la solicitud de «la pronta conformación y actuación de tal fuerza de paz» internacional, «pero ahora mediante un petitorio formal que sea refrendado por el pueblo en un acto en el que deberá desempeñar un rol central la creatividad por la esperada reacción del régimen».

Al plantear esto no supuse que otros también lo estuviesen contemplando, pero entre lo poco que se ha dado a conocer del mencionado pacto en las últimas horas destaca, como parte de los puntos centrales, una muy similar propuesta de la Alianza Nacional Constituyente Originaria, que cuenta entre sus promotores a la doctora Blanca Rosa Mármol de León, una de las más calificadas juristas de Venezuela.

Ante circunstancias así no puede uno dejar de preguntarse cuántas otras ideas, sobre las que existen iguales o mayores coincidencias sin que lo sepamos, permanecen fuera del radar de los principales responsables de la toma de decisiones orientadas al logro de la recuperación de la libertad por su incapacidad para reconocer y conocer, en los términos señalados al principio, y para oír e integrar; pregunta relevante y pertinente por estribar en tales coincidencias aquello que podría ser fuente de esa unidad que es todavía una tarea pendiente en el país.

@MiguelCardozoM


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