Conceptualmente el progresismo es una doctrina política y social orientada, en general, hacia el desarrollo de un estado del bienestar, la defensa de derechos civiles, la participación ciudadana y cierta redistribución de la riqueza. En este sentido, los progresistas defienden, en líneas generales, más equidad económica y social, así como también lo que se consideran mayores avances en materia sociocultural.

De igual forma, los progresistas persiguen principalmente la libertad personal, muchas veces privilegiándola sobre la libertad económica de mercado; por ello, fomentan reformas en lo social, lo económico, lo político y lo institucional, con lo cual pretenden profundizar en la libertad del individuo ampliando sus capacidades dentro de la sociedad, la llamada “libertad positiva”. De esta manera, en lo socioeconómico, los progresistas propone que el Estado o la misma sociedad generen condiciones que permitan a las personas superar la desigualdad social, lo que Amartya Zen llama “oportunidades reales” a través de procesos de inclusión social; mientras que el populismo como práctica política a los fines de ganar elecciones hace uso de los postulados del progresismo; una vez alcanzado su fin como es el poder, terminan por generar pobreza, despilfarro, niveles de gasto insostenible, donde la corrupción es una práctica política para sostenerse en el poder, que finalmente desencadenan, tarde o temprano, en la necesidad de imponer profundas políticas de ajuste, acordes con las recetas satanizadas pero prescritas en el Consenso de Washington a finales de los ochenta.

La oleada de gobiernos populistas llegados a principios del año 2000, envueltos en las banderas del progresismo, les ha permitido llegar al poder para imponer sus proyectos políticos incluso personales para perpetuarse en el poder, al estilo castro comunista, que no han dirigido sus esfuerzos a superar el neoliberalismo y mucho menos el capitalismo, sino que por el contrario,  empobrecer a sus países.

El caso de la España de Rodríguez Zapatero es típico, sus prácticas populistas llevaron a España a las puertas de un quiebre técnico; Afortunadamente Rajoy logró superar la crisis heredada y dejó a España con crecimiento económico, una reseñable creación de empleo; unas exportaciones en continuo crecimiento, una tasa de empleo a la baja de 16,7%, con una deuda elevada, pero menor a 100% del PIB. En la actualidad la España populista de Pedro Sánchez se asemeja en mucho a la de Zapatero (Bambi entre sus íntimos). Según el Banco de España la recuperación de la economía española es la más rezagada de la zona euro.

El caso de Chile con Piñera es muy similar al de España, según el último reporte del Banco Central, el IMACEC de diciembre de 2021, creció 10,1% en comparación con igual mes del año anterior, dejando la economía de Chile como una de las de mayor recuperación en el mundo, luego de la crisis provocada por el covid 19; sin embargo, un populista como Gabriel Boric logró captar el voto mayoritario en las últimas elecciones.

La vecina Argentina es igualmente decepcionante con otro gobierno de los autollamados progresistas (justicialista) llegados a la Casa Rosa desde la época de Ernesto Kirchner. Las cifras sobre la situación económica en Argentina son contundentes. Según los últimos datos oficiales, más de 40% de los argentinos son pobres y más de 10% indigentes. Mientras la tasa de desempleo, que está apenas por debajo de 10%, encubre mucho empleo informal, cuentapropista y de bajos ingresos. Los salarios de los empleados y los ingresos de los pequeños trabajadores independientes han perdido poder de compra en una economía con persistente alta inflación, que en 2022 superará 50%.

En Ecuador, el proyecto de la Revolución Ciudadana con Correa apostaba por el gasto y la inversión estatal como el motor principal para alcanzar un mayor desarrollo; y aunque no se puede negar mejoras como en educación e infraestructura, existen grandes cuestionamientos sobre la incidencia de este gasto en forjar el camino de una nueva economía  para que fuera sostenible y genere desarrollo, por lo que se podía traducir en una política económica de ideas populistas con resultados limitados

Perú, país que había mostrado uno de los crecimientos más altos y sostenidos en la región, con la llegada de otro populista como Pedro Castillo con sus amenazas a los sectores productivos, ya comienza a mostrar sus signos de desaceleración durante los últimos ochos meses consecutivos. Cada vez crece menos y las previsiones del Banco Central para 2022 son bastante modestas. Estima un crecimiento de 3,4%, mientras que otras entidades manejan proyecciones aún más bajas. Diego Macera, experto del Instituto Peruano de Economía y miembro del directorio del Banco Central, le dijo a BBC Mundo que «crecer a 3% está bien para una economía desarrollada como la de Estados Unidos, pero para un país emergente como Perú es insuficiente».

El populismo en nombre del progresismo ha llevado a la quiebra moral, económica y política de muchos gobiernos y Estados. Hacen que los electores esperen la llegada de ese  profeta que les ofrece una tierra prometida impresa en la letra muerta de una constitución; de un bienestar que nunca llega, la defensa de unos derechos conculcados; una participación ciudadana sin derechos civiles y una riqueza mal distribuida. En conclusión, el populismo disfrazado de progresismo nos hace retroceder como los cangrejos.

 


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