La historia ha registrado que la institución sueca del Premio Nobel [menciones «Literatura» y «Paz», por ejemplo] suele acompasar pujas financieras relacionadas con las fenomenologías globales del espectáculo, drogas, política e instauración de regímenes de corte totalitario. En el siglo XX nunca se supo quiénes decidieron que Albert Camus (1957), Pablo Neruda (1971), Gabriel García Márquez (1982), Octavio Paz (1990) y Mario Vargas Llosa (2010) debían ser laureados. En el XXI, ninguno conocerá el nombre del padrino que tuvo en Estocolmo Bob Dylan para ser elegible (2016).

La Academia Sueca no revelará por qué Henry Miller, Carlos Fuentes, Guillermo Cabrera Infante, Rómulo Gallegos, Miguel Otero Silva, Juan Liscano, Eduardo Galeano, Ernesto Sábato, Jorge Luis Borges o Ricardo Arenas, entre tantos sobresalientes, no recibieron el prestigioso galardón que ansió la mayoría de sesudos del mundo.  Y anhelan los vivos, con talento o mediocres, lo cual no tiene pertinencia para los anónimos jurados.

Juan Manuel Santos recibió el Premio Nobel de la Paz (2016) bajo el pretexto de haber sido activista a favor del cese de la violencia guerrillera en Colombia, iniciada posterior al asesinato de Jorge Eliécer Gaitán (1948) quien, ese día, en su agenda de trabajo político, tenía pautada una reunión con Fidel Castro Ruz y Rómulo Betancourt. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia [FARC] iniciaron hostilidades en el año 1964.

La notoriedad de Albert Camus se debió, aparte de sus magníficos libros, al hecho de haber apoyado la independencia de Argelia dominada económicamente por una casta francesa de oligarcas y explotadores [luego de la II Guerra Mundial]. El año 1945 deploró el hambre que padecían los argelinos. El filósofo fue hijo de colonos franceses y adhirió al ideal independentista. Su acercamiento, amistad y ruptura con el también notable hacedor Jean Paul Sartre (despreció el «Nobel de Literatura», 1964) se debió al rechazo del autor de  El Extranjero a los escritores y artistas que, en Francia, exigían la aplicación de la pena capital a quienes fueron colaboracionistas de los nazis en tiempos de ocupación alemana de Europa. Poco se ha difundido sobre las actitudes contradictorias y deleznables de Sartre en materia política, cuyo libro La Náusea leí muy joven. El parisino no enfrentó la ocupación y convivió -sin problemas- con los genocidas. Años después, expresó simpatías hacia el castrocomunismo, lo cual señaló el camino a los novelistas latinoamericanos que lo admiraban, Entre ellos [supra],  algunos fueron distinguidos por la Academia Sueca: fundada en Estocolmo, 1786 por el Rey Gustavo III. En su testamento, firmado en 1895, Alfred Nobel donó su fortuna para el reconocimiento de hombres de letras, físicos, químicos, fisiólogos, médicos y opositores de las guerras o violencia entre naciones que intentan dominarse.

Más próximo a nuestro tiempo, destaco que Bob Dylan, quien inició su carrera musical como cantautor con letras que son monsergas de protestas, para agradar a inconformes y proclives a endiosar el consumo de estupefacientes, o confrontar valores del establishment, alcanzó fama al convertirse en proveedor de marihuana y otras sustancias psicotrópicas al venerado grupo musical británico The Beatles (Nueva York, Estados Unidos, 1964). Si la Academia Sueca quiso con Dylan honrar el protagonismo de las generaciones que abominaron las guerras emprendidas por Norteamérica, en Vietnam o Corea, cuyos cantantes de blues y rock enriquecieron la industria del espectáculo anglosajón, pudo hacerlo, desde hace mucho tiempo, con solo crear la «Mención Música» para reconocer, universalmente, el talento musical. Lo habrían merecido John Lennon, Paul Maccartney, Elvis Presley, Pavaroti, Vicente Fernández, José Luis Rodríguez, Juan Manuel Serrat y otros adorados en distintos países.

Cierto que las corrientes pro totalitarismo político-castrense [no exentos el paramilitarismo que comporta guerrillas como la colombiana, palestina, Estado Islámico o talibán, cuya beligerancia se debe a equivocados y cómplices de doctrinas esclavistas y pro dopaje masivo de poblaciones] tienen un vínculo profundo con la discrecionalidad del otorgamiento de los premios nobeles de «Literatura» y «Paz».

No reprocho que la institucionalidad del Premio Nobel esté desacreditada, lo cual es indiscutible y carece de trascendencia por ser farandulera. Solo investigo, reflexiono y pronuncio. Soy un escritor-pensador al cual incomoda observar las atrocidades, injusticias y desaciertos de la humanidad. Desde mi punto de vista y razón suficiente, solo atestiguo sucesos que asombraron durante el siglo XX y alertan nuestros sentidos en el curso del XXI.

@jurescritor


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