El odio es un sentimiento violento de repulsión hacia alguien que va acompañado del deseo de causarle daño. Hay que resaltar que dicho sentir puede también ir dirigido en contra de algo (una comida, un tipo de música, etc.). En algún momento de nuestras vidas todos experimentamos esa clase de estado sensible que nos conduce por derroteros extremos. Pero una cosa es sentir odio, expresándolo con palabras o un texto escrito, y otra manifestarlo mediante acciones específicas de agresión (asalto, ataque físico o embestida) en contra de un ser humano o un determinado bien.

En ese terreno la revolución bonita tiene una amplia experiencia activa. Si algo caracterizó al gobierno de Hugo Chávez fue su carácter confrontador y agresivo. La política de exclusión que llevó a cabo escindió al país en dos mitades que se repelieron sin cuartel. De los tiempos del líder de Sabaneta hay que recordar la ola de despidos que se llevó a cabo en Petróleos de Venezuela a raíz del paro petrolero.

El conflicto tuvo su inicio el 2 de diciembre de 2002. En ningún momento el caudillo de Barinas tuvo gestos conciliadores dirigidos a evitar males mayores. Como el personaje altanero que siempre fue, Chávez manifestó a los trabajadores de la industria que de continuar en su actitud los “botaría a todos”. Y miren que no fue en tono de broma. En el curso de los días que siguieron él actuó con particular agresividad y terminó impartiendo la orden para que se procediera a despedir a casi 20.000 empleados de Pdvsa. Esa acción fue un tiro al corazón de la compañía que marcó el inicio de la debacle en todo el país. Nadie puede ignorar que el combustible fundamental que se utilizó entonces –y que todavía hoy se emplea- fue la rabia.

Esa misma agresividad fue la que privó en las semanas subsiguientes, cuando muchos de los trabajadores despedidos que vivían en viviendas de los campos petroleros, junto con sus esposas e hijos menores de edad, fueron desalojados de sus hábitats sin ningún tipo de consideración. Las escenas respectivas, tristes por demás, fueron transmitidas entonces por televisión.

Curiosamente, similar conducta altanera es puesta en práctica a finales de 2017, en pleno mandato de Nicolás Maduro, con la aprobación ilegal de la “Ley Constitucional contra el Odio, por la Convivencia Pacífica y la Tolerancia”, por parte de la Asamblea Nacional Constituyente, la cual no tenía asignada competencia alguna para ello. Ese instrumento normativo es ahora empleado por el régimen para castigar a ciudadanos opositores por incitar al odio a pesar de que, conforme al artículo 187 de la Constitución, es a la Asamblea Nacional a la que le compete legislar en las materias de la competencia nacional. Al no haberlo hecho esta última, la referida ley –que en los artículos 20 y 21 impone pena de 10 y 20 años de prisión para quien cometa “incitación al odio”– no puede ni debe aplicarse.

Pero al gobierno le importa un bledo eso último. El régimen tiene de su lado la fuerza de las armas y eso implica, simple y llanamente, tener también la última palabra. Es por ello que el poeta Rafael Rattia, quien también es articulista de este medio de comunicación social, fue sometido a un juicio arbitrario por haber publicado el pasado 4 de abril, acá en El Nacional, un artículo crítico sobre el ya fallecido Aristóbulo Istúriz. El propio título del escrito lo dice todo: “El maestro millonario”. Para Rafael no fue más que un desahogo; pero los mandamases (y probablemente los familiares del difunto) lo tomaron como una ofensa imperdonable que ameritaba ser castigada, aunque ello se hiciera de manera aviesa.

Más temprano que tarde el tiempo de las injusticias y arbitrariedades llegará a su fin. Hay que armarse de paciencia. En este dramático momento, Rafael, estamos contigo.

@EddyReyesT

 


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