The Father recibió seis justas nominaciones a los premios de la Academia. Pero pudieron ser diez, como Mank.

Es posible que se vaya vacío en la noche del Oscar, porque es el tiempo de las agendas, de la corrección política y de la afirmación sectaria del progresismo, por encima de los valores del arte, la cuestión narrativa, el desarrollo dramático y la productividad audiovisual.

No importa. Críticos, creadores y espectadores debemos seguir honrando nuestras afinidades electivas, más allá de los juicios y los dictámenes de la moda, de la tendencia forzada de resolver los problemas del mundo en la pantalla.

Las buenas historias no se justifican por la raza del director, por la inclusión de tal o cual minoría, por la instrumentación del lobby del partido de turno en el poder.

Estimo los aportes sociales del cine, pero los grandes temas no hacen necesariamente a un título destacado y trascendente.

Pienso en lo efímero y oportunista de los dramones independentistas de Venezuela, facturados dentro del esquema de propaganda del régimen.

¿Alguien se acuerda de El hombre de las dificultades o de Zamora. Eran encargos gestados por la demagogia del instante eterno de la publicidad oficialista. En meses se extinguieron y evaporaron de la memoria colectiva.

Lo mismo sucederá con los portaaviones de la representatividad en la meca. Del filón sobrevivirán pocos.

Entre tanto reclamo de integración y mesianismo heroico de cambio, The Father vuelve al teatro clásico de las tragedias paternales y fantasmales de la cultura anglosajona, filtrada por la austeridad de la escuela europea.

Es obvia la influencia expresionista del director de la pieza. La cinta ofrece una lección de método y mística en tiempos de cuarentena, siendo un filme devastador sobre los efectos del confinamiento en un anciano solitario con demencia.

Razono en las relaciones con Amor de Michael Haneke, reconocido por Cannes y postulado al Oscar en la categoría reina. Su equivalente de 2021 es The Father, un largometraje crepuscular y testamentario, en el que Sir Anthony Hopkins empieza a despedirse de nosotros, bailando una danza de la muerte con gracia.

Imagino conexiones con los cuadros de los abuelos de Goya que reflejan la pintura negra de la tercera edad, de la enfermedad que nos espera como destino, antes y después del coronavirus.

El guion y la cámara captan la subjetividad menguante del protagonista, visitado por personajes reales y por fantasmas que asolan las pesadillas de su existencia en fase de decadencia.

El Bergman de Fresas salvajes renace en la puesta en escena, diciendo presente con el gesto moderno de imbricar realidad y ficción a través de un plano claustrofóbico.

Olivia Colman interpreta a la hija, entrando y saliendo del proscenio en un apartamento cada vez más vacío.

Literalmente, el montaje de las secuencias anuncia el avance del deterioro mental de la víctima de la falta de memoria, al ir sacando los muebles de la única locación del set.

Por ende, la audiencia siente el extravío, la orfandad y el terror del actor principal, secundado por cinco figuras transmutables.

Una de ellas humilla, acosa y cachetea al anciano, seguramente en la evocación traumática de la intolerancia que se cierne sobre el adulto mayor.

Buñuel circunda en los alrededores de la composición, reclamando las herencias del surrealismo demoledor de Tristana” y “El obscuro objeto de deseo”.

Aquellos sueños que generaron monstruos y alucinaciones como las soledades otoñales del Gabo.

El coronel no tiene quien le escriba avergüenza un poco a su descendencia, manifiesta un incómodo cuadro de paternalismo despótico.

Pero Father nos reserva una descompresión agridulce para el final. La soledad persiste en compañía de un ángel femenino, una enfermera paciente que abre la ventana de la paz de los árboles que se mecen.

La poesía de la vida y la muerte. El tronco que se horroriza por la pérdida de sus ramas y hojas, la naturaleza que persiste como paisaje de acceso a un mundo distinto e inmaterial.

Una hermosa película que no requiere de un megáfono para abogar por el respeto a los ancianos, las actuales víctimas de la pandemia.

 


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