José Ramón Medina (1921-2010) fue más conocido por las funciones políticas que ejerció que mediante su lírica.Durante el alba de nuestra maltrecha democracia, fue presidente de la «Sala de Casación Penal» de la Corte Suprema de Justicia [CSJ] También Fiscal General de la República y Contralor General de la Nación.

Entre sus libros, destacan:

1.- A la sombra de los días (Caracas, 1953)

2.- Antología Poética (Buenos Aires, 1957)

3.- Bajo los árboles (Caracas, 1957)

4.- Noventa años de literatura venezolana (Caracas, 1994) es consulta obligatoria en nuestras escuelas de letras.

Me honró con su amistad y confidencias. El 29 de febrero del año 1996, conduje un vehículo de la Universidad de los Andes para recibirlo en el https://es.wikipedia.org/wiki/Aeropuerto_Alberto_Carnevalli.

Treinta minutos antes del aterrizaje del avión que lo trajo, un policía de tránsito me multó por haber estacionado el vehículo en áreas prohibidas, casi en el umbral del aeropuerto. Lo hice preocupado por la precaria visión de Medina, quien se inquietaría, no lo dudé, si no me veía durante el recorrido desde la pista hasta la salida peatonal. Abordó y quise saber cuándo comenzó a escribir poesía. Me aseguró que nunca supo cómo inició su carrera literaria. Según él, fue un avocamiento espontáneo, que maduró rápido hasta convertirse en hacedor.

―¿Cuáles fueron sus lecturas de preparación intelectual? –lo interrogué luego de saludarnos efusivamente, y darle poca importancia al justificado castigo del fiscal que me amonestó.

―Muchas –respondió sin meditar–. Leía toda la poesía que se publicaba en aquellos momentos (d. 35-45, s. XX) Se advertía la positiva influencia de la «Generación del 18». Fueron instantes de fermentación poética en Venezuela, de cambios en creación literaria. Emprendíamos la universalidad.

Lo escuchaba atento mientras íbamos rumbo al Hotel Chama, donde lo hospedé. Deduje que toda la producción poética anterior no había sido ambiciosa. Se lo expresé y reparó que no quitaba méritos a Pérez Bonalde [al cual calificó como un adelantado del modernismo] ni tampoco a Rufino Blanco Fombona.

―Escucha, Jiménez Ure –prosiguió el poeta y fiscal general de la República–. No creo que los intelectuales de comienzo de siglo XX y hasta 1918 hicieran algo que pudiéramos definir «apertura» para propulsar la cosmovisión de la poética en el país. Lo cual sí sucedió, más a mi parecer que entendimiento, con la «Generación del 18». Hay nombres que, definitivamente, no olvido: Rodolfo Moleiro, sobre el poema breve y decidor. Fernando Paz Castillo y otros de entonación nativista. Luis Barrios Cruz vale cuando se sale de lo nativista para dedicarse al soneto.

―¿Por qué usted excluye de esa panorámica preliminar a José Antonio Ramos Sucre?

―Perdón –se mostró apenado José Ramón Medina y puso su mano izquierda encima de mi hombro–. Debo revelarte algo que, para mí, ha sido muy interesante. Leí a Ramos Sucre a partir de un libro –Las piedras mágicas– que publicó (1930, o quizá 1932) Carlos Augusto León. Al formidable José Antonio no lo aceptaban poeta, por escribir en prosa. La poesía no necesitó del verso para expresarse, cuando surgieron grandes textos en prosa. El asunto no es cómo se hace sino su contenido y fuerza. Otto de Sola publicó la antología más completa que se difundió hasta el a. 40/ s. X, en dos tomos, bajo auspicios del Ministerio de Educación. Lo curioso es que ahí aparecen poetas menores, inclusive del s. XIX. No acertaron al excluir a Ramos Sucre. Te informo que el padre Barnola [director de la Academia de la Lengua] dijo que fui el primer antólogo en difundirlo fuera de Venezuela. Lo cual permitió que lo conocieran en España.

Discernió que no pretendía presumir ante nadie que descubrió el talento de José Antonio Ramos Sucre. Transfirió su mérito a la Generación de los Años 60, siglo XX, que exaltó y divulgó la genialidad del suicida. Lamentó que lo hubieran despreciado por no escribir en versos. Le conté que un día, en el curso de un encuentro de ensayistas que se realizó en Mérida, yo había escuchado a un crítico descalificar la poesía de Juan Calzadilla por su aproximación al apotegma, aforismo, máxima. Si analizamos la creación más allá de los prejuicios –lucubré mientras Medina me observaba con atención– hallamos que, desde la Antigüedad, muchos poetas [Empédocles sería uno de los más sobresalientes] utilizaron la lírica para formular sus ideas filosóficas.

―No mientes –confirmó el notable venezolano–. Poesía y Filosofía se dieron la mano en la Antigüedad.

―Usted ha tenido una intensa participación pública en Venezuela. ¿Ha temido que lo inmiscuyan en hechos lamentables, que políticos influyentes lo instiguen a perder la ética?

―Esa pregunta es importante, Alberto –infirió–. He asumido cargos que no parecen vinculados con mis actividades intelectuales. Luego de graduarme, viajé a Roma y París donde realicé mis posgrados. Regresé a Venezuela y me sentí obligado a retribuir. Fui profesor de Derecho Penal, dirigí una revista que fundó Vicente Gerbasi en The Shell of Venezuelan. El 23 de enero de 1958, varios escritores redactaron un manifiesto contra la dictadura perezjimenista. Entre ellos, mencionaré los siguientes personajes: Miguel Otero Silva, Mariano Picón Salas, Arístides Bastidas. Estuve entre los abajo firmantes, motivo por el que la empresa Shell me envió a esconderme a Cardón. Se produjo el derrocamiento del régimen y regresé. Salté cuando me nombraron magistrado de la Corte Suprema de Justicia. No sé quién me postuló.

Al anochecer, José Ramón Medina y yo estuvimos presentes cuando la Universidad de los Andes le confirió el Doctorado Honoris Causa [«Letras»] al poeta Juan Liscano. Había recibido una invitación expresa por exigencia de nuestro académicamente consagrado amigo.

@jurescritor


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