Recientemente leí unas declaraciones del diputado Juan Guaidó admitiendo que una de las debilidades de la oposición democrática ha sido la poca fortaleza de sus vínculos con la comunidad, la carencia de estructuras organizadas por los ciudadanos destinados a reivindicar y defender combativamente sus derechos.

Carencia que creo que ha estado presente a lo largo y a lo ancho de los 20 años de desgobierno chavo-madurista, debilidad presente en todas y cada una de las tendencias y organizaciones que integran ese conjunto tan diverso que reconocemos como oposición democrática.

La ruptura constitucional desarrollada progresivamente por Hugo Chávez durante su década administrativa, dedicada a la confusión y el desorden económico y social de la nación, multiplicó sus adversarios y radicalizó a sus oponentes, las posibilidades de una administración adecuada a los mandatos de la Constitución se redujeron sensiblemente.

La confrontación política durante la primera década del siglo XXI identificó claramente las pretensiones continuistas y autoritarias de Hugo, quien sostuvo su presencia en Miraflores mediante el derroche de los recursos aportados por la renta petrolera y el endeudamiento, acompañado por el engaño sistemático en torno a su labor administrativa.

Sobraron los proyectos de servicios, cuyas realizaciones efectivas aún están a la espera, pero los dineros asignados para ellos desaparecieron, pero de igual forma los planes de inversión económica y desarrollos locales o regionales no tuvieron otro camino que las páginas de la prensa gubernamental y los bolsillos de los contratistas boliburgueses.

La creciente participación de la oposición durante el período chavista descansó fundamentalmente en el señalamiento de las violaciones y falsificaciones constitucionales de su gobierno, una mentira tras otra, un engaño tras otro, dedicados a confundir a la ciudadanía, pero sobre todo destinado a esconder su participación en el proceso insurgente que se desarrollaba en la vecindad colombo-ecuatoriana, pero fue derrotado por el presidente Uribe y su gestión

El gobierno de Hugo Chávez se alineó en la pretensión euroasiática de revivir la Guerra Fría, orientación que los condujo al trasnochado antinorteamericanismo cubano y al encuentro con políticas de naciones reñidas con la vida democrática, que en el papel y en el discurso decía defender en Venezuela y América Latina.

El trabajo de la oposición durante la primera década del autoritarismo chavista tuvo por delante la inmensa dificultad de la abundancia de recursos en el gobierno, producto de los elevados precios del petróleo y de las reservas recibidas de la administración anterior dirigida por el Dr. Rafael Caldera.

Por lo que sobró dinero para premiar el oportunismo de importantes sectores de la población y el ocio de otros, venezolanos que en su mayoría un poco más adelante lamentarían su ligereza y su imprevisión, la acción social chavista puede identificarse con la afirmación de “pan en abundancia para hoy y hambre miserable para mañana”.

La denuncia cada vez mejor elaborada por la oposición democrática fue colocando en evidencia la estafa chavista y pudimos apreciar el crecimiento político y electoral de la resistencia ciudadana, al asalto del patrimonio nacional y al Estado de Derecho, y empezó a quedar en evidencia que por ninguna parte aparecían las obras ofrecidas, pero tampoco el dinero asignado; sin embargo, la movilización opositora creció, pero no trascendía la actividad electoral.

Con la muerte del presidente Chávez en 2012, el nuevo inquilino de Miraflores, Nicolás Maduro, hombre de confianza y parte del proyecto autoritario, que ajeno al interés nacional participa de los planes de construir en Venezuela un proyecto político destinado a servirle de soporte a sus negocios y a las dictaduras cubana y nicaragüense; sin embargo, confundido intentó repetir las políticas económicas heredadas de su finado jefe.

En muy poco tiempo, en los primeros meses de su administración, Nicolás sintió el torpedo de la catástrofe económica construida por su jefe, quien inspirado en la experiencia cubana, se dedicó a hostigar y castigar la empresa privada, despojando incluso propiedades exitosas, pero además transitó todo un camino de desprestigio de los profesionales y técnicos de la nación.

Y los resultados fueron los mismos que hace 50 años en la República cubana, la migración sostenida de todo aquel cuya calificación en el trabajo le permitiera un mundo mejor, fenómeno dinamizado y multiplicado por la quiebra de empresas y una masiva fuga de recursos, pronto se dibujó en el horizonte una catástrofe económica de colosales proporciones, porque arrastró también como remate la quiebra de la industria petrolera, soporte de la economía nacional.

Y como resultados muy claros e inmediatos: desempleo, desaparición de los salarios, desabastecimiento, migración de los ciudadanos, gestándose una situación explosiva, cuyo desenlace solo se ha resuelto en forma transitoria a través de la diáspora de las personas, más de 5 millones de venezolanos han tomado el camino del exilio para sobrevivir.

Y es con los millones de compatriotas empobrecidos, desempleados, que comen y se visten a medias, condenados a vivir al día, sin efectivo y sin reserva de alimentos y dinero, con niños sin actividad educativa, con poca agua, sin gas y sin gasolina, a salto de mata cuando se enferman, es con ellos que nuestra oposición debe construir un instrumento de lucha pacífico, democrático y constitucional, capaz de tomar la calle para exigir la solución efectiva de los problemas de los ciudadanos y reclamar elecciones libres.

 


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