Advertencia: no es una crítica de cine

Para algunos podrá ser aburrido leer otro comentario sobre la ganadora del Oscar a la Mejor Película de 2020. Pero esto no es una crítica de cine precisamente, sino destacar algo que la verdad me ha quedado en la cabeza desde el año 2015 cuando visité Alemania, oportunidad en la que hice varias visitas guiadas que destacaban las diferencias que todavía se sienten entre la Alemania Occidental y la Alemania Oriental.

La idea que me quedó en ese viaje de 2015 no me abandonó pero no supe canalizarla hasta ahora que acabo de ver Parasite y que estoy leyendo Secuencias de una vida de Bryan Cranston. Así que para darle forma a mi idea, quiero destacar 3 episodios que me han llamado la atención:

El olor a pobre en Parasite

A lo largo de la película vemos varias escenas en las que se destaca el olor del señor Kim Ki-taek, padre de la familia Kim que vive en un semisótano. Se trata de un olor característico que al principio no es percibido por esta familia pero si lo es por el padre de la familia Park, familia adinerada que termina contratando, sin saber que todos están emparentados, a todos los miembros de la familia Kim para los trabajos de profesor de inglés (hijo); terapeuta de artes (hija); chofer (padre) y ama de llaves (madre).

En un principio es el hijo de la familia Park que nota que el chofer, el ama de llaves y la terapeuta en artes huelen igual. Esto solo llama la atención de los Kim por el temor de ser descubiertos en su mentira para trabajar con los Park y empiezan a preguntarse si deben lavar la ropa por separado con distinto jabón. Pero se van dando cuenta de que es más que eso; que deben cambiar de vivienda; que ese olor es producto del moho y de la humedad del semisótano.

Pero el olor va tomando otras características cuando el padre de la familia Park lo describe como algo propio de una determinada clase social. Esto ya va afectando al señor Kim. Al final, el olor terminó siendo el detonante o la gota que derramó el vaso para que el señor Kim terminara de descargar toda su violencia contenida.

Definitivo, aquí el olor no se elimina con jabón solamente.

La palidez de los del otro lado del muro

Como comenté al principio de estas líneas, en el año 2015 visité Alemania. Como se trató de un viaje académico, tuvimos varias visitas guiadas que destacaban las diferencias que todavía se sienten entre la Alemania Occidental y la Alemania Oriental.

Hubo un comentario que nunca olvidaré. Una de las guías destacaba que las personas que vivían en la Alemania Oriental tenían una palidez característica, palidez que siempre estuvo presente aun después de la reunificación, no importaba lo que hicieran, la palidez permanecía.

Tal parece ser que vivir en una sociedad libre no elimina esa palidez.

Años de heridas sin tratar

Mi lectura actual es la autobiografía de Bryan Cranston, el famoso Walter H. White de Breaking Bad y para mí el papá torpe de Malcolm in the middle. No es mi lectura habitual pero me llaman mucho la atención personajes, de distintas áreas, que muestran un profundo amor y devoción por su oficio. La autobiografía es una suerte de compendio de roles que le tocó desempeñar en la vida real y que definitivamente le dieron las herramientas para ser el actor que es hoy en día.

Creo que nada es casual, y que esté leyendo este libro, con las ideas e impresiones comentadas en los puntos anteriores, tampoco es casual.

Justo hace unos días leía un episodio en la vida de Cranston, en el que con poco dinero, una moto y su hermano, decidieron conocer el país. Como su intención era ahorrar al máximo, una vez decidieron dormir en un refugio de la Misión de la Estrella de la Esperanza en Texas. Sería una de sus peores experiencias, y la recordaba así: “Cien hombres que casualmente tenían los peores hábitos de alimentación y bebida del país. Una cacofonía de eructos y pedos. Olor a gasolina, alcohol rancio, heridas sin tratar y años de poca higiene que ninguna ducha podía mitigar” (Secuencias de una vida, Sipan Barcelona Network S.L., Barcelona, 2017, pp 95-96).

Ahora mi idea

En Alemania cuando nos destacaban que la palidez de los alemanes de la Alemania Oriental no desaparecía nunca; que era algo indescriptible que no se podía explicar y que definitivamente todos en Alemania podían identificar rápidamente quienes estuvieron al otro lado del muro, de inmediato me invadió la idea de que como venezolana tendría una marca similar. Esta marca no es física; mi marca no es mi acento; mi marca no es mi color; mi marca es otra cosa.

En Parasite la marca es un olor que no se reduce a pertenecer a una determinada clase social, eso es sólo superficial, el olor es el resultado de años de vivir de un determinado modo; de sufrir los rigores de la vida; en algunos casos de no tener un propio proyecto de vida o, mejor dicho, de establecer un proyecto de vida parasitando a otros. El olor no desaparecía aun mejorando las condiciones de vida. En este caso el olor es sufrir las consecuencias de tomar malas decisiones en la vida que, sorpresa!, no siempre es justa.

En ese episodio de la vida de Cranston, similar al olor que se destaca en Parasite, el olor son años también de malas decisiones, no es solo pobreza, o lo es pero es un concepto mucho más amplio a la sola noción económica. Cranston destacaba que años viviendo así no serían mitigados por ninguna ducha. También lo creo. Estos olores son más que olores, son marcas de la vida.

Vivir en una dictadura como la venezolana, los años que hayan sido (para el que migró o el que sigue aquí), son marcas de la vida. Todavía no sé si se traduce en un rasgo físico o en un olor. Puedo anticipar que esta marca de la vida se refleja en mi forma de pensar y hablar. Hoy en día me es difícil no analizar lo que nos ocurre y pensar, desde la filosofía liberal, cómo abordarla y replantear todo. Tal vez mi marca de vida sea mi forma de pensar y eso, para bien o para mal, también se nota.

 


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