La nación no es un botín que ágiles manos se reparten como un diestro jugador de póker. No somos una sala de espectáculos en donde anestesiados ludópatas rinden culto a sus debilidades, entre alegres borrachines, que esperan ansiosos el dictamen de la suerte. Seríamos demasiados básicos si nuestro destino tuviera el rostro de una ruleta.

La realidad histórica es que poseemos una tradición en progresión, llena de aciertos y errores. Hemos sucumbido entre la maleza de quienes han horadado nuestros principios, pero también hemos sabido levantarnos.

Cuando pocos creían en las capacidades tan peculiares de la venezolanidad, renacimos con renovadas fuerzas hasta que pudimos enderezar el camino, cada pedazo de horizonte que compone la patria.

Somos tan maravillosos que la partícula que significamos en el universo es en realidad un paraíso singular. Es cierto que estamos llenos de dificultades, pero también de grandes probabilidades para creer que podemos salir de esto.

Nada como nuestra gente, construyendo vida en cada respiro, llenos de ilusión en los surcos de la siembra, en las aulas, al igual que en el esfuerzo por lograr salir adelante. Una patria hermosa por los cuatro costados, de gente única, que te abre los brazos, sin maldad ni revancha.

Somos tan diferentes que llevamos la patria en el corazón del equipaje, que en cada dificultad –en naciones tan distintas– brilla el tricolor de querer volver. Sin embargo, las durísimas dificultades que atravesamos no pueden lograr quebrar nuestro aguerrido espíritu de lucha. Debemos ir en pos de esa llama que arde en cada corazón venezolano.

Sabemos que corremos grandes riesgos cuando la traición conspira. Esos mecanismos perversos son endiablados recursos de quienes desean mantener los privilegios que han hecho potentados a muchos. Saber que alegres compadres discuten nuestra suerte en mesas de acuerdos nos trae recuerdos de antiguas capitulaciones. Ese péndulo es la verdadera realidad que vive la nación suramericana.

Las partes en conflicto hablan de una mesa de acuerdos en donde los puntos, y quienes discuten, son casi un secreto de ultratumba. Se desconocen las pautas que rigen ese encuentro de interesados. Es en definitiva un gran misterio no develado. No compartimos que intereses inconfesables sean el árbitro que dirima el futuro venezolano. Debemos estar alerta ante la probabilidad que nuestras necesidades sean el argumento para llegar a una repartición. Debemos ir más allá de los tradicionales mercaderes de la política.

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@alecambero


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