Pedro Sánchez | GETTY IMAGES

El espectáculo ha sido lamentable, nos hemos visto obligados a asistir a un ejercicio de soberbia y narcisismo inusitado en nuestra historia parlamentaria, pero se nos avecina algo peor. Lo que estamos viviendo no es una pesadilla, es nuestra triste realidad, la conclusión de un tiempo histórico que se inició con la transición a la democracia y el esfuerzo colectivo por superar la Guerra Civil y el Franquismo y que finaliza en este esperpento populista y bolivariano.

Una amiga, además de colega, me comentaba recientemente que había tenido que escuchar en Bruselas, durante un acto oficial, que España se había convertido en un «estado no alineado». Entiéndase no como una referencia al movimiento surgido décadas atrás en Bandung, sino al constatable hecho de que las posiciones de nuestro gobierno distan de las mayoritarias tanto en la Alianza Atlántica como en la Unión Europea. Desde hace ya algún tiempo venimos haciendo referencia a que España se ha convertido en un problema para sus aliados. Si alguien tenía duda el numerito representado por Pedro Sánchez se la despejará. El gobierno español afronta con decisión una «regeneración democrática» dirigida a acabar con la democracia. No hay nada nuevo. Hace ya años George Orwell nos explicó el concepto «neolengua», característico del totalitarismo, por el que se presume de lo que se reniega.

Aunque los españoles tenemos la tendencia a pensar que nuestra historia es única, la realidad es que, antes como ahora, se dan en nuestra sociedad los mismos fenómenos que en nuestro entorno. La democracia está en crisis en Occidente. Allá donde miremos encontraremos expresiones de idearios autoritarios o totalitarios. Ahora ya tenemos una declaración oficial por parte de nuestro presidente de su intención de «regenerarnos». Nos sumamos así al conjunto de estados iliberales que tratan de replantear los principios sobre los que construimos el marco institucional, nacional e internacional, que nos ha garantizado libertad y bienestar.

La agenda europea que se debatirá en la campaña electoral para renovar el Parlamento Europeo tiene ante sí retos bien conocidos: Revolución Digital, ampliación, emigración e integración, relaciones trasatlánticas, seguridad y defensa… Sin duda temas de gran importancia cuya resolución tendrá efectos trascendentes sobre las siguientes generaciones. Sin embargo, el más importante es el relativo a la pervivencia y adaptación de la democracia, pues hace referencia a los pilares sobre los que hemos levantado nuestros sistemas políticos e instituciones internacionales. Lo que aprendimos tras vivir guerras civiles y mundiales es que sólo superando el nacionalismo y la cuestión social podríamos establecer un marco para la convivencia fundamentado en la democracia. El respeto a la libertad individual y la seguridad jurídica son intrínsecos a ella. Desde el momento en el que se cuestionan se ponen las bases para la confrontación y el guerracivilismo. Frente al diálogo y la convivencia se erigen muros.

Es evidente que tenemos lo que merecemos, pues nosotros hemos elegido libremente a nuestros representantes. Hagámonos pues a la idea de que estas aventuras bolivarianas tendrán un precio que pagaremos entre todos. Nos estamos descolgando de nuestros aliados para acercarnos al Grupo de Puebla, a China, a Irán y a sus aliados. Es verdad, no somos los únicos en Europa. Nadie nos ha obligado a avanzar por la senda del autorita-rismo, no vale pues sorprenderse luego de las consecuencias políticas, diplomáticas y económicas que acabará provocando.

Artículo publicado en el diario El Debate de España


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