Me he pasado estos últimos días leyendo el libro Chavistas en el Imperio, del periodista de investigación venezolano Casto Ocando, residenciado actualmente en Estados Unidos, en el que se relatan los casos más notables de los muchos que integran el vasto saqueo del tesoro público nacional ocurrido en la década de los años 2002-2012, en pleno mandato del “comandante eterno”, cuando este prócer de la revolución bolivariana manejaba a su antojo, sin ningún tipo de control, el ingreso monetario más grande de la historia nacional, superior a la suma actualizada de todos los presupuestos de gastos de los gobiernos anteriores habidos en Venezuela, desde su fundación como República independiente hasta la llegada al poder de Hugo Chávez.

El libro de Casto Ocando, publicado en marzo de 2014 por Factual Editores (subsidiaria de VFactual LLC de Miami), es exhaustivo en ese tema. Desarrolla cada caso de desfalco, robo, fraude o apropiación indebida del dinero público con todo lujo de detalles, mediante una amplísima indagación sustentada en una abundante documentación que puede ser verificada por quien tenga interés en ello. Todos los casos expuestos están respaldados por información catalogada, numerada y reseñada en 843 notas incluidas en las últimas 86 páginas del libro mencionado (459 a 545).

Su lectura me produjo depresión y malestar. Tenía una vaga idea de lo que había ocurrido en el país en términos de corrupción administrativa. Como muchos otros venezolanos había leído y oído comentarios parciales sobre la materia: los nombres de los culpables y el señalamiento de las entidades públicas desfalcadas, pero el conocimiento de cada caso en particular con los detalles de las sumas robadas (miles de millones de dólares), las modalidades usadas, las complicidades de las altas esferas del poder y los usos del dinero robado en suntuosas mansiones, en haras de caballos purasangre, en aviones y yates privados, en flotas de autos carísimos y en fiestas y diversiones faraónicas, es otra cosa.

A medida que avanzaba en la lectura del libro, acudían a mi mente las largas filas de venezolanos empobrecidos recorriendo a pie los polvorientos llanos y las frías cordilleras del sur, la tupida selva del Darién, las peligrosas olas del mar Caribe y las fuertes corrientes de los ríos del norte, obstáculos a los que esa humanidad doliente se enfrentaba cargando con sus pocas pertenencias, pidiendo ayuda y siendo rechazada, con niños que perecían en esos inhóspitos parajes, despreciados por los nativos de países cuyos emigrados en algún momento fueron acogidos generosamente por Venezuela.

La visión de los pensionados y jubilados que luego de toda una larga vida de trabajo cotizando para su jubilación quedaron en la miseria por la disolución de sus retribuciones y ahorros, de las familias divididas por el inmenso éxodo causado por la ruina del país, de las personas de la tercera edad dejadas atrás en la desbandada que han fallecido en o de soledad y, en fin, de todo el daño infligido a los venezolanos por el régimen chavista, imposibilita la indiferencia de todo lector del libro de Casto Ocando. Una gran frustración y un profundo odio invaden el corazón, sin poderlo remediar.

Ya el juego político dejó de funcionar entre los venezolanos. La actividad política no constituye ya una contienda cordial entre diversos partidos políticos. En las condiciones actuales del país, todo chavista, para quien ha sufrido los azotes del régimen, no es percibido como un simple contendor político, sino como un auténtico enemigo, un aliado de quienes le han causado un profundo daño. Resulta doloroso reconocerlo, pero ese es el resultado de la ley universal de acción y reacción.

El odio ha sido sembrado nuevamente en el corazón del venezolano. Al igual que en épocas pasadas, con la Guerra de Independencia, que en su mayor parte fue una lucha fratricida, o la Guerra Federal, que arruinó y desoló al país, hoy en día, si no fuera porque las circunstancias han cambiado y las armas están absolutamente monopolizadas por el régimen, bien pudiera haberse desatado un conflicto de esa naturaleza. En ese sentido, y como lo hemos expuesto en artículos anteriores, hemos dado un salto enorme hacia el pasado.


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