“Se dice usualmente que, si en un barril de

manzanas una de ellas está podrida, se pudren

en consecuencia todas las demás. En este caso

es al revés: todas las manzanas están podridas,

menos una. Podridas de falsedad” 

Sergio Ramírez

(«El caballo dorado», Alfaguara, Barcelona, 2024: 179)

Por estos días febreristas, resulta inevitable evocar los hechos del 4 de 1992, en lugar de la gesta de los seminaristas y cursantes universitarios en la consabida batalla de 1814, o de la cada vez más olvidadas protestas populares de 1936. El país siente todavía la hondura de una puñalada cuartelaría que lo dislocó y confundió, celebrándola paradójicamente en las vecindades carnestolendas al principiar la década de los noventa que nos condujo finalmente a un siglo harto diferente del soñado; por cierto,  muy después consternados y arrepentidos por el craso error facilitado por la llamada antipolítica que marcó un serísimo precedente e irradió, legitimándola, su poderosa influencia al resto del continente.

Huérfanos de una adecuada y suficiente explicación ajena a la moralina, la decencia y las buenas costumbres que apuntaron a un agotamiento del debate ideológico, los más avezados apelaron a la teoría del cisne negro, en boga al abrir sus puertas la otra centuria, creyendo los hechos del 4-F como absolutamente impredecibles y radicalmente sorpresivos. No obstante, además de los informes de inteligencia que advirtieron la posibilidad y proximidad de los nefastos acontecimientos, enterados luego de la existencia del general Carlos julio Peñaloza, la literatura especializada y divulgativa de entonces esbozaba la tragedia, como el célebre estudio de los valores de Roberto Zapata, los comentarios mensuales de Miguel Ignacio Purroy para el Centro Gumilla, incluyendo las fundadas advertencias hechas por los liberales Aníbal Romero y María Sol Pérez Schael que tanto y sísmicamente impactaron al lector de una profunda y sostenida formación socialcristiana, como la del suscrito: cada habitante de la nación petrolera, trastocado el crudo en existencia e identidad, reclamaba ardoroso la cuota de la renta que el otro y los otros descaradamente le robaban, por encima de cualesquiera otras consideraciones.

Hacia 1998, deseamos y obtuvimos el irrepetiblemente limpio triunfo electoral de una cara nueva y de oficio militar, para más señas, respondiendo a una vieja mentalidad que no es rural, como se presume, sino de cuño positivista que compite y también convive con el leninismo, más allá del marxismo, como el más sólido e inamovible sedimento cultural que aún nos negamos a reconocer y cuestionar. Convertidos en un espectáculo de perpetuo estremecimiento, característica de un largo y único gobierno al que lo fatigan las propias tensiones que genera, Chávez Frías y sus elencos, envejecidos todos en el poder, expusieron como secreto de una infinita pureza ética y castidad política la inexperiencia: curioso, sólo aprendieron a sostenerse en Miraflores, burlándose de las otras previsiones que nos hubiesen llevado por un sendero diferente al XXI, como el plan estratégico de Pdvsa que bregó por la posible la producción de 5 o 6 millones de barriles diarios en una industria sana y transparente en las adyacencias de 2020, sometida a los más severos controles públicos.

Siendo contadas las excepciones, todo el liderazgo político de los siglos precedentes fue conocido por el país desde muy temprana edad, como ocurrió lo propio con la dirigencia al interior de cada organización de la sociedad civil. E, incluso, omitidos deliberadamente los nombres de pila, nos valemos del ejemplo de Caldera, Betancourt, Villalba, Fuenmayor y Machado, a quienes ya de avanzada edad se les pedía cuenta de sus actuaciones en los tiempos de juventud, porque trillaron el camino de la política prematuramente y  desde las más modestas posiciones, expuestos como ninguno de los cuatro-febreristas dedicados antes a los privilegiados estudios castrenses y un no menos privilegiado como seguro desempeño profesional.

Cierto, certísimo, hay que trabajar con lo que tenemos a sabiendas que el régimen ha intentado esquilmar a la oposición venezolana, lográndolo no pocas veces, pero es necesario romper con la interesada, latosa y perniciosa creencia tan sustancial a los eventos y protagonistas del 4-F: la improvisación del dirigente político que ni siquiera sospecha de una vocación y mentalidad de Estado, sumergido en una suerte de barril del oportunismo que va rodando a ver si la pega. Contamos hoy con personas de trayectoria, convicción y experiencia, formación y destreza, vivencia y conocimiento, agregándole inspiración estratégica y talento táctico, poco o muy conocidas en la opinión pública,  capaces de conducir el barco hacia una exitosa, corajuda y exigente transición democrática, cuya principal credencial ha de ser una humildad quizá parecida a la del promedio de nuestro histórico liderazgo político que luchó por la independencia y un régimen de probadas libertades para Venezuela.

Apreciamos  a los jóvenes de acción, propulsados por un sentimiento y compromiso con un futuro diferente para una Venezuela distinta, que viven las escenas de 1814, camino a La Victoria, dibujadas novelísticamente por Arturo Uslar, o se adentran con habilidad en las reflexiones de Luis Salamanca con la vista puesta en 1936. Y también estimamos a los más adultos que piensan y actúan, conscientes que el mundo no se acaba en 2024.

Casi un año atrás, lo más cercanos que hemos estado de una instalación militar, estuvimos en las oficinas del Saime, que están ubicadas en el centro comercial Los Próceres (antiguo IPSFA), como igual se puede ir a las oficinas equivalentes en el club de la Guardia Nacional de El Paraíso, y nos llamó la atención la oferta de un busto de 800 dólares de Chávez Frías al lado de un médico santificador y de un prócer militar que siguen vigentes al inicio de cualquier juego. Y siendo un poco más que una, las manzanas verdaderas prosiguen en el tablero.

@luisbarraganj


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