Fast & Furious X sigue la saga que comenzó en 2001 y revitaliza la ya clásica franquicia de acción. La gran pregunta es ¿qué hace que una historia con frecuencia ridícula sea tan adictiva como entretenida? La respuesta es más sencilla y sin duda, parte de lo que la cultura de masas comprende como diversión. 

Hay tres cosas interesantes que decir acerca de Fast & Furious X, la nueva entrega de la clásica franquicia de acción. En primer lugar, que es la primera película destinada a resolverse, al menos, en dos entregas más de la saga. Por lo que tiene mucho de incompleta, una historia a medio contar llena de explosiones, revelaciones impactantes y un hilo conductor que se difumina en la mitad del argumento, en beneficio de la intriga de la trilogía que comienza.

Lo segundo, que es la mejor película de la saga Fast & Furious desde la ya famosa parte cinco, en la que la franquicia rompió el orden y sentido de su tono general. La más reciente sigue la identidad de la cinta dirigida por Justin Lin, en la medida que deja a un lado el afán de impresionar, a cambio de crear un piso sólido para el argumento. El resultado es que la décima parte del conjunto de historias puede tomarse en serio. O todo lo que serio que puede ser un argumento repleto de explosiones, frases cursis y referencias a la familia en una especie de chiste interno que pierde efectividad cada vez.

Lo tercero y más importante, que la cinta tiene el mejor villano de la franquicia. Dante Reyes (Jason Momoa) es una criatura pendenciera, diabólica, simpática y totalmente despiadada. El personaje se convierte en centro de la acción, pero también demuestra algo más. Al apoderarse de la pantalla, hacer gritar y reír a la audiencia —también, asustarla de vez en cuando— demuestra el poder de la saga. Su infatigable capacidad para reinventarse y hacerse cada vez más muscular, vital y siempre joven.

Fast & Furious sigue siendo preferida por un amplio público en un fenómeno inexplicable e irrepetible. La completa identificación de los fanáticos, con un extraño mundo de despreocupada extravagancia y alegre cohesión con lo imposible. La franquicia, que podría haber muerto en su decepcionante parte siete o la aburrida octava, logró remontar la cuesta en la novena, para ahora, avanzar a toda velocidad, hacia un final que seguramente hará historia en el cine. No por su calidad, tampoco por su impacto histórico. En realidad, lo hará al demostrar, y de una manera asombrosamente simple, que el entretenimiento siempre será el motivo medular para disfrutar el séptimo arte.

Érase una vez un grupo que se volvió familia 

Fast and Furious de Rob Cohen se estrenó en 2001 sin mayores ambiciones que ser un éxito de taquilla. Que lo fue y tan resonante como para sorprender a los críticos que se quejaron de su trama sencilla y de su aparatosa historia sin mucho que ofrecer. Pero la química del dúo de amigos entrañables y enfrentados de forma inevitable Dom y Brian (el difunto Paul Walker), sostuvo el argumento e incluso en sus peores momentos.

Tanto, como para que la secuela llegara dos años después y de la mano de John Singleton. Esta vez, la historia demostró que podía ser de interés, además de un éxito de taquilla, lo que la encumbró en arriesgarse un poco más. De allí, su spin-off The Fast and the Furious: Tokyo Drift, estrenada en el 2006 y que, además, sorprendió por alejarse de sus personajes principales para explorar en algunos nuevos. Y más adelante, ser una fractura en la línea temporal de la franquicia.

Para entonces, ya se trataba de un éxito imprevisto. Uno tan asombroso en ganancias y difícil de comprender, que cuando los dos cortos que se incluyeron en los DVD y Blu-ray, ampliaron el universo, quedó claro que la saga se volvería más grande. No quizás mejor — jamás superó a Singleton y sin duda, tampoco su seria y bien construida parte cinco — pero sí, tan atractiva por sus errores como sus aciertos.

Pero tal vez, son las equivocaciones — sus garrafales errores de criterio, de forma y sentido — lo que hacen a la saga tan cercana. Un entretenimiento banal, accesible y jamás decepciona. Sin ínfulas de ser otra cosa que un buen rato — uno visualmente espectacular — la película se ríe de sí misma, se referencia en sus peores momentos y crea villanos tan temibles como caricaturescos. Todo en el paquete de una saga que no aspira a la grandeza sino a que el público regrese cada vez a la butaca para disfrutar del espectáculo. Algo que hasta ahora, no ha dejado de lograr.

Al final, todo acaba 

Fast & Furious X es la primera de tres partes que darán punto final a la franquicia. Con sus aires de opulenta fantasía ridícula, es tan entretenida como para provocar risas y sobresaltos en la misma secuencia. También, para probablemente convertirse en el éxito de un verano que ya acumula varios.

Pero es más que probable que la despedida de Dom y el resto de su pandilla, se enlace con algo más poderoso de lo que otras tantas sagas puedan aspirar. Un grupo de fanáticos fieles que le perdonan cualquier error a la saga. Un obsequio que la cultura pop rara vez otorga a sus productos más populares. Pero que F&F obtuvo a fuerza de demostrar que hacer feliz a la audiencia, también es un logro a tener en cuenta.


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