Tiffany Watt Smith es una historiadora británica de la cultura y autora de dos exitosos libros que la han hecho ganar millones de lectores: History of the Emotions y Shadenfreude: The Joy of Another’s Misfortune. Nuestro interés particular es sobre el vocablo de origen alemán shadenfreude como una emoción social que describe el goce que provoca en el ser humano la desgracia de otros. Dice un autor que, pese a que este tipo de emoción ya había sido estudiado desde los antiguos griegos, las lenguas modernas, salvo la alemana, no tienen un equivalente. En virtud de este vacío lingüístico los angloparlantes lo han tomado literalmente del alemán, schadenfreude, que se deriva de los términos combinados schaden, que significa «daño» y freude, que significa «alegría».

La lengua española tiene una aproximación: regodearse. Siendo schadenfreude una emoción intergrupal, muchos estudios consideran el vocablo relevante para comprender las reacciones a las noticias políticas que difunden las redes sociales y susceptibles de evaluarse con cierto rasgo confiable, uno que puede ayudar a predecir por qué algunas personas sienten placer al difundir noticias vergonzosas y de fracasos políticos de otros, bien sean falsos o verdaderos. Dado el agudo antagonismo entre grupos políticos modernos, schadenfreude es relevante para comprender las reacciones a las noticias sobre políticos y partidos opuestos.

La autora Tiffany Watt Smith es una experta en el tema. Cubre pensadores desde Nietzsche hasta Homer Simpson y en sus últimas investigaciones científicas recopila algunas confesiones escandalosas que revelan cómo algunos de nuestros más confiables amigos, disfrutan de nuestras desgracias. Pero en lugar de una falla emocional, argumenta la historiadora, schadenfreude puede revelar verdades profundas sobre nuestras relaciones con los demás y nuestro sentido de quiénes somos como seres humanos. Veamos.

En la obra Shadenfreude y el lado oscuro de la naturaleza humana, el psicólogo Richard Smith, famoso por su experticia sobre la envidia y la vergüenza, sostiene que schadenfreude es una emoción humana natural que vale la pena analizar de cerca. Como la mayoría de nosotros estamos motivados para sentirnos bien con nosotros mismos, señala Smith, buscamos formas de mantener un sentido positivo de nosotros mismos. Una forma común de lograr esto es compararnos con los demás y encontrar áreas en las que somos mejores. De este modo, la desgracia de los demás, especialmente cuando los consideramos superiores, puede conducir a un aumento de nuestra autoestima y una disminución de los sentimientos de inferioridad. Esto, casi siempre, está en la raíz de schadenfreude.

Aunque la mayoría de los casos de schadenfreude son inofensivos y están a la par con los placeres que ofrece un chisme, también somos conscientes que la envidia puede motivar, sin una conciencia plena, la mecánica de desgracias que nos deleitan. Al examinar el papel de la envidia Smith lo describe como un territorio oscuro que junto con la schadenfreude influyó en la persecución nazi de los judíos.

Shadenfreude en Venezuela 

En un país como el nuestro, destruido, humillado y descarrilado, el shadenfreude parece estar presente por doquier. En la madrugada del 20 de febrero de 2003 le informaron a Hugo Chávez la detención del presidente de Fedecámaras, Carlos Fernández, el primero de una lista de opositores que llevaría a prisión con un placer no disimuladoEsa misma noche anunció públicamente que se había acostado satisfecho y feliz cuando le avisaron que detuvieron a Fernández: «Me acosté con una sonrisa y mandé a traer dulce de lechosa para deleitarme». Otro que no puede evitar el placer de las desventuras ajenas es Diosdado muy bien expresada en su programa Con el mazo dando. No son los únicos en Venezuela. Muchos dirigentes de la oposición están inmersos en los extremos del shadenfreude, en particular con quienes les da verdadera nota, no precisamente las desgracias de los bolivarianos, sino la de sus propios compañeros. ¿Por qué? Como hemos visto es parte de la naturaleza humana y en nuestro caso muy probablemente acentuada por la idiosincrática hipocresía de muchos de la alta clase media venezolana. Aquella que fue descrita por un venezolano perceptivo como una “sociedad de nulidades engreídas y reputaciones consagradas”.

En septiembre de 2012 una reseña de Reuters cubre un escándalo venezolano. “Juan Carlos Caldera, quien fue elegido candidato de la oposición para competir por una alcaldía clave en la capital, recibió 20.000 bolívares (entonces cerca de $900) de Wilmer Ruperti, un magnate naviero que prosperó con multimillonarios negocios de transporte petrolero para el sector estatal”. “Pese a que la ley no prohíbe la financiación privada nacional para los políticos -continúa la reseña de Reuters- están usando la grabación como munición de alto calibre para vincularlo con un supuesto soborno y entrega de dinero irregular”.

De acuerdo con la doctrina de la ONU, la ley de un Estado parte contiene las siguientes disposiciones básicas sobre soborno activo y pasivo: 1) Una persona es culpable de este delito si: a) la persona deshonestamente: i) proporciona un beneficio a otra persona; o ii) hace que se proporcione un beneficio a otra persona; o iii) ofrece proporcionar, o promete proporcionar, un beneficio a otra persona; o iv) da lugar a que se haga a otra persona un ofrecimiento de un beneficio o una promesa de proporcionar un beneficio. Los “beneficios” son entendidos en la legislación venezolana como “enriquecimiento ilícito”.

Visto este episodio en retrospectiva es difícil imaginar que la entrega de un sobre con 20.000 bolívares (hoy se convertirían en ¿4 dólares? por parte de uno de los hombres más ricos de América Latina constituya un “enriquecimiento” ilícito. Caldera era entonces un diputado a la Asamblea Nacional abrumadoramente dominada por el gobierno. ¿Qué beneficio podría el diputado opositor Caldera proporcionar a Ruperti desde la bancada minoritaria que este no pudiera conseguir con sólo manifestar su voluntad o comprarla? La maliciosa intención era otra que bien pudo configurar el verdadero delito, pero la sevicia, opositora especialmente, se centró en Caldera.

El caso es que este adocenado episodio, pese a haber transcurrido una década, sigue ocupando un alto porcentaje de los espacios que los venezolanos dedican para denunciar la corrupción en las redes sociales. Que el costo de destruir la reputación de un legislador de oposición por un billonario haya sido tan irrisoria llama la atención , pero nada como la de aquellos que viciosamente se han cebado en arrancarle la piel a pedazos a Caldera, dejando prácticamente incólume a  Ruperti. No es coincidencia que se trate del primer empresario de América Latina en alcanzar una fortuna que sobrepasa los 2.000 millones de dólares bajo el exclusivo y palmario cobijo del gobierno bolivariano de Venezuela. Después de tantos años, Caldera sigue siendo el objeto favorito de las más abyectas acusaciones pronunciadas o escritas con lujuria.

¿Qué es lo que hace que un grupo opositor venezolano se regodee con este particular incidente? Uno, el donante Ruperti y su condición de supermillonario; dos, la miserable cantidad de dinero que recibe Caldera; tres, recibida con sigilo en el hogar de Ruperti. Un sigilo que nunca ha preocupado a Ruperti para deleitarse de la fortuna que, no solo ostenta y derrocha, sino que pontifica por TV en economía e industria como si la hubiera amasado con el mismo esfuerzo, persistencia y acumen empresarial de un Bill Gates.

Lo más probable es que el origen del escarnio caraqueño contra Caldera y el más condescendiente con Ruperti tenga que ver con las gracias que la alta clase media le dispensa a los billonarios, en particular a los de reciente cuño y marca bolivariana. Y es que, en Venezuela, desde que se inició la revolución socialista, esos supermillonarios tienen un je ne sais pas quoi que los hace irresistibles. Este paradigma hace que el pobre Caldera, social y políticamente hablando, haya vivido un infierno que solo nuestros caraqueños, los pretenciosos y de pujos morales, son capaces de propinar a un diputado que tuvo la mala fortuna de creer en un compañero de oposición que lo condujo a la presencia de  Ruperti y estuvo dispuesto a recibir 20.000 bolívares para su campaña electoral.

Si alguien lo duda, que comparen la vida social y política de Caldera con la de Ruperti en la nueva Caracas de billonarios, bodegones, hot spot restaurantes y opositores nouveau riche.

Advertencia: no conocemos a Juan Carlos Caldera de trato o de vista, de directa o indirecta comunicación, o por interpuesta persona.

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