Es indudable que quienes hacen vida en Venezuela deben enfrentar numerosos obstáculos. Barreras de todo tipo que dificultan el día a día de quienes intentan salir adelante en medio de tantas adversidades. Dichas dificultades se extienden en todos los ámbitos. Afectan desde las cosas más triviales hasta los asuntos de mayor consideración. Los temas económicos y financieros, por supuesto, no son ajenos a estas circunstancias.

Quien estudie las variables económicas venezolanas en el presente, probablemente se encontrará con uno de los panoramas más adversos y preocupantes de la historia. Ello no quiere decir, sin embargo, que todo esté perdido. Para nuestra fortuna, también existen ventanas de oportunidad para quienes son capaces de ubicarlas y, sobre todo, saber capitalizarlas.

Uno de los temas más recurrentes en el foro económico es el de las sanciones financieras que dentro del ámbito internacional han afectado la dinámica de Venezuela. Si bien, al menos en principio, estas sanciones no han sido desarrolladas ni preparadas en contra del país como tal, sino que han sido establecidas a personas específicas -tanto naturales y jurídicas- del entorno gubernamental, no es menos cierto que desde el punto de vista práctico, las mismas han incidido en la dinámica diaria de toda la población del país. No debe sorprender, de este modo, que existan tantas personas y lobbies interesados en suspender o modificar el esquema sancionatorio que hemos venido describiendo.

Sin embargo, al menos a nuestro entender, las sanciones han traído consigo algunos efectos que pudieran, al largo plazo, ser fructíferos para el país. Tal vez el más importante de todos es que ha obligado -por las malas, claro está, y difícilmente contando con la venia gubernamental- a que el Estado venezolano deje de ser el actor preponderante de la dinámica económica nacional, y las responsabilidades se trasladen directamente al sector privado, el cual debe ahora asumir un papel que no tenía previsto representar, y mucho menos de esta manera tan súbita y traumática.

Lo cierto del caso es que, prácticamente de la noche a la mañana, el sector privado se ha visto forzado a realizar una cantidad de tareas que antes el Estado ejecutaba pero que ya se ve incapacitado de desarrollar. Esta premisa, creemos, resulta vital y representa una ventana de oportunidad que como pocas ha tenido el sector privado de colocarse como el actor preponderante para el desarrollo y crecimiento del país.

Desde luego, no somos ciegos. Somos conscientes de que esta traslación, como se mencionó, se hizo de forma traumática, y lo que es peor, ausente de un conjunto de políticas públicas que bien pudieran facilitar el proceso de apertura. Pero esta es la realidad imperante, y difícilmente pueda ser modificada en el corto plazo. Y la oportunidad debe ser tomada.

Por supuesto, el sector privado venezolano es ínfimo. Décadas de estatismo han traído consigo que la relevancia de este espacio sea bastante inferior al papel que ha desempeñado el Estado en la economía. Si a ello se le agrega el hecho de que el privado ha tenido serias limitaciones para participar en el sector petrolero criollo -la principal fuente de recursos- y las políticas contractivas de los últimos años, pues sin duda el papel del sector privado se empequeñece aún más. De allí que el futuro de nuestra economía vaya a depender de lo que sean capaces de hacer la pequeña y mediana industria.

¿Estará a la altura del reto el empresariado local? Está por verse. Ciertamente, muchas cosas deben cambiar para que pueda florecer el sector privado de forma estable en Venezuela. Tal vez el mayor peligro es que el sector privado mute a un sistema de mafias o “capitalismo de amigos”, que lejos está del establecimiento de un sistema de libertades económicas. Este, sin embargo, es un tema para debatir en otro espacio. Lo que se quería rescatar hoy es que las sanciones, si bien es cierto que no han sido precisamente un bálsamo para la economía, tampoco son totalmente destructivas. Han servido de freno a la expansión del Estado, y están abriendo brechas que pudieran ser aprovechadas por actores emergentes que, bien direccionados, pudieran al largo plazo ser beneficiosos para el país.


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