Lo que le quita el sueño al régimen de Maduro y compañía es ponerle la mano a los recursos bloqueados en el sistema financiero internacional. Entre ellos, las treinta y pico de toneladas de oro que reposan en las bóvedas del Banco de Inglaterra, valoradas en más de 1.000 millones de dólares.

Por eso es presumible que vuelvan a la mesa de negociación, como lo hicieron a finales de noviembre cuando se acordó, con la intermediación del Reino de Noruega y del gobierno de Estados Unidos, que se liberaran cerca, o más, de 3.000 millones de dólares.

Y lo lograron a cambio de nada, o casi nada. La sociedad civil venezolana deberá seguir atenta ese proceso para saber si efectivamente esos dineros “recuperados” que se depositarán en un fondo bajo resguardo de las Naciones Unidas van a la gente, como se prometió, y no se lo tragan las gargantas voraces e insaciables del régimen y sus aliados circunstanciales de tan variado plumaje.

La duda es absolutamente pertinente. Nadie –nadie en sus cabales, claro está– puede creer ni una palabra de Maduro y su cerebro gris negociador Jorge Rodríguez cuando celebran el «rescate» de esos miles de millones para el pueblo, el pueblo al que han condenado a décadas de penurias y al éxodo masivo.

Un editorial de El Nacional de mediados del año 2013 ―cuando se iniciaba la temporada de Maduro en Miraflores― identificaba muy pronto los signos de esa gestión: todo lo bueno a la baja, todo lo malo en alza. Es decir, caída de la producción petrolera y las reservas, y subida inimaginable de la inflación y la escasez.

Una década después se confirma el triste presagio formulado entonces, el de un país sometido a un perverso experimento político cuyo resultado no es otro que la precarización del conjunto de la sociedad.

Pero aún hay recursos para socavar, esos fondos protegidos por las sanciones internacionales cuya devolución, argumenta el régimen, es condición para realizar «elecciones libres». A confesión de parte, relevo de pruebas, por una vez admiten –todo sea por el vil dinero– la farsa electoral.

Pero esa avidez por el brillo del oro y el metal, porque esos fondos regresen a sus manos, evidencia además el desprecio por la verdadera riqueza de Venezuela: su gente.

El capital humano que desde  2013 –qué casualidad– salió por puertos y aeropuertos, por trochas y aduanas, para ganarse su vida y la de su familia y, en un  futuro, ojalá cercano, devolver la vida a su país maltrecho.

¿Negocia el inefable Rodríguez condiciones para el regreso del talento venezolano que se abre camino por el mundo? ¿Se creerá Rodríguez las cifras del canciller de que regresó 60% del exilio? ¿60% de cuánto?

El capital humano es el que crea y sostiene la riqueza de un país. El que se formó por décadas en instituciones educativas de calidad que hoy están en harapos. El oro que más brilla.

 


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