Comienzan los preparativos para misas del Nazareno de San Pablo en abril

Venezuela es tierra de tradiciones, y no todas son políticas. De malos hábitos, como el petróleo y exceso de confianza en él. Creernos acaudalados por siempre. De costumbres acomodaticias, irnos a la playa en Semana Santa o atiborrarnos de cerveza los viernes, -por cierto, tradición eliminada por el chavismo y sus errores económicos. Pero de una inmensa conducta religiosa como pedirle milagros al Nazareno de San Pablo. «¡Que nos traiga sanación a Venezuela!», «¡Pidamos de corazón, que nos dé salud!», «¡Tenemos hambre, queremos comida!», retribuyéndole, vistiéndonos de morado y visitándolo una vez al año el Miércoles Santo. “Tengo años pagando una promesa, es un deber moral y religioso honrar la palabra empeñada.”

El Nazareno, la imagen de Jesús purpúrea cargando su cruz, poco tiene que ver con San Pablo excepto que originalmente fue guardada en la Ermita de San Pablo, sacado en procesión durante la epidemia de escorbuto y dice el gran poeta Andrés Eloy Blanco que, con la punta de la cruz, tumbó unos limones, interpretado por los fieles como señal; y empezaron a comer limones, beber su jugo, terminando con la peste. El fervor popular le atribuye al Nazareno de San Pablo milagros durante una epidemia que se esparció en el país en el siglo XVII y fue conocida como la «peste del vómito negro». Fue en la pequeña Caracas de pocas calles, techos rojos y mandato español; desde entonces ha mantenido su fama de milagroso, en especial, los caraqueños, lo veneran con su piel oscura -dicen que por el humo e intensidad de velas a lo largo de la historia- y su expresión de consternación, sufrimiento, dolor.

La ermita de San Pablo ya no existe, fue derribada durante el Gobierno de Guzmán Blanco para construir el parisino y majestuoso Teatro Municipal -¿existe?- El fervor chavista invade el Teatro Teresa Carreño que dejó de ser lugar para la cultura. No obstante, el ateo, vanidoso y petulante dictador, aterrado y temeroso de las iras del cielo, construyó al lado la iglesia de Santa Ana y Santa Teresa -su esposa se llamaba Ana Teresa- donde el Nazareno de San Pablo encontró residencia permanente y cada miércoles de Semana Santa se amontonan deudos, devotos y creyentes para sacarlo en procesión.

Práctica y fe que la propia Patrona de Venezuela, la Virgen de Coromoto, no ha podido disminuir y sólo compite, en intensidad de certidumbre y asistencia popular masiva, con tres acepciones de la Virgen María. La Chiquinquirá en el Zulia, la Divina Pastora en Lara y la Virgen del Valle que pescadores de Oriente sacan a navegar cada año.

El catolicismo venezolano, incluso en la Venezuela castrista, para quienes no son practicantes ni asisten a misa los domingos, es profundo, hondo y de arraigada tradición a pesar de los esfuerzos de impíos, escépticos, santeros, evangélicos, creyentes de brujerías e idólatras, idiotas paganos del socialismo bolivariano. Es un país en el cual se puede desconfiar de los sacerdotes, curas e Iglesia católica, pero confesarse al mismo tiempo “católico, apostólico y romano”; y no ir nunca a un templo, sin embrago, asumir opiniones de los obispos reunidos en la Conferencia Apostólica como dogma de fe.

Un país en el cual las religiones tienen derecho constitucional de existir y ejercerse libremente, pero donde las tradiciones son católicas, a contravía de la pretensión esforzada de cohabitadores que restringen libertades, persistiendo en la vagabundería e ilegalidad.

@ArmandoMartini


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