Hablar del niño interior es considerar todo lo referido al grupo de creencias y al nivel de convencimiento, tanto positivo como negativo, forjado durante la infancia. Estas se encuentran implantadas en nuestro pensamiento y memoria, almacenadas de manera que influyen en nuestra forma de ser, así como en la conducta que demostramos.

Por esta razón, debemos analizar las distintas marcas emocionales que dejaron huellas profundas para sanarlas, ya que afectan nuestra vida como adultos. Sin embargo, la intención directa no es buscar culpables, ni atribuir a nuestros progenitores la responsabilidad. A ellos debemos manifestarles nuestro agradecimiento para retribuirles, lo cual se traduce a su vez en energía positiva y bienestar.

La finalidad de esta reflexión, debe ser buscar respuestas y características que son dañinas, de manera que establezcamos cambios que nos ayuden a crecer y ser mejores personas. Este factor abarca muchas verdades universales, que para nosotros son realidad porque no conocemos otra y muchas veces esto nos permitió crear un escudo o blindaje, con respuestas automáticas, formuladas y esquematizadas.

Sin embargo, estas ideas y sensaciones arraigadas desde la infancia, que viven en nosotros a lo largo de nuestra existencia, también nos sirven para reconectarnos con los sueños forjados en esa etapa, recordarnos nuestro potencial, cuál es nuestro propósito en la vida, así como los anhelos que tenemos presentes desde que somos niños. Esta capacidad se debe acoplar con nuestros deseos más profundos que nos indican el camino para alcanzarlos.

Además, hay muchos aspectos de tu niño interior que es importante conservar y mantener activos, como la vivacidad, la sensibilidad, la espontaneidad y la creatividad. Es relevante preservar a flote todo el amor recibido en esa etapa, los recuerdos arraigados y hacer surgir esos sentimientos. Estas emociones nos recuerdan que con el tiempo han cambiado las circunstancias, pero seguimos conservando el mismo espíritu.

Igualmente, es necesario recordar que se hace prioritario brindarle a nuestro niño interior, cuidado, cariño, comprensión, tratando de subsanar los aspectos que no pudimos resolver en ese momento. Con este fin se deben realizar los ajustes y las transformaciones necesarias, para cambiar las impresiones menos agradables aprendidas en la niñez, que con la madurez podemos modificar.

Nosotros somos los únicos responsables, quienes tenemos la posibilidad de tomar la decisión de transmutar lo que en esta etapa de la vida nos pudo afectar y quedarnos con lo positivo, para así obtener el bienestar y el equilibrio emocional que necesitamos.


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