El aprendizaje está altamente ligado a lo vivencial, el cerebro fija con más contundencia aquellas experiencias que se asocian con acontecimientos impactantes para el individuo, tanto positivos como negativos. Esta virtud genera un aprendizaje accidental que moldea el comportamiento, que puede ser elusivo cuando se trata de experiencias traumáticas o iterativas cuando son gratificantes y producen compensación emocional.

Si observamos las bondades del cerebro humano, podemos emplearlas a nuestro favor, en el ejercicio de la voluntad, sintiéndonos libres de culpas y autoexigencias excesivas. Concibiendo nuestra naturaleza de seres en constante formación y aprendices de la vida, cuyos cerebros fijarán con más contundencia aquellas experiencias que se constituyan impactantes, es probable que las ofensas y heridas del errático transitar colectivo, puedan ser situaciones que marquen y nos moldeen de forma positiva en lugar de traumatizarnos. Por supuesto, el planteamiento de esto suena de abordaje difícil y escabroso, pero no lo es, si hacemos el esfuerzo bajo una mentalidad de empatía y perdón.

Al vivir con propósitos claros, más allá las fluctuaciones de ánimo que se experimentan en diversas ocasiones, se tiene un enfoque. Las decisiones y manifestaciones personales adquieren una coloración específica, existe una razón de ser para las cosas importantes, y la energía vital se dirige intencionalmente hacia eso que nos motiva o fundamenta. Entonces, en el proceso de todo lo que hacemos surgirán personas y situaciones agraviantes que generan una cascada de sentimientos, cuyo procesamiento individual radica en el conjunto de pensamientos, la personalidad e instrucción de los individuos.

Comparto la reflexión de Jiddu Krishnamurti cuando dice: “No vemos las cosas como son, sino como somos” ya que el lente individual de percepción suele ser bastante limitado ante la grandeza y complejidad de los sucesos reales, que sumados a los sentimientos, motivaciones y oscuras o divinas fuentes de inspiración humana, diagraman un suceso. Sin embargo, si buscamos ensayar constantemente, restar importancia y olvidar acontecimientos o palabras negativas que han proferido contra nosotros, es probable que el cerebro empiece a discriminarlas como poco importantes y no guarde registros severos de dichos eventos. De tal manera, no serán estos quienes nos definan o moldeen. Este proceso requiere contar con estrategias y acompañamiento emocional.

En este sentido, ¿cómo restar importancia al agravio? En primer lugar, practicando la empatía en búsqueda de la justificación, no merecida por el agresor, en la mayoría de los casos. Esto permitirá ejercitar la objetividad migrando desde el sentimiento negativo que ya fue generado de forma irreversible, en aras de procesar lo sucedido de forma racional, buscar sanar y superar. En segundo lugar, perdonando como acto personal de trascendencia y elevación circunstancial de lo vivido. El perdón es un regalo inmerecido pero liberador, siempre comienza con una decisión y provoca sanidad, que necesariamente no será instantánea pero de seguro mucho más llevadera que la herida per se.

Amplío mi propuesta, ejemplificando con un clásico agravio en ambientes áulicos, donde un facilitador sentenció negativamente al estudiante a un silogismo de incapacidad o insuficiencia académica, sometiéndolo a abrazar una mentira como verdad, que traerá consecuencias en su vida y desempeño académico. Si el estudiante no consigue herramientas de afrontamiento y superación de esas palabras y se convence de que quizás su facilitador tuvo un mal día, una apreciación errónea o simplemente se equivocó. Decide perdonar y restar importancia a lo ocurrido, su vida y desempeño se verán influenciados por un recuerdo reiterativo de incapacidad. En cambio, con el suficiente apoyo del entorno, raciocinio y determinación logrará lo que se proponga y será ejemplo para otros.

Evidentemente no podemos olvidar a voluntad, pero si podemos satirizar un agravio optando por rutas alternantes de pensamiento, voluntad, empatía y acción. Determinando caminos de formación personal integral, donde una persona o situación no defina quiénes somos o lo que podemos ofrecer. Recordemos que incluso una reacción es algo que ofreces, por lo que estás en la facultad plena de decidir qué otorgas o pones a disposición. Que nadie te defina, sé auto regente neocircunstancial de tu vida. Los demás individuos estarán allí, para observar y aprender una nueva manera de percibir y responder ante los conflictos tan naturales como esenciales de la existencia humana.

@alelinssey20


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