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“Y qué decir del manager, audaz y decidido, que no me recibió, que siempre estaba reunido. Hoy moviendo la cola se acercó como un perro, a pedir que le diéramos vela en este entierro y yo le dije no. “. (Joaquín Sabina).

Finalizado ya el período estival, es hora de volver a la realidad. Es cierto que, después de muchos veranos, considero que la vida es más real cuando estás de vacaciones, sin los condicionamientos que, de un modo u otro impone la rutina y el trabajo; sin la servidumbre a horarios y obligaciones en la que, generalmente, estamos atrapados.

Les voy a confesar una cosa. No me gusta mi trabajo. Raro, ¿verdad? A casi nadie le pasa. Aunque cuando me refiero a mi trabajo, me refiero más bien a una parte de mi vida que espero dar por amortizada a la mayor brevedad, dejando espacio para lo que de verdad me gusta, que es esto que estoy haciendo en este momento. Y no deja de resultar llamativo, si lo miramos con la lente del pragmatismo, que las actividades que no generan beneficio económico no sean, en la mayoría de los casos, consideradas trabajo, sino que suelen ser degradadas a las categorías inferiores de aficiones u obligaciones.

Por poner un ejemplo sencillo, que nos ocurre a casi todos, salvo a ciertas élites que, sin duda, tocan el cielo, una de las frases habituales de mi mujer, algunos años atrás, cuando nos íbamos de vacaciones era “total, yo lo que hago es cambiar una cocina por otra”.

La frasecita está afilada como una cuchilla de afeitar. Puedes cortarte con su sarcasmo. Es cierto que cuando te mueves con tres chavales, que comen como si tuvieran que acumular energía ante una posible catástrofe nuclear y manchan tres camisetas diarias porque van a la playa, juegan al futbol y salen de noche, que digo yo que salir de noche, no; pero jugar al futbol puedes con la misma camiseta que has llevado a la playa, pues la verdad es que trabajas como un hombre de color, a sea, como un negro, no se me ofenda nadie. Pues esto no es considerado tampoco un trabajo, para hacer honor a la verdad. Si, queda muy bien lo de ama de casa, pero en realidad es un formulismo. Un “¿tu mujer a que se dedica?”. “Es ama de casa”, por más que haya amas de casa que no tocan una plancha ni una sartén en su puñetera vida. O al revés, amos de casa, que hoy por hoy también se da bastante. Es un formulismo para no contestar “a mi marido lo mantengo yo, porque yo lo valgo y porque me sale de tal parte”.

Pues esto de la escritura, del periodismo, de la misma manera. Este verano, todo hay que decirlo, ha sido muy literario. Hay que decir que yo veraneo en una localidad pequeña, casi familiar; Y como quiera que he dedicado varios artículos a la vida ociosa en tal lugar, se ha corrido la voz, de tal manera que yo este verano he sido “el escritor”. Me encontraba con una amiga, por ejemplo, que estaba con un grupo de gente que o bien por falta de criterio o bien por exceso de tiempo libre habían leído mis artículos e inmediatamente, presa de la euforia, decía “venid que os voy a presentar al escritor. Es amigo mío”. Y se producía un momento mágico en el que yo era Vargas Llosa y los demás mis lectores, encantados y displicentes.

Esto está bien. La gente te mira con cierta distancia, como si en realidad fueras digno de tal cosa, hasta que das con alguno que animado por la cercanía, te acaba peguntando “Oye, y a ti, ¿Cuánto te pagan por esto?”. Lo primero que te viene a la cabeza es contestarle “¿y a ti que coño te importa?”, pero hay muchas formas de no contestar. Si no, que se lo digan a Pedro Sánchez en las sesiones de control al gobierno. En realidad, lo que está preguntando, el muy cabroncete, es si tu esto lo haces profesionalmente o por afición, como si el mero hecho de cobrar te convirtiese en escritor, mientras que si no cobras, eres “uno que escribe”.

Ya saben; yo, que soy muy aficionado a uno de los más grandes filósofos que ha dado nuestro país, Joaquín Sabina, recordaba en algunas ocasiones su canción “El joven aprendiz de pintor”. “El joven aprendiz de pintor, que ayer mismo, juraba que mis cuadros eran su catecismo, hoy como ve que el público empieza a hacerme caso, ya no dice que pinto tan bien como Picasso. En cambio la vecina, que jamás saludaba, cada vez que el azar o el ascensor nos juntaban, vino ayer a decirme que mi última novela, le excita más que todo Camilo José Cela”.

En mi opinión, el arte está remunerado porque hay que comer, indudablemente. Si te puedes hacer rico, como tantos, pues mucho mejor. Y yo tengo la creencia y la costumbre de incluir la literatura en el arte, como tantas otras cosas bellas destinadas a despertar los sentimientos y hacer este mundo más rico e interesante. Por lo tanto, para mí un pintor es un pintor, independientemente de si vive o no de su pintura. Un músico es un músico, tanto si rentabiliza su arte como si no. Todo lo demás, es mercantilismo y se encuentra en manos de aquellos que saben hacer negocio con lo bello, con lo triste y con lo atroz, que de todo hay. Hasta con la muerte se hace negocio. Sobre todo con la muerte, diría yo.

Así que yo soy escritor. Es más, soy periodista y a mucha honra, y si esto me permite pagarme las cañas, pues satisfecho, pero si no es así, yo ofrezco al mundo aquello que sé hacer. Si se disfruta y se valora, feliz. Tengo otros medios para pagar las facturas.

Esto no es óbice para que el talento, en la medida que produce pingües beneficios para los intermediarios, haya que pagarlo. Todas las cosas bellas y valiosas tienen su precio. El orgullo y el reconocimiento no pagan las hipotecas, de momento.

¿Cuál es el precio de la felicidad?

@elvillano1970

 

 


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