La incertidumbre es una posición incómoda. Pero la certeza es una posición absurda” (Voltaire).

Si algo nos han enseñado estos años de la segunda década del siglo XXI que llevamos sufridos es que la certeza es un concepto erróneo. Si algo hemos aprendido estos casi tres últimos años de caos e incertidumbre es que no podemos dar nada por sentado, tan siquiera lo que hasta el día de hoy nos había parecido sólido e inviolable.

Para aquellos que nacimos en la década de los setenta, viviendo, aunque como espectadores lejanos, los efervescentes años del comienzo de la democracia, la denominada “transición”, el concepto democracia ha marcado, sin lugar a dudas, nuestro devenir, siendo algo tan sólido, tan tangible, que nunca, hasta estos tiempos febriles, nos habíamos cuestionado.

El sistema de garantías en el que se basa la democracia, o en el que habría de basarse, el Estado de Derecho, la libertad de pensamiento, culto y expresión, nos ha hecho sentir que realmente éramos libres, propiciando, en un principio, todo tipo de movimientos, sociales y culturales que han hecho avanzar, intelectualmente hablando, a varias generaciones de intelectuales, políticos, científicos, artistas de todo tipo que han enriquecido nuestro entorno vital.

He de reconocer, o al menos es mi percepción, que aun desde posiciones ideológicas distintas a las mías, tuvimos una generación de políticos, estadistas, que dignificaron y dieron significado a la palabra democracia, dotándola de verdad. Desde el respeto mutuo y a las instituciones, procurando un nuevo espacio de entendimiento que no parecía posible tras la ruptura social de una guerra civil y una dictadura. Esta transición y el modo en que se realizó, gracias a los actores que intervinieron en ella y a las directrices, no nos olvidemos, que para ser justos marcó el régimen de Franco, fue y sigue siendo la admiración de propios y extraños. Era fácil caer en el continuismo en el que habitualmente caen las dictaduras, los totalitarismos, pero Franco, o aquellos que le rodeaban, tuvo siempre claro que España, una vez finalizado su período de gobierno, debía retornar al sistema democrático, y así lo dejó encauzado.

No quiero hacer proselitismo del franquismo, ni quiero que así se interprete, pero es honesto mencionar esto, ya que así ocurrió, aunque no siempre se ha contado cómo fue.

Indudablemente, los primeros casi treinta años de la democracia española nos posicionaron de nuevo donde debíamos estar. Desgraciadamente, la llegada al gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero dio al traste con la mayoría de avances que, por derecho propio, había conquistado la sociedad española.

José Luis Rodríguez Zapatero era un candidato para perder. El PSOE era consciente de que el momento socioeconómico que habían propiciado las dos legislaturas de José María Aznar nos abocaba, sin lugar a dudas, a una tercera legislatura. A lo largo de la historia de nuestra democracia, esto se ha dado en numerosas ocasiones; es más, se sigue dando. Cuando un partido político es consciente de la imposibilidad de ganar unas elecciones, elige un hombre de paja como candidato; alguien que, indudablemente, saldrá quemado de la contienda, pero que es sacrificable.  Jose Luis Rodríguez Zapatero era ese hombre de paja.

Sin embargo, el hecho trágico de los atentados del 11 de marzo lo cambió todo. En un hecho sin precedentes, pues las elecciones nunca debieron celebrarse en una situación como la que se daba en esos días, Zapatero ganó unas elecciones que tenía perdidas, lo que originó siete años de gobierno que condujeron a España hacia la recesión, no solo económica, sino también social, dando lugar, en pro de la mal llamada “memoria histórica”, al resurgimiento de las dos Españas, abriendo heridas que ya estaban olvidadas, todo ello para obtener el rédito político que su errática gestión no le rendía.

A partir de aquí, el sistema democrático español se ha visto adulterado, dando al traste con el marco de convivencia que había cimentado el éxito de nuestra democracia. La memoria histórica y el sistema de revanchismo en el que se basa, ha propiciado la aparición de los extremismos, sobre todo, de manera toxica, en la izquierda española, lo que ha llevado al poder, por la debilidad de otro presidente socialista, Pedro Sánchez, a aquellos que nunca debieron gobernar España.

La irrupción de Podemos y sus confluencias en el sistema democrático español ha demostrado, a las claras, que nuestras garantías, nuestros derechos constitucionales, pueden ser abolidos en cualquier momento y circunstancia. El comunismo y la democracia son inmiscibles, como el agua y el aceite. El intervencionismo económico, tanto en el libre mercado como en la propiedad privada que promulgan estos ultraizquierdistas, está enfrentado frontalmente con los derechos y garantías democráticas que, hasta hoy, hemos dado por sentadas.

Pero el intervencionismo no se suscribe solo al terreno económico. El adoctrinamiento al que se está tratando de someter a las nuevas generaciones, desde el sistema educativo y los medios de comunicación, está llevando a nuestros jóvenes a no poder formarse un criterio propio, basado en la realidad, en la veracidad y en los valores que cimentaban nuestra sociedad, como el respeto a la libertad del prójimo, sea cual sea su tendencia política, sexual o religiosa. Lo que antes era normal, ahora se estigmatiza, en defensa de los derechos de las minorías. O eres de los suyos o eres el enemigo.

Nunca fue tan cierta la afirmación de Charles Bukowski, que sostenía que “la diferencia entre una democracia y una dictadura consiste en que en la democracia puedes votar antes de obedecer las órdenes”.

Así pues, si nuestro único acto de libertad consiste en poder ejercer, de momento, el derecho de sufragio, seamos consecuentes. Basta ya de votar con el estómago o el corazón. Votemos con la cabeza. Si no por nosotros, por las generaciones que van a heredar un país pobre y acomplejado, si no ponemos remedio pronto a tanta sinrazón.

Baste un ejemplo, para terminar, que ilustra bien la realidad.

La democracia es una forma de gobierno en la que cada cuatro años se cambia de tirano”. (Lenin).

Nada que añadir.

@julioml1970


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