Nació como el faro que ilumina los pasos del país. Sus páginas describieron la nación ilusionada, aquella que desafiaba la tormenta proveniente de los nubarrones dictatoriales, era construir un medio de comunicación que representara a la Venezuela en todo su esplendor. Desde el génesis fundacional se regodeó del pensamiento más lúcido.

Ciudadanos ilustres plasmaron sus ideas en un espacio privilegiado por la calidad de quienes hacían armas allí. La patria atragantada de dificultades heredadas de las injusticias y el destierro, de un pueblo palúdico hundido en las confusiones arrastradas de años de oscuridades alumbradas por luciérnagas de escaso vuelo.

Un crespúsculo larense se prendió del lápiz del primer director del periódico, el barquisimetano Antonio Arráiz, para concebir al diario que se transformaría en una de las instituciones más sólidas de la nación. Un taciturno personaje que se encontró, de pronto, en la década del cuarenta, con dos amigos excepcionales: Henrique Otero Vizcarrondo y Miguel Otero Silva, para impulsar la concreción de un sueño que reflejara al país cundido de atávicas dictaduras, expresiones de esclavitud y desazones de una Venezuela enquistada en las pesadas ruedas del atraso.

Mientras la rotativa expelía ideas que cortaban como cuchillos, las brumas del oscurantismo militarista, el pueblo fue reflejándose en aquellos ojos de papel que le transmitían dulce esperanza. Fue venciendo obstáculos que paulatinamente buscaban soliviantar su espíritu esencialmente democrático, la subrepticia copa del sobresalto como veneno mortífero del pensamiento.

Jamás dejó que las presiones de las altas esferas les pusieran un cerco a sus principios. Se hizo fuerte con la savia que llegaba de contar con los más conspicuos pensadores de la nación, quienes emigraron de otras experiencias periodísticas para situarse en el paraninfo de la brillantez intelectual. Fue así como en poco tiempo El Nacional se hizo la patria entera. Sus páginas llevaban consigo al país que se esforzaba por salir de las mazmorras del miedo, una geografía llena de cruentas dificultades en donde gobernaban las enfermedades endémicas, de pocas escuelas que alumbraran el camino entre cujíes fortísimos con las letárgicas ramas del analfabetismo.

Desde el Parlamento se concebía un nuevo contrato social con derechos desconocidos para las mayorías oprimidas. El voto de la mujer ideado en aquel hemiciclo, bendecido de lúcidos protagonistas, recibió del periódico todo el impulso que cambiaría la historia. Una rueda se atasca en el camino cerril de escasas libertades.  El 24 de noviembre de 1948 es derrocado el gobierno constitucional de Rómulo Gallegos y una Junta Militar se encarga del poder. Así, se dio el «golpe» y la Junta quedó integrada por Carlos Delgado Chalbaud, Luis Felipe Llovera Páez y Marcos Pérez Jiménez. El grito chillón del arrebato fue buscando al diario y lo consiguió firme al lado de la democracia, aquella larga noche de la dictadura se iniciaba con persecución y muerte, incluso uno de los protagonistas muere sospechosamente: El 13 de noviembre de 1950, Carlos Delgado Chalbaud es secuestrado ese día por un grupo encabezado por Rafael Simón Urbina, y posteriormente asesinado en una casa de la urbanización Las Mercedes de Caracas, propiedad de Antonio Aranguren.

El Nacional fue profuso en los análisis del magnicidio que consternó a una Venezuela que volvía sobre los pasos de las viejas venganzas del siglo XIX. La dictadura asomó su rostro de cicatrices para enseñorearse de una Venezuela castrada de libertades. El Nacional fue su consuelo en los escondites de los valientes, entre los ocultos dirigentes que organizaban la resistencia.

Más allá de las torturas y sacrificios de quienes se resistían al sometimiento, un diario fue el pañuelo para las lágrimas de todos. El exilio se enteraba del acontecer venezolano gracias al periódico que resistía la voracidad del totalitarismo. El 23 de enero de 1958, cuando cae la dictadura, todos leyeron aquel titular publicado por El Nacional, como una prueba irrebatible de su amor por la libertad. Luego prosiguieron nuevas batallas en la era democrática. Siguió reuniendo a los mejores. Escribir allí es como jugar en las Grandes Ligas con los Yanquis de Nueva York: lo máximo. 77 años después sigue respondiendo a sus principios de combate.

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@alecambero

 


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