La ciudad de El Paso es emblemática para los Estados Unidos. Emplazada, como su nombre lo sugiere, al borde del Río Grande (o el Río Bravo, según se esté a un lado u otro de la inmensa frontera entre México y Estados Unidos), es uno de los puntos de encuentro que resume la historia de construcción del suroeste norteamericano.

En los últimos años, El Paso ha adquirido tres rasgos muy particulares: una vibrante economía fronteriza, una población 80% hispana y, sorprendentemente, es una de las 5 ciudades más seguras de Estados Unidos. He allí otra razón de su carácter icónico: El Paso pulveriza los argumentos falaces, racistas y xenófobos, que inspiran la retórica de Trump. El ex diputado, (y precandidato presidencial del partido demócrata) Beto O’Rourke, ha hecho de esta línea argumental un asunto crucial en la conversación nacional, que de otra forma pasaría desapercibido.

Ahora, el acto terrorista del pasado 3 de agosto en El Paso ha venido a arrojar una luz dolorosa a la caracterización de esta emblemática ciudad. Un hombre blanco, sin duda infatuado por el discurso político del odio, con un manifiesto que evidencia su deseo de acabar con “la invasión hispana de los Estados Unidos”, por considerarla una amenaza a su cultura, seguridad y futuro, viajó 10 horas hasta El Paso para matar hispanos en la frontera. Es la síntesis, en un acto patológicamente criminal, de todo lo funesto y horrible de su oprobiosa perspectiva de la vida.

Este acto de terrorismo se suma a varios que, en los últimos tiempos, han llegado a configurar una tendencia de terribles masacres que han enlutado al pueblo estadounidense, en los que aparece el odio racial o contra etnicidades y colectivos religiosos. Hoy, en el ataque terrorista de El Paso contra los hispanos; antes, en el de la Sinagoga del Árbol de la Vida, en Pittsburgh, el 27 de octubre de 2018; o la arremetida contra la Iglesia Emanuel Africano Metodista Espicopal de Charleston, en Carolina del Sur.

El argumento supremacista blanco y el extremismo religioso que se han empoderado desde el ascenso de Trump al poder, están entremezclados con la inexplicable e injustificada laxitud de las leyes que facilitan el comercio abierto y al detal de armas de todo tipo, incluidas las de repetición y asalto, armas de guerra que superan las de un oficial de policía.

Los sucesos y la violencia de grupos extremistas en Charlottesville, Virginia, el 12 de agosto de 2017, fueron la primera campanada. Trump irresponsablemente dijo que había gente buena en ambos bandos… Una vez más, abría la peligrosa ventana por la que irrumpe la tormenta. Su prédica política y electoral apela a las estrategias retóricas caracterizadas como “silbato canino” (dog wistle politics) en las que se asumen propuestas políticas y frases “codificadas” para movilizar los más bajos y peligrosos instintos del racismo y la xenofobia, con base en un razonamiento racista por implicación que, como el silbato canino, emite un sonido solo perceptible por quienes ya albergan tales prejuicios.

Seamos claros, Trump arrancó su campaña con aquel feroz ataque (que no ha cesado) a los latinos e inmigrantes en general, negándole a la gran mayoría de nuestra gente oportunidades cónsonas con la contribución que hacemos al progreso de los Estados Unidos, así como denegando las raíces hispanas entretejidas en la historia y esencia de la nación. Recordemos que fue él quien encabezó el abominable movimiento mediático para cuestionar la ciudadanía del presidente Barack Obama, exigiéndole mostrar su partida de nacimiento.

A esto se suman sus recientes palabras contra el diputado Cummings, la ciudad de Baltimore e infinidad de manifestaciones de su desprecio por la diversidad y su absoluta falta de empatía, manifiesta en la visita a El Paso, donde posó sonriendo y con gestos de triunfalismo de sello electoral, sin un gesto de condolencia hacia la hispanidad que sufre en la ciudad y en todo el país por lo que el ataque causó y simboliza.

El atentado de El Paso ha dejado una marca profunda en la experiencia del ser hispano y de familia inmigrante; y ese sentimiento de angustia, dolor y reclamo de respeto e inclusión no cesará hasta que los estadounidenses cerremos la caja de Pandora que Trump abrió para despertar algo horrible que parecía superado.

La actitud que corresponde, llena de sabiduría y resiliencia, estaba prefigurada en un proverbio popular mexicano, algunos piensan que de origen maya: “Quisieron enterrarnos, pero no sabían que éramos semillas”.

La hispanidad es y será siempre parte de la historia estadounidense. Por eso, hoy más que nunca, es preciso demostrar con coraje nuestra dignidad y la contundencia de nuestro poder electoral, exigiendo reivindicación mediante el ejercicio del voto.

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