Comprobado el fracaso de las actuales estructuras de la oposición, y de unos partidos que perdieron el sentido de la conformación y ejecución de sus labores políticas, económicas y sociales para convertirse en apéndices del régimen neototalitario, no solo como colaboradores de estos en la «asamblea» nacional, sino en los espacios de las pocas alcaldías y gobernaciones que aún mantienen en una disfrazada praxis democrática,  porque todo, absolutamente todo está centralizado de una manera perversa, y que termina por enterrar a la sociedad en su conjunto.

Que una persona, sea cual sea la causa de traba «legal», tenga que desplazarse desde cualquier rincón del país hasta Caracas para solucionar asuntos de identidad, relacionados con una partida de nacimiento, cédula o pasaporte, o tramitar sus derechos de pensión o jubilación, o hasta para solicitar la validación de propiedad de un inmueble, o cualidad universitaria, y peor, cuando se trata de un hecho jurídico, y a la par de ello, tener que soportar inmensas colas y horas de espera durante varios días, en muchos casos sin poder solucionar el problema que le ha sido negado en el interior del país, debido a la ineptitud de una administración pública, es el significado que el actual «Estado» está colapsado,  corrompido y prostituido en todos sus componentes.

Ante ello, que sea la propia «asamblea» el órgano que integra tal destrucción institucional en comparsa con el poder «Ejecutivo» que controla Nicolás Maduro, y este a su vez quien es el principal responsable de la terrible crisis económica y social que constriñe a los venezolanos, quienes a su vez, tengan que sobrevivir con salarios o pensiones miserables que promedian menos de 1 dólar al día, y que además deben ser objeto de una burla «jurídica» por parte de un «Tribunal Supremo de Justicia» que se atreve a multar a ciudadanos demandantes de sus derechos, alegando la inexistencia de «instituciones e instructivos», pero que sí existen para que un indolente gobierno someta a la población al hambre, la pobreza, la miseria y la condena social.

Que en el medio de esta vorágine no exista un partido político o una voz que logre aglutinar el sentimiento de protesta y desesperanza que envuelve a la población, además sometida ante lo que el régimen llama «vivir viviendo» sin tener eficientes servicios públicos, es decir, tener que pasar días y días sin agua, horas y horas sin luz, o soportar largas jornadas para obtener una bombona de gas, o llenar el tanque de combustible, conjugado con unas inexistentes telecomunicaciones en tiempos en que la Internet domina al mundo, son otra esfera de la destrucción del país.

Si a estas condiciones de una malograda historia contemporánea, tenemos que observar una generación inútil de políticos, ignorantes en todos los espacios filosóficos y epistemológicos de las ciencias sociales, pero muy hábiles para construir pragmatismos de complicidad política que alienten sus bolsillos, solo nos queda a la ciudadanía en general, reconstruir otra dimensión política, y abandonar la posición intimista que ha prevalecido en las últimas décadas, para señalar un nuevo camino.

La anomia no puede seguir marcando la tendencia, por el contrario, y sin que ello implique llegar hasta la nigromancia, debemos volver a buscar en las propuestas, ideas y luchas de independencia y libertad, un sendero que nos lleve por otro cauce político.

La justicia ha sido enterrada para la sociedad. La educación convertida en el burdel ideológico del régimen. La función pública es la letrina del discurso neototalitario. Sin esos tres componentes no habrá realidad política, ni económica, ni social que beneficie a los ciudadanos, y menos que permita a Venezuela superar la desgracia de vinculaciones neonazis, neofascistas y neoestalinistas que nos están sometiendo como pueblo.

Hay que reinstitucionalizar el país. Los ciudadanos, aquellos que aún creemos en que es posible transformar con el voto esta bazofia madurista que ha contaminado con máxima enfermedad social nuestra vigencia humana, estamos obligados a replantear otra historia. Hay que lograr el nacimiento de una nueva oposición.

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