El liberalismo es una doctrina, una doctrina política  con una concepción del individuo, de la sociedad  y del Estado. Con una rica tradición que se remonta a las postrimerías del siglo XVII en Inglaterra, sus ideas-fuerza no han deja0do de crecer y multiplicarse hasta el presente. Con un grado de abstracción menor, una suerte de elaboración sistemática de ideas y propuestas concretas, una brújula para guiar las políticas públicas, el neoliberalismo pertenece al terreno de las ideologías, una ideología más del anchuroso mundo del liberalismo, elaborada en pleno siglo XX , con un claro propósito de enfrentar las ideas socialdemócratas y el Estado de bienestar que se habían impuesto en las democracias del capitalismo organizado a partir de la segunda posguerra. En resumen apreciado lector, el neoliberalismo no es la única expresión del liberalismo de nuestro tiempo, aunque si la más agresiva y consciente de sus posibilidades. Así, brillantes intelectuales liberales, como Aron, Berlin o Kelsen, no pretendieron ser ni mucho menos neoliberales. Incluso Keynes, la “bestia negra” de esta ideología, nunca abjuro de ser un convencido liberal.

Como toda ideología, el neoliberalismo tiene, amén de sus antecedentes intelectuales (en que no voy a entrar, dado lo corto de estas líneas), un nítido punto de partida: una obra adrede combativa y polémica, Camino de servidumbre, escrita por el economista austríaco Friedrich von Hayek y publicada el año 1944, con el claro propósito de alertar los peligros que se cernían sobre el legado de libertades que orgullosamente mostraban las economías liberales de su época, y que derivaban de las consecuencias socializantes de las ideas de Keynes, convertidas  en las ideas dominantes que inspiraban las políticas públicas, de manera particular las políticas de bienestar,  de los gobiernos de la época. Por supuesto la alerta de Hayek no era suficiente si no se contaba con un esfuerzo colectivo de economistas y filósofos sociales y políticos (Hayek, Friedmann, Popper, Lippman, Polanyi, entre otros), para lo cual se reunieron en Mont Perelin, Suiza, el año de 1947, y fundaron una sociedad con dicho nombre y el propósito de sistematizar sus ideas y presentar un programa , que no dudo en calificar de ideológico, con el fin  de difundir y convencer al mundo político de la bondad y pertinencia de sus ideas. El prestigio intelectual de Hayek y su amigos, y su reconocida autoridad en el mundo académico, penetró  con facilidad en las universidades y centros de estudios  de reconocida jerarquía, de las cuales la Universidad de Chicago se convertiría en el principal, aunque no único, centro de difusión.  La formación de brillantes discípulos, tanto economistas como juristas y politólogos,  hizo fuertes las ideas neoliberales  en los gobiernos y en la sociedad internacional.

Resumidamente, las ideas centrales del neoliberalismo, en su propósito de imponerse en la agenda pública del Estado contemporáneo, tal como lo expuse en mi ensayo sobre El Estado y la democracia, son: el imperio de la ley garantizado por el constitucionalismo ortodoxo de raigambre liberal; la defensa dogmática de la división de poderes, que impida la hipertrofia de la rama ejecutiva y su brazo administrativo; la restricción del rol de los sindicatos , que impida su poder de veto sobre las decisiones del Estado; la defensa irrestricta del libre mercado  frente al avasallante intervencionismo estatal en la economía; la protección de la propiedad privada, en tanto derecho sagrado e inviolable; la prevalencia de los derechos individuales sobre los derechos sociales, considerados, si acaso los acepta, de una jerarquía y un ámbito de protección menor; regreso al ideal del Estado mínimo; cuestionamiento de la justicia social; el equilibrio presupuestario como dogma a constitucionalizar; y la política de devolución de los abultados cometidos sociales del Estado de bienestar a la sociedad civil, apreciada desde una perspectiva mercantilista y no comunitaria.

Los últimos lustros han presenciado tanto el auge como la caída del prestigio de las ideas neoliberales. De una presencia avasallante (algunos neoliberales pretendieron suprimir los derechos sociales consagrados en las constituciones democráticas de nuestro tiempo), han pasado a una fuerte declinación y hasta desprestigio, por sus deletéreas consecuencias manifestadas en la creciente desigualdad social, de manera incisiva en los llamados países en desarrollo. Incluso las ideas neokeynesianas han vuelto a imponer su hegemonía en la teoría económica de la actualidad.

Un punto particularmente lacerante para nosotros los latinoamericanos lo constituyó el deslinde que hicieron los lÍderes intelectuales del neoliberalismo, tanto Hayek como Friedmann, entre el liberalismo económico y el liberalismo político, para así justificar la cruel dictadura de Pinochet en Chile, en detrimento de los anhelos libertarios de su pueblo. Rompieron con esa gravosa distinción la  tradición libertaria e igualitaria del liberalismo, presente ya en los escritos tanto de Stuart Mill como de Tocqueville. Seguramente, el nuevo constitucionalismo que surgirá de la constituyente chilena, terminará siendo el mayor mentís de una ideología que se nos trató de imponer de forma dogmática, como la única solución a nuestros protuberantes males endémicos, tanto en la sociedad como en el Estado.


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