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Por fin sucedió lo que muchos habían vaticinado. López Obrador no asistió a la Cumbre de las Américas en Los Ángeles, cuyo anfitrión, por primera vez desde 1994, es el presidente de Estados Unidos. Por lo menos de labios para afuera, prefirió defender a la tercia de tiranos de Cuba, Nicaragua y Venezuela, que hacerle el paro a su vecino yanqui y evitarle más críticas por parte de sus adversarios republicanos. Si, en realidad, a su ridículo pretexto de que debían ir todos los países de América a una Cumbre de las Américas (como si AMLO fuera la REA) debemos sumar su temor a reunirse en sesiones públicas con sus pares, donde no hay paleros ni tontos, no lo sabemos.

Digo ridículo porque todo club -y la Cumbre, organizada por la OEA y el BID, además del país anfitrión- tiene reglas de admisión. Algunas -en Inglaterra, en Estados Unidos, en México-, con el paso del tiempo, se han vuelto inaceptables: el antisemitismo, la discriminación racial o de género. Otras, por ahora, no: ser o no una democracia ha sido una regla que ha funcionado desde mediados de los años ochenta en América Latina. El Grupo de Río excluyó a la dictadura pinochetista hasta 1990, y no aceptó a Cuba hasta 2008, cuando la Cancillería mexicana se hizo bolas y admitió a Raúl Castro. Cuba, Venezuela y Nicaragua no son miembros de la OEA, y los 2 primeros países tampoco lo son del BID ya, en los hechos. Bruselas le negó a Polonia 30.000 millones de euros contra la pandemia, hasta que la semana pasada aceptó rehabilitar la independencia del Poder Judicial. La Unión Europea puso un sinfín de condiciones al acceso de Turquía; hizo lo mismo con España, Grecia y Portugal hasta la caída de las dictaduras mediterráneas en los años setenta. La no exclusión es un principio que existe solo en la mente provincial e ignorante del mandatario mexicano.

Pero lo más ridículo de todo consiste en su intención de ir a Washington en julio para explicarle a Biden cómo va a construir una “Unión de las Américas” emulando a la Unión Europea. El pobre López Obrador no sabe -y no quiere saber, leer, estudiar o entender- que la historia no comienza con él.

El primer esfuerzo de integración latinoamericano fue el Mercado Común Centroamericano, creado en los años sesenta, y que fracasó, entre otras razones por la guerra del fútbol entre El Salvador y Honduras. El segundo fue Aladi, con sede en Montevideo, fundado en 1980. Languidece en Uruguay desde entonces. Vinieron después Mercosur, que sobrevive pero que sufrió un duro golpe con el ingreso de Venezuela, y la Alianza del Pacífico, que prácticamente ha desaparecido. Si se trata de intentos con Estados Unidos, pues justamente ese fue el propósito de la primera Cumbre de las Américas, en Miami en 1994, donde Clinton lanzó la idea de un Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Propósito destruido por los amiguitos de López Obrador en Mar del Plata en 2005: Kirchner, Chávez, Lula, etc. A cambio, más de una decena de países -México, Chile, Colombia, Perú, Panamá, Centroamérica y República Dominicana- firmaron acuerdos de libre comercio bilaterales con Estados Unidos. La originalidad de la propuesta de López Obrador existe solo en la mente provincial e ignorante del mandatario mexicano. La Unión Europea encuentra su origen en la Comunidad Europea del Carbón y del Acero de 1951, el Euratom de 1957, el Tratado de Roma también de 1957, y todas las ampliaciones, tratados y profundizaciones que han tenido lugar desde entonces. A López Obrador le quedan 2 años para desarrollar sus peregrinas ocurrencias; los europeos llevan 65 años.


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