El populismo en Venezuela se encarnó en la figura de Hugo Chávez como consecuencia del “Caracazo”. Un líder carismático que consiguió reunir y proyectar las necesidades del pueblo venezolano en y desde su propia persona.

Las voluntades del “pueblo” son relativas, diversas, difusas, ambiguas, efímeras, cambiantes, contradictorias, entre otras tantas. La democracia, significa el poder del pueblo. Pero surge un problema dicotómico el cual somos incapaces de resolver. Si la democracia sin representación, es decir la directa, es realmente democracia; o si por el contrario, la real es aquella que se lleva a cabo mediante el concepto de representación en los parlamentos, es decir la democracia liberal representativa. Tanto es así, que el populismo en Venezuela en la década de los noventa no escapa a tal problemática. En ambos casos la democracia puede derivar, o en una eficiente democracia poliárquica que a bien se representen las diferentes voluntades del pueblo, o en un régimen autoritario populista bajo la apariencia de la democracia.

¿Pero, por qué ocurre esto? Veamos. El problema tiene que ver en cómo se distribuyen y organizan las voluntades del pueblo. Aquellas tan dispares. Por eso, todas ellas se encarnan en un líder carismático y casi siempre demagogo. Pero claro, ¿cómo va a encarnar tal líder la voluntad de -en este caso- millones de personas? Lo que ocurre es que el líder -Hugo Chávez en este caso- influye y proyecta su propia voluntad al pueblo. Luego también tenemos el caso de las democracias representativas. Aquí el problema que puede ocurrir, es que los representantes dejen de representar el pueblo. Que la democracia representativa se convierta en una oligarquía donde los diputados y senadores solo miren por sus propios intereses y/o por los intereses de una minoría. Un sentimiento muy presente en el “Caracazo”. Aunque este caso, es a nuestro juicio, como mejor se pueden canalizar todas y cada una de las voluntades del pueblo. Como diría Alain Touraine: “No hay democracia que no sea liberal”.

Pero esto no quiere decir que no existan fallas al respecto. Es lo que ocurrió con el “Caracazo”, unas voluntades que no estaban representadas por los representantes del “pueblo”, de los representados. Por ello, se sembró el caldo de cultivo para el florecimiento en la vida política del comandante Hugo Chávez, el de “exprópiese”. Pero la mencionada y reivindicada expropiación no era una necesidad y exigencia aleatoria. Los populismos establecen una divisoria entre pueblo virtuoso/élite corrupta. Por eso, la élite solo puede estar corrupta en momentos de crisis. ¿Qué más da si la élite está corrupta o no en época de bonanza cuando a todos nos va bien? Eso da igual. Ahora bien, cuando existe un sentimiento más o menos generalizado de injusticia, sea de la índole que sea, estamos ante otro cantar. Es aquí cuando la élite está violando los derechos y abusando de un pueblo virtuoso. Es decir, los populismos solo pueden aparecer, o mejor dicho, ser exitosos, en momentos de crisis.

Para comprender el populismo hay que atender con especial atención al contexto en torno al cual se produce. También a la cultura política, a la idiosincrasia del sistema político dentro de un Estado dado. En todo el globo suramericano conquistado y colonizado por la Monarquía Hispánica siglos atrás, existía una cultura política que, derivado de la inestabilidad político-social tanto de la era hispánica como después de las independencias de la primera mitad del XIX, había de tenerse en cuenta conceptos tales como: el caudillismo, el personalismo, la débil democratización y el legado autoritario, el individualismo, el elitismo, el cuartelazo, el corporativismo y el continuismo, entre otros.

Porque, a pesar del elenco conceptual descrito, todos ellos tienen un denominador común, y es el haber sido parte de un gran imperio como es el español, mientras la región no había sido capaz, no pudo, o no supo adaptarse a las ideas liberales de sus vecinos del norte y por tanto, no ser capaz de formar una independencia nacional y económica apta para todas y cada una de las naciones conformadas una vez Napoleón puso en jaque a Europa.

El Caracazo tuvo lugar el mismo año del derribamiento de Muro de Berlín. Qué curioso. El mismo año en el que prácticamente la Guerra Fría llegaba a su fin. El mismo año en el que la economía neoliberal se erigía como estandarte supremo de la cultura económica a nivel mundial. Y es que como sabemos, América Latina fue un escenario de lucha de poder donde tanto Estados Unidos como la Unión Soviética intentaban condicionar políticamente a los Estados latinoamericanos para llevar a cabo una lucha indirecta que entre las dos superpotencias no podían ni debían librar directamente. Véase, por ejemplo, los casos de Chile y Cuba, entre otros.

En América Latina, y por supuesto también en Venezuela, existen 2 o 3 olas de populismo -según los autores en cuestión-. El populismo clásico que va desde los cuarenta hasta los setenta; el neopopulismo de la década de los noventa; y los llamados populismos de izquierda del siglo XXI encarnado en la figura de Hugo Chávez, en el caso de Venezuela. Si ya es difícil, en muchas ocasiones, establecer una diferenciación teórica respecto al fascismo y al comunismo genérico, no digamos ya entre líderes como Hugo Chávez, y anteriormente, como Juan Domingo Perón en Argentina. La diferenciación entre un populismo meramente de derechas y otro, netamente de izquierdas, es sencillo de atisbar pero difícil de teorizar. Perón tuvo la característica de un gobernante basado en un liderazgo autoritario. En muchas ocasiones se ha considerado al peronismo como fascista, aunque hay autores y corrientes que no lo tienen tan claro. También a Chávez se le ha considerado como un líder socialista, y claramente en la práctica puede que así sea. El problema de definición viene cuando vemos, por ejemplo, que Chávez se erigió como tal en un momento de crisis del sistema político venezolano, antioligárquico, antiburgués y contra la extranjerización del país en manos de una élite económica. No supuso un alzamiento de clase puramente marxista.

Lo que sí parece más clarificador es que todas las olas de populismo en América Latina han surgido como forma de refundación nacional. En contra de un liberalismo, en contra de un neoliberalismo ya acabando la Guerra Fría, y en favor de una nación que no acababa de configurarse. Porque las naciones liberales significan valores del liberalismo político, además de la economía de mercado, pero también un respeto a los valores nacionales sujetos a la soberanía nacional. El capital y los valores políticos y culturales extranjerizantes no deben suponer nunca una supeditación de estos a la soberanía nacional, además si estas acaban produciendo políticas de inestabilidad homogeneizadoras. Porque la nación quiere cohesión y estabilidad. La nación es al Estado, como el individuo a la sociedad. No se puede dividir.

El Pacto de Puntofijo de 1958 llegó a su fin en 1992. La época de esplendor económico provocado en su mayoría por una economía basada en el petróleo empezó un descenso a partir de 1979. Las políticas neoliberales extranjerizantes no resultaron para mitigar la caída de los precios del petróleo, con resultados catastróficos para la inflación, la devaluación de la moneda y el déficit público, por mencionar algunos. Y es aquí donde la esperanza chavista comienza su escalada hacia el poder. A través de la encarnación personal tanto de las necesidades del pueblo como de la solución a los problemas de la patria. Y es que a diferencia de Alberto Fujimori en Perú, los valores patrios se decantaron por la izquierda en Venezuela. Un Hugo Chávez que en vez de reformar un sistema legítimo basado en una democracia liberal que necesitaba madurar y consolidarse, personificó el populismo en Venezuela y liquidó toda posibilidad de asentamiento de una democracia representativa, es decir, de una democracia en sí. Una democracia basada en una economía de mercado y en un liberalismo político que respetara la separación de poderes con especial atención a la voluntad de la nación venezolana, y no a la voluntad del propio Chávez.

Artículo publicado por illiberaldemocracy.es.


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