Sobran las ideas para escribir un artículo. En estos tiempos proliferan los temas que llaman la atención, tanto nacionales como mundiales. A cada instante pasan miles de cosas de las que nos enteramos. Nuestra vida se desliza dentro de la Sociedad de la Información que, a la vez que nos deja saber lo que sucede, nos confunde con la realidad, la oculta y la falsifica. Hace posible que se burlen los hechos y se abran las puertas a las que elegantemente han sido bautizadas como las “verdades alternativas”. En suma, enturbian la posibilidad de conocer e interpretar los acontecimientos que nos rodean, lo que obviamente también sucede en nuestro país, pero aderezado con otros factores que soplan desde el poder, reforzándolos, y que atañen a la libertad de expresión

En este sentido, me refiero a las diversas maneras de las puede disponer el gobierno con el objetivo de controlar los medios de comunicación (televisión, radio, periódicos, la esfera digital), haciendo caso omiso de lo dispuesto en nuestras normas legales, incluso en la Constitución.

Aludo, igualmente, a la opacidad que caracteriza el manejo de los asuntos oficiales. Solo por mencionar un aspecto, las estadísticas se manejan a discreción y uno se queda sin saber bien cómo es la cancha en la que estamos parados, siempre con la obvia y legítima sospecha de que no es la que se describe en los informes a los que se puede acceder. Por fortuna hay organizaciones de diversa índole, unas locales, otras internacionales, que muestran las otras caras de la realidad nacional, recogiendo la sensación de los ciudadanos de a pie, los que sufren en carne propia el descalabro de nuestro país, sumido en una larga crisis que la afecta en todos los espacios.

Sin pretender, ni mucho menos, ser exhaustivo en el análisis de un asunto que es medular para la democracia, quiero mencionar un tercer aspecto, al que me parece que no le damos tanta relevancia. Se trata de la resignificación del lenguaje, idea recogida como predicción hace más de medio siglo en la novela 1984, escrita por George Orwell. En efecto, desde el inicio de la presidencia de Chávez, las palabras han ido pasando a significar algo distinto a lo que hasta entonces designaban. Expresado muy brevemente, se trata de lo que el mencionado autor identificó como la “neolengua”, con el fin de advertir en torno a la simplificación del idioma, bajo el entendido de que éste es el medio del que disponen las personas para entender y conceptualizar la realidad. Desde entonces se ha ido encogiendo, convirtiéndose en un relato político simple y maniqueo, que se destila en un pensamiento único y que sataniza las discrepancias y sirviendo como plataforma a un discurso épico que se vocea en decibeles altos, como si de esta forma aumentara su capacidad de convencer a “nuestro pueblo” de que vamos hacia la construcción de la “Gran Venezuela”.

Viene a cuento lo anterior porque el pasado 3 de agosto El Nacional cumplió 80 años de fundado. Son muchos años y merecen ser celebrados, sobre todo en un país en el que aún priva la “cultura de lo efímero”. Pero que hay que festejarlos todavía más si se calibran a la luz de las dos últimas décadas de su historia, trenzadas por múltiples obstáculos de toda índole que, sin embargo, no han logrado bajar al periódico de la tarima pública, manteniendo su propósito de exponer una versión de nuestra sociedad, muy lejana a la que se divulga mediante la “lengua oficial”.

Como he dicho más de una vez, estoy familiarizado con El Nacional desde niño, cuando leía sus páginas de deporte, en particular las de fútbol. Al paso en que avanzaba en mi adolescencia, brinqué a otras secciones y nació mi interés por la política, sin entender muy bien de qué se trataba, pero que me abrió una ventana gracias a la que pude ver un poco más allá de mi ombligo personal y social.

Nunca me pasó por la cabeza que algún día escribiría en estas páginas como columnista, acontecimiento que interpreto como un privilegio que me dio la casualidad. Desde esta condición va mi reconocimiento a quienes lo fundaron y mis felicitaciones a quienes hoy lo hacen posible desde su tenacidad.


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