La democracia en América Latina y el Caribe (ALC), y el sistema interamericano diseñado precisamente para su protección, está en estado de coma. Va más allá de los prototípicos casos de Cuba, Nicaragua y Venezuela. También Brasil, Bolivia, El Salvador, Guatemala, Honduras y México han visto empeoramientos en sus sistemas democráticos, desde cuestionamientos a procedimientos electorales hasta debilitamiento de instituciones legislativas y judiciales, traduciéndose en una alarmante falta de confianza de sus ciudadanos en la democracia.

En las últimas semanas se le añadieron dos rayas más al tigre. En Perú, no existe quien pueda posiblemente gobernar ese país. El fallido y ridículo intento de autogolpe del expresidente Pedro Castillo profundizó la crisis institucional y democrática de ese país. Numerosas protestas se han producido en consecuencia, añadiendo a la inestabilidad política y desconfianza en la democracia. En la pequeña isla caribeña de Dominica, el primer ministro Roosevelt Skerrit, quien ha gobernado el país ininterrumpidamente durante los últimos 18 años, arrasó con 83% de los votos en unas elecciones adelantadas el  6 de diciembre. La oposición boicoteó dichos comicios por falta de reformas electorales, las cuales desproporcionadamente favorecen al partido de Skerrit. Desde 2009 la OEA ha ofrecido recomendaciones para la reforma electoral, de las cuales no se ha cumplido ninguna. Como es de esperarse en una región apática, los gobiernos del continente han ignorado el retroceso democrático en Dominica.

Pero ya al tigre no le caben más rayas. La región no es ningún bastión ni ejemplo democrático de nada—con excepcionales casos en Costa Rica y Uruguay. Los gobiernos de izquierda en Argentina, Bolivia, Colombia, Cuba, Honduras, México, Nicaragua y Venezuela han apoyado el autogolpe de Castillo en Perú. De forma inmediata llovieron críticas a la izquierda latinoamericana por su carencia de solidaridad democrática. Pero,cuando el narcotraficante de derecha Juan Orlando Hernández en Honduras se robó las elecciones de 2017 para buscar un segundo mandato, en contra de la Constitución,al igual que lo buscará Nayib Bukele en El Salvador en 2024, la derecha latinoamericana se ha mantenido callada. A nuestros gobiernos, de cualquier tilde ideológica, no les importa ni la democracia ni el bienestar económico de sus ciudadanos. Solo les importa el poder político.

Como venezolanos, es importante reflexionar sobre esto. El sistema democrático regional está absolutamente quebrantado, y las naciones hemisféricas no están verdaderamente comprometidas con la democracia ni en Venezuela, ni en Perú, ni en ningún lado.

La democracia no va a llegar ni de Estados Unidos, ni de la OEA, ni de la Unión Europea. El sistema internacional se mueve hacia un peligroso mundo multipolar en el que dictadores como Nicolás Maduro se ven favorecidos por la importancia estratégica que le asignan potencias “rebeldes” como China y Rusia. El hecho de que Estados Unidos busque mejores relaciones con Venezuela es prueba de cómo el sistema internacional multipolar profundiza la competencia entre potencias. En dicha competencia, Venezuela es un peón más en el tablero. En palabras del influyente profesor de la Universidad de Chicago, John Mearsheimer, “la difusión de la democracia liberal tiene una importancia secundaria, si no terciaria, en un sistema multipolar, debido a que las grandes potencias enfrentan significantes limitaciones en democratizar otros países porque deben centrarse en competir entre sí por el poder y la influencia”. A la conclusión que debemos llegar con esto es que la Venezuela democrática no llegará por la vía internacional.

Importantemente, Venezuela no verá una transición democrática en 2023 mediante las negociaciones en México, ni tampoco de las elecciones presidenciales venideras. Si bien la oposición venezolana está haciendo lo mejor que puede —reorganizándose, relegitimándose y participando en todas las arenas institucionales, políticas, económicas y sociales posibles— la dictadura chavista está en un punto de consolidación muy difícil de quebrantar. La vía del golpe de Estado es probablemente la más eficaz, pero es igualmente improbable que suceda. Por ende, es muy deseable pero poco probable que veamos una mejora en Venezuela por canales domésticos.

La realidad con la que nos debemos sincerar es que no existen las condiciones globales ni domésticas para una democratización exitosa —ni en Venezuela ni en otros países autoritarios. Desgraciadamente, estamos adentrándonos a la era del ocaso de la democracia.


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