En septiembre de 2019 todos los medios de comunicación en Europa y en general de Occidente recogieron en sus portales de noticias la lamentable muerte de Aylan Kurdi, un pequeño niño de 3 años que se había embarcado junto con sus padres y su hermano mayor de 5 años en una travesía que le costaría la vida a toda su familia con excepción de su padre.

La familia había huido de Siria y estaba radicada en Turquía, sin embargo, la forma como son tratados en aquel país los obligaba a buscar otros horizontes para poder vivir en libertad y con dignidad.

Conceptos vitales para el ser humano, pero no importantes para los regímenes autoritarios en el mundo.

Los padres habían decidido arriesgar sus vidas en el mar luego de la negativa del gobierno de Canadá para otorgar asilo humanitario mediante una solicitud formal que había realizado una tía de los pequeños en aquel país de Norteamérica.

En esa frágil embarcación no solo iba la familia Kurdi. También fallecieron ahogados otros 6 menores, niños de entre 9 meses y 11 años que viajaban con sus familiares, quienes también murieron.

Estos dramáticos sucesos continúan ocurriendo de manera permanente en Europa y nos recuerdan aquellas travesías que narraban los cubanos cuando intentaban salir de la isla en rústicas y rudimentarias balsas hacia Estados Unidos.

En esa aventura por la libertad han muerto cientos de migrantes, muchos de ellos ya son historias anónimas y olvidadas en el tiempo.

Mientras estas realidades ocurren y son reseñadas con contundencia por los medios de comunicación en todo el mundo, en Venezuela se viene denunciando desde hace más de un año el drama que viven los ciudadanos que aspiran, al igual que sirios y cubanos, una vida más digna en otros países a través de rutas mortales por vía marítima.

Venezolanos que arriesgan sus vidas para intentar atravesar un mar bravío que tiene menos de 100 kilómetros entre Venezuela y Trinidad y Tobago, en una zona del mar Caribe conocida como Boca de Dragón y donde la Organización Internacional para la Migraciones ha registrado más de un centenar de desaparecidos solo en el año 2019.

Una aventura que puede costar hasta 300 dólares, según testimonios de testigos que aseguran que casi a diario llegan a la población de Güiria personas interesadas en embarcarse hacia Trinidad y Tobago.

Venezuela está viviendo el mayor flujo migratorio forzado de toda su historia, situación que reconoce la Organización de Naciones Unidas. Un éxodo incluso superior al que ha realizado el pueblo sirio, país que está en guerra desde hace más de 6 años.

Mientras esto ocurre, los actores políticos en Venezuela se enzarzan en una lucha por el poder a través de mecanismos electorales que no hacen sino acrecentar y aumentar la decepción de la ciudadanía que habita dentro y fuera del territorio, quienes observan cómo la falta de seguridad ciudadana, de salud, de alimentación y de todos los servicios básicos han convertido al país en una copia fiel y exacta de naciones africanas o de la misma Haití.

El fin de semana, cuando se realizaba la “consulta popular” por parte del gobierno interino de Juan Guaidó, la marea se encargó de devolver a las costas venezolanas a un grupo de cadáveres de venezolanos que habían partido desde Güiria hacia Trinidad y Tobago el domingo anterior, cuando la tiranía de Nicolás Maduro realizaba otro fraude maquillado como una elección para elegir a los diputados a la Asamblea Nacional.

Una travesía que al menos 19 no lograron cumplir en una embarcación que paradójicamente llevaba por nombre “Mi esperanza” y que terminó naufragando como aquella que habían abordado el pequeño Aylan Kurdi y su familia siria cuando salieron en búsqueda de libertad y dignidad.

@andcolfa


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