La realidad del planeta es que estamos interconectados. Con la acción de un botón nos enteramos de lo que ocurre en Nepal, Tombuctú o de las pestañas postizas de Meryl Streep. Es casi imposible que un hecho noticioso se escape como un conejo. Hace treinta años el mundo en pijamas se enteraba de la masacre de Tiananmén, la gigantesca plaza en el centro Pekín; veía caer a los estudiantes chinos que protestaban por libertad. Aquella noticia se colaría por una rendija que nos trajo hasta aquí. Somos una superautopista unida por un sinfín de canales, toda una telaraña bien tejida por influyentes intereses.

Desde la lejana provincia china de Hubei viajó el coronavirus. Penetró los cinco continentes sin medir distancias. Un agente infeccioso con una enorme capacidad para llegar hasta el último rincón. Los gobiernos desbordados con las morgues llenas de cadáveres, los hospitales abarrotados, mientras el virus trepa las más espeluznantes estadísticas. La gran tecnología reducida a tenernos obligados en las casas. Siglos de investigación sometidos por un elemento altamente corrosivo que nos coloca contra las cuerdas.

¿Qué cosas estamos haciendo mal? ¿Dónde perdimos la brújula de la racionalidad? Una característica fundamental de esta crisis es que la pandemia no discrimina, no se instaló exclusivamente en los países más vulnerables, por el contrario, hace estragos en naciones poderosas donde se encuentran los más avanzados sistemas de salud. Las grandes potencias exhiben el mortífero poder de armas de destrucción masiva, mientras un desconocido actor es responsable de llenarnos de despojos, actúa con una voracidad que no tiene un dique de contención.

Algunos países emborrachados de prepotencia se creyeron intocables. La realidad les estalló en la cara: con la enorme sumatoria de vidas malogradas. Si habláramos de una guerra con armas de destrucción masiva, diríamos que es un Hitler infeccioso que ataca impúdicamente a los inermes escudos defensivos. Somos un mundo tan relacionado que un virus recorre 20.000 kilómetros desde Jiangsu hasta el corregimiento de San Felipe en Panamá. Ninguna nación puede escaparse por la hendidura, todas están obligadas a utilizar la misma cuerda de salvamento.

Somos en definitiva una aldea global que responde a muchos problemas comunes. El coronavirus nos devuelve al puerto de donde salieron las naves. Todo forma parte de un planeta maltratado por la inconsciencia del hombre.

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@alecambero


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