El 27 de octubre fue un día lúgubre para la democracia colombiana. Ante la indolencia de la mayoría de los políticos, el socialismo del siglo XXI dio su primer zarpazo en su estrategia de la toma del poder por la vía electoral, como lo establece su cartilla y lo hizo en una buena parte de los países del continente. Colombia se había salvado por la tenaz ofensiva antinarcoterrorista de Uribe. Pero sus equivocadas decisiones respecto a sus sucesores ha permitido esta calamitosa situación en la que se encuentra el país.

Estamos a un paso de que se implemente la estrategia narcocomunista de llegar al poder por la vía electoral, ya la dictadura del farcsantissmo se instauró con el desconocimiento del plebiscito de 2016 y la incorporación del acuerdo de entrega del país a las FARC al bloque de constitucionalidad. Ya tiene cooptada la mayoría de las instituciones del Estado, como lo estipulan los cánones del marxismo cultural, el Congreso y las Cortes están doblegadas al farcsantismo y el Ejecutivo se somete a esa dictadura, al incumplir la promesa electoral de modificar el acuerdo, para impedir la impunidad, elegibilidad y continuación de los negocios ilícitos del narcoterrorismo. Pero le faltaba la legitimidad electoral, esta le ha sido dada en una primera cuota con el irrefutable triunfo de los partidos del FSP en las elecciones locales y regionales del domingo.

Los culpables están plenamente identificados: en primer lugar, el presidente Duque, con su política de sumisión al farcsantismo. Es inconcebible que Duque no haya utilizado los múltiples mecanismos de defensa de la democracia para evitar que el farcsantismo se impusiera en su estrategia de establecer la dictadura del narcoterrorismo. Está gobernando con el farcsantismo, como lo prueba que su consejero político sea la mano derecha de la ministra Parody en su empeño de imponer la ideología de género en los colegios; el vicecanciller fue el perseguidor de Uribe en las cárceles, comprando testigos falsos contra él bajo el nefasto mandato del fiscal Montealegre; el embajador de Australia es el general que impuso la arrodillada de las FFMM ante los criminales de lesa humanidad de las FARC, y la mayoría de los embajadores son fieles al farcsantismo y no hacen nada por defender al gobierno de Duque, como lo demuestra la denuncia del coordinador del CD en España; la mayoría de los funcionarios nacionales en las regiones obedecen al farcsantismo, pues salvo en el DPS se mantuvo intacta en todo el país la burocracia del gobierno de Santos en manos de la U, los Liberales y Cambio Radical, esta estructura jugó a favorecer al farcsantismo en las pasadas elecciones, como lo demuestra la abultada cifra de denuncias de participación de funcionarios en la campaña.

Pero peor aún, Duque no se ha limitado a acatar la dictadura del farcsantismo, sino que ha propiciado iniciativas del socialismo del siglo XXI para promocionarse, como lo ejemplifica el apoyo a la consulta anticorrupción que fue una estrategia de promoción de Claudia López, pues era inefectiva e innecesaria, puesto que la legislación actual ya incorpora las medidas propuestas, además en un “stricto sensu” la iniciativa fue desaprobada por el pueblo, por lo tanto la parafernalia de Duque y el combo de partidos que se dejó avasallar por esta estrategia, no sirvió sino para encumbrar la figura de Claudia con la falsa imagen de un adalid de la anticorrupción, cuando hay numerosos colaboradores de ella incursos en delito de narcotráfico y corrupción y ella misma fue sancionada en su paso por la Alcaldía de Bogotá por ese delito.

Todo esto tuvo un pagador: el Centro Democrático, el descontento de su electorado con el incumplimiento de Duque a sus promesas con respecto al narcoterrorismo, su actitud débil y timorata y su discurso “progresista” desanimó las huestes del CD a salir a votar por sus candidatos.

Obviamente el CD tiene su buena parte de culpa: no tiene una estructura organizada, no ha hecho esfuerzos en la formación de su militancia y en la creación de un centro de pensamiento del partido y cometió errores garrafales en el proceso de selección de sus candidatos.

Estamos pues en una coyuntura trascendental: o el gobierno Duque rectifica y se aboca a cumplir en cuanto a narcoterrorismo se refiere su programa de gobierno ( en el resto de áreas su acción es impecable, sobre todo en economía) o el partido CD debe tomar una actitud responsable al respecto, no apoyando las iniciativas u omisiones del gobierno favorecedoras del farcsantismo, Duque con este tiene amplia mayoría en el Congreso.

En gobernaciones, las alianzas de “partidos” que en realidad fueron paraguas de los clanes corruptos regionales mantuvieron su poder. Pero en las alcaldías de las grandes ciudades el socialismo del siglo XXI se impuso: Bogotá, Medellín, Cali, Bucaramanga, Cúcuta, Santa Marta, Manizales, Popayán y Villavicencio serán gobernadas por el farcsantismo. Es decir, que los resultados arrojan una pesadilla: a nivel regional el poder estará en mafias familiares y a nivel local por el socialismo del siglo XXI. Esto no augura sino caos y anarquía.

Es hora pues de hacer correcciones fundamentales, se debe eliminar el miedo a dar una lucha ideológica en todos los frentes, el gobierno debe rectificar su política en beneficio del farcsantismo, se debe conformar una gran coalición anticastrochavismo, con un solo programa, unos candidatos y listas únicas entre el CD, el Partido Conservador y partidos evangélicos.

Esto es una autocrítica con el único objeto de que se rectifique, reitero mi fidelidad al partido CD, considero que Duque es una gran persona pero equivocada en su empeño de lograr una gran coalición nacional con gente que solo quiere destrozar el país con el fin de implantar el socialismo del siglo XXI. No podemos permitir que Colombia se convierta en una segunda Venezuela, todavía hay tiempo para impedirlo, pero se debe actuar con firmeza y valor. Al presidente Uribe, no hay sino que agradecerle esa heroica acción permanente en la lucha por defender la democracia colombiana, es un estadista de talla continental y un Gran Colombiano. En conclusión, a reconocer los errores, a rectificar y a trabajar con denuedo en defensa de democracia, sí se puede.


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