La trigésimo segunda entrega anual de premios Ig Nobel se realizó el pasado 15 de septiembre. Como siempre, hubo 10 galardonados y en esta oportunidad en las áreas de Cardiología aplicada, Literatura, Biología, Medicina, Ingeniería, Historia del Arte, Física, Paz, Economía e Ingeniería de Seguridad.

Los premios son entregados por la revista Annals of Improbable Research y reciben, cada uno, un billete de 10 trillones de dólares de Zimbabue, una moneda desaparecida en 2015 y cuyo valor, hoy en día, no superaría los 30 céntimos de dólar. Si la Venezuela «arreglada» continúa con este curso exitoso que lleva, no resulta descabellado pronosticar que el premio bien pudiera ser pagado en bolívares digitales.

De acuerdo con Yves Gingras y Lionel Vécrin, los premios Ig Nobel son una parodia estadounidense del Premio Nobel («Les prix IG-Nobel», Actes de la recherche en sciences sociales, Nº. 141-142, 2002, pp. 66-71, en dialnet.unirioja.es). El caso es que con los premios, pero fundamentalmente con la sátira involucrada, se denuncia y resalta, pero en debida forma, aquello que se aparta de los cánones de la ciencia.

Los premios se entregan religiosamente en septiembre de cada año, en una ceremonia de gala en el Teatro Sanders de la Universidad de Harvard, los espectadores curiosos y excéntricos, ven a los nuevos ganadores dar un paso adelante para aceptar sus premios. Estos les son entregados por premios Nobel genuinos o personalidades relevantes de la ciencia.

En este artículo comentaré el premio Ig Nobel de Literatura, mismo que fue otorgado a un trabajo sobre los «contratos legales indescifrables». El trabajo premiado se tituló «Mala redacción y conceptos no-especializados, impulsan la dificultad de entendimiento en el lenguaje jurídico (Poor writing, not specialized concepts, drives processing difficulty in legal language) y quizá una de las razones por la que se le entrega el premio –irónica por demás– es porque el trabajo también está redactado en un lenguaje que resulta muy difícil de entender para los legos. Sus autores fueron Eric Martínez, Francis Mollica y Edward Gibson.

El trabajo, en mi juicio, es importante porque, por ejemplo, los contratos recogen acuerdos y obligaciones sobre los que se fundamenta la conducta posterior de las partes y estas partes suelen ser, por lo común, legos en materia jurídica.

El trabajo en cuestión tiene 7 páginas y su «abstract» ―o resumen― contiene lo que tenemos que saber al respecto. A continuación, mi traducción libre ―y digerida―del resumen.

A pesar de su presencia cada vez mayor en la vida cotidiana, los contratos siguen siendo notoriamente inaccesibles para los legos. ¿Por qué? Bueno, un análisis de corpus (n ≈ 10 millones de palabras o 33.000 hojas tamaño carta) reveló que los contratos contienen altas proporciones de características lingüísticas difíciles de procesar.

Prosigue el abstract: Dos experimentos (N = 184) revelaron además que los textos que contenían las características mencionadas resultaban recordados y comprendidos a tasas más bajas que los extractos sin esas características, incluso para los lectores experimentados.

Finaliza el abstract: Estos hallazgos tienen tres consecuencias: (a) debilitan el argumento de conceptos especializados de la teoría jurídica, según el cual el derecho es un sistema construido sobre el conocimiento experto de conceptos técnicos; (b) sugieren que tales dificultades de procesamiento se deben, en gran medida, a la mala y deficiente redacción; y (c) sugieren que mejorar las características problemáticas de los textos legales sería beneficioso para la sociedad en general.

Resumiendo todavía más para ustedes y según las propias afirmaciones del trabajo –que no mías- ganador del Ig Nobel: se trata de textos mal escritos que ni se entienden, ni se recuerdan. Por si es el caso y se atreven a «echarle un ojito” para conocer de primera mano sus detalles, el premiado trabajo de Eric Martínez, Francis Mollica y Edward Gibson lo pueden ubicar en este vínculo.

Es precisamente en el anterior marco que me propongo a analizar la lecturabilidad de la Licencia General No. 41 (GL41), emitida por la OFAC con fecha 26 de noviembre de 2022. La compararé en lecturabilidad –que no en contenido- con la  Licencia General No. 8A (GL8A), fechada el 6 de junio de 2019. En ambas licencias está involucrada Chevron Corporation.

También en inglés y como texto de control, utilizaré las primeras 699 palabras del capítulo 2 del libro Harry Potter and the Sorcere’s Stone (Harry Potter y la piedra filosofal) de J.K. Rowling, su novela debut de 1997.

Y bien, ¿qué es lecturabilidad? Una definición es la de Edgar Dale y Jeanne Chall (1949): “La suma total (incluidas todas las interacciones) de todos los elementos dentro de una determinada pieza de material impreso que afectan el éxito que tiene un grupo de lectores con la pieza. El éxito reside en que los lectores entienden la pieza de material impreso, laleen a una velocidad óptima y la encuentran interesante”.

Al respecto les informo también que la lecturabilidad tiene detrás, un marco teórico que permite incluso cuantificarla y de hecho Word, de la suite Microsoft Office, lo hace. Por supuesto, el concepto tiene sus críticos acérrimos, pero eso puede ser tema de algún otro artículo. Para mayor información sobre lecturabilidad, pueden revisar mi artículo para El Nacional del pasado 4 de marzo titulado «Los inicios de la lecturabilidad«.

El caso es que apliqué el denominado «Puntaje de facilidad de lectura de Flesch» (Flesch Reading Ease Score) a los tres textos mencionados y obtuve un puntaje de 42,0 para la GL8A con la calificación de“difícil de leer”. Por su parte la GL41 obtuvo una puntuación de 26,1 con la calificación“muy difícil de leer”. Finalmente, el texto de control mencionado de Harry Potter, obtuvo una nota de 82,3 con el calificativo de “fácil de leer”. La escala para los cuantificados clasifica como textos difíciles de leer aquellos que obtienen nota de 30 a 49 y como confusos y muy difíciles de leer aquellos con nota de 0 a 29. Los textos que obtienen nota de 80 a 89 son clasificados como fáciles de leer.

A fin de que ustedes lo puedan corroborar de manera indirecta, Wikipedia reporta que Leah Borovoi, de Infinity Labs, ha calculado el Flesch Reading Ease Score para los siete libros de Harry Potter que se encuentran en el sitio web de Glozman (glozman.com). El puntaje más alto, 81,32, fue para Harry Potter y la piedra filosofal (mi texto de control) y el puntaje más bajo, 65,88 (texto estándar o normal, último escalón del fácil de leer), fue para Harry Potter y la Orden del Fénix. Tal como puede observarse, la menor puntuación de un libro de J.K. Rowling (65,88) es todavía mayor –y mejor– que la de la GL8A (42,0) y la GL41 (26,1).

Quizá estos resultados explican, por una parte, el alcance y éxito de J.K. Rowling y por la otra, el lio y la confusión que ocasionó en nuestro país el texto de la GL41: adicionalmente a tratarse de un texto en inglés, resulta muy difícil de leer.

Por cierto, este artículo que ustedes acaban de leer, resultó de “normal” a “bastante fácil de leer” en cuatro escalas, a saber: Fernández Huerta, Gutiérrez, Szigriszt-Pazos e INFLESZ.

 


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