Una de las mejores películas filmadas de todos los tiempos, El Padrino está cumpliendo 50 años. La cinta, que se extendió en otras dos, ha hecho una saga famosa que se ha constituido en uno de los proyectos cinematográficos más premiados en la historia del celuloide. La historia del crimen organizado en Estados Unidos, basada en el libro homónimo de Mario Puzo, narra las crónicas de una familia italoamericana (la familia Corleone) ambientada entre 1945 y 1955 y tiene un desarrollo que la ha ubicado como una de las mejores y más influyentes y premiadas cintas de la historia, desde la época de los hermanos Lumière.

Uno no sabe establecer si el filme o el libro es el resultado de la imaginación que concibió una realidad o que la realidad fue construida en el plató de filmación con los paralelos de lo que ocurre en el mundo de los seres humanos, en los individuos, en la familia, en la sociedad, en las organizaciones, en los partidos políticos, en todos los ámbitos. Desde el más apartado villorrio de la tierra hasta las más exultantes y desarrolladas metrópolis del globo, los parangones que retratan las circunstancias de la magnífica y bien llevada puesta en escena de Francis Ford Coppola al elenco que hizo la ficha técnica de la película, ilustran lo cotidiano con la imaginación, y la magia de la ilusión del escritor y el director con lo común de la vida. Allí es donde se confunde el espejismo de la fantasía de la pantalla con la sustantividad de la calle y la materialidad del día a día. La ficción se funde con la realidad –o viceversa– muy sutilmente en el consciente del público instalado cómodamente en su butaca, mientras afina sus derivaciones hacia el liderazgo en la conducción de hombres, en la psicología y la conducta humana, en la asociación para delinquir, en la construcción de la familia mientras se dejan de lado los escrúpulos para asesinar, para robar, para negociar con el juego ilegalizado y el alcohol, el tráfico de drogas y la prostitución. Mafia, crimen organizado, delitos en corporación, fortunas extraordinarias, asesinatos por encargo y a granel, guerras entre familias, migración forzada, venganzas, capo di regime, soldados, signos y mucha simbología, y corrupción; mucha corrupción a todos los niveles de las estructuras que se ilustran en la película y que hace de la ficción una realidad en pantalla que se irradia a nivel global. Es una historia de gánsteres con sus ramificaciones hacia la familia, la sociedad, la policía, los militares, la Iglesia, y la política. Tanto como si el rodaje se hubiera filmado en vivo y en directo desde cualquier corte florentina en 1513 y se hubieran trasladado las cámaras, los aparejos de iluminación y los micrófonos desde un trono para mercadear la instrucción de príncipes para la política según su estilo, y la ética según su propio modelo. Todo para aceptar que los objetivos políticos y familiares de la corte de los príncipes, como la gloria que se desprende y la supervivencia que se extiende, pueden justificar el uso de medios inmorales y obscenos para lograr esos fines.

Puzo debe haber leído bastante a Maquiavelo para llevar a su libro la síntesis de El Príncipe y exprimirla en cada una de sus 380 páginas que enganchan desde el inicio, aunque también hay allí bastante de los Hermanos Karamazov de Fiòdor Dostoievski según confesión de aquel. Y Ford Coppola recogió toda la esencia cuando la llevó a la pantalla. Ambos, italoamericanos de origen, se llevan los lauros de poner a la disposición del público una de las producciones más elogiadas y apreciadas de la cinematografía estadounidense y mundial. La película está considerada por la crítica y el público como uno de los mejores filmes de todos los tiempos que merece la pena verla en varias oportunidades para extraerle conclusiones.

Ya ustedes deben haber supuesto que iba a aterrizar en la política venezolana. La coincidencia de los 50 años de El Padrino con el tema de Venezuela se arregló y la brisita económica con que se quiere atenuar los efectos de los calorones de la destruida infraestructura de la industria petrolera y todo el parque manufacturero que soportaba los bienes y servicios para garantizar a toda la familia venezolana el bienestar común y el acceso a la riqueza; el empobrecimiento organizado de la sociedad para garantizar el control político, la fragmentación inducida de la nación para asentar la permanencia de la revolución bolivariana en el poder de manera eterna, la desinstitucionalización acelerada de la fuerza armada nacional endosándole el soporte del régimen y poniéndole a cogobernar, y… lo cumbre, la comparsa que le hace un sector del liderazgo opositor al padrino que gobierna en nombre de su famiglia, usurpando el poder desde el palacio miraflorino, como cualquier príncipe florentino y que responde como cualquier miembro de la familia “no es personal, solo son negocios”. Narcotráfico, corrupción, terrorismo y graves violaciones de derechos humanos son los emblemas gansteriles de Don Nicolás y la revolución bolivariana cuya estabilidad se asentará más cuando Estados Unidos suavice las sanciones económicas vigentes, la Chevron clave el primer taladro en la Venezuela del diálogo en México, y Maduro sea recibido en la Casa Blanca por Mr. Biden. Algo así como cuando Michael Corleone es condecorado por la Iglesia Católica en El Padrino III y como contraprestación le entrega un cheque por 100 millones de dólares para los pobres de Sicilia. El cheque que está entregando el Corleone criollo de Cúcuta y La Habana está rubricado en petróleo a cambio de reconocimiento y legitimación. Eso es Maquiavelo puro y duro, pero también Puzo y Ford Coppola. Es ese momento cuando la ficción de la película se funde con la realidad de la política venezolana y uno evoca sentado en la butaca de la casa, en pantuflas y mientras come cotufas, todo ese tratado gansteril de filosofía política, sociología y psicología que dice rotundamente y con seguridad “le haré una oferta que no podrá rechazar.”

Medio cupón se está metiendo la película. Hay que ver El Padrino en toda su saga alguna vez en la vida. Yo he perdido la cuenta de las veces.


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