libertad de expresión e información

Contar la verdad es un tsunami para los tiranos. Quienes ejercemos el noble papel de periodistas debemos comprender que los valores no se traicionan, que estamos obligados a defender la libertad de expresión al costo que sea. Un enorme deber que llevas en la sangre, hasta que seas obligatorio huésped de tu ataúd. El rol de informar con honestidad debe ser la ruta. En este medio vivimos las mismas angustias que sacuden a la sociedad venezolana. Como muchas enfermedades que padece el cuerpo de la República, el periodismo nacional sufre de algunas patologías. Se fue volviendo amnésico, al olvidar su glorioso pasado, pletórico de luchas, que engrandecieron la profesión, hasta encumbrarla al templo del buen ejemplo cívico. El reportero simbolizaba un aliado que estaba allí, para transformar las voces del pueblo en justos reclamos. La voz que clamaba en el desierto de las injusticias encontró en el periodismo el oasis donde calmaba su sed de redención. Fue un encuentro en donde creció la manera de hacerlo cada día mejor, la calidad de ejercerlo con las armas distintivas del idioma, reverdeció laureles en la frondosa arboleda de una nación, los distintos gobiernos siempre buscaron la manera de someterlo, cada uno utilizando diversas armas de seducción, que al final salían derrotadas cuando estos abandonaban el poder, mientras el periodismo volvía por sus fueros cada día. Con las honrosas excepciones que distinguen el compromiso, entre las que contamos con este valiente medio, sometido a un sinnúmero de apremios, el régimen actual utiliza toda una maquinaria de coacción para malograr al verdadero periodismo. Se encargó de perseguir a todos aquellos que no negociaron su dignidad, para auspiciar un periodismo light que nos habla de trivialidades, ese que maquilla la realidad, devolviéndola en trazos de falsedad. Esa peligrosísima tendencia, que nos anula desde adentro, es el perfecto aliado del inquisidor. El coraje para desafiar a esos poderes quedó reducido al de contar la narrativa oficial. Un verdadero periodista tiene un compromiso con la verdad; al hacerse partidario, automáticamente se convierte en un agente propagandístico. Cuando perdernos aquello que marcó nuestras convicciones, comenzamos a renunciar al atributo que nos hizo guías, los faros de una conciencia nacional que observaba a cada paso que se daba. No se aprendió del pasado, fue más cómodo, para muchos, aceptar las carantoñas oficiales. La decadencia vino como una maldición bíblica para traernos la mediocridad en trabajos de poca monta. Ahora muchos buscan complacer al poder para regodearse en sus múltiples placeres. En la medida en que este régimen avanzó, el colaboracionismo creció, para integrarse plenamente al tormento que sacude a una nación secuestrada; es necesario regresar a nuestras fuentes. El periodismo debe servirle al ciudadano, no ser un agente del gobierno de turno.

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