Es rigurosamente cierto en el Mundo inmundo de Marie-Josué Saintus: la perversidad puede ser una forma válida de existencia (01). Cuando la intelectual se comunicó inicialmente conmigo, lo hizo de una forma tan original que –de inmediato– le pregunté si escribía. Mi sospecha estaba fundada: ya tenía en una imprenta la mencionada compilación de sus extraordinarios y primeros textos.

Algunos son cuentos, sin duda impactantes: El tempo de la diosa oscura, La oveja negra, Jack, El Oscuro y El ultraje (entre otros). En todos, la autora narra sin freno: es explícita, corrosiva, irreverente, persuasiva y nada moralista.

En El ultraje, por ejemplo, es imposible que el lector no experimente cierto terror frente al violador de una púber: -«Esta tarde vi a una hermosa niña caminando cerca del lago […] Cerca de mi lugar favorito […] Tenía la cara bonita, tierna e ingenua como la Lolita de Nabokov, los senos pequeños y el culito repingón […] Dejé salir a la bestia que hay en mi […] Tuve que golpearla para que se calmara. Vi cómo se rendía, cansada de luchar […]»

Todavía en los claustrofalaces se discute si la literatura erótica (perversa, morbosa) merece la atención y el respeto de académicos. Aún a quienes escriben con obvio desparpajo (como Marie-Josué) ciertos críticos de culta cofradía universitaria le deparan el correspondiente enjuiciamiento por cometer, delinquir mediante la redacción de cuentos o novelas que pudieran lucir similar a una alevosa falta de respeto.

Tampoco da tregua a lectores con tupé de idiotas porque no tiene sentido la suspensión de la razón inmutable. La narrativa de Saintus es divina e insolente. Pero es preciso decir que supura inteligencia. No oculta «lo oculto heideggeriano», transforma el hiperrealismo en ficción que enfada. Abofetea, escarba nuestras conciencias y desflora la moral de las mofetas de la oficialidad literaria.

Cuando la literatura no es odorífica ni hiede no merece ingresar al insepulto y de nadie territorio de la ficción, donde la razón inmutable ejerce un dominio indiscutible. Debe conmover, seducir o esputar encima de la inextinguible e hipócrita humanidad. Las historias de Marie Josué Saintus no están destinadas ser absorbidas por la nada o el agujero negro que mantiene sitiado a los hacedores, sino que han irrumpido para felizmente perturbarnos. Su prosa semeja a una infalible y letal cepa infectomutante.

Sólo despojándose de prejuicios frente a sus despiadados personajes, de esa forma, los lectores no aviesos evitarían ser lastimados por su portento. Pero estoy convencido: son más peligrosos los creadores enmascarándose para intentar mostrar que no tienen la psiquis torcida: esos que, contrario a Marie-Josué, maquillan cobardemente la sustancia que fortalece el acto escritural.

En Mundo inmundo Marie-Josué igual inserta apotegmas interesantes, muy mordaces. Es imposible ser hacedor prefabricado, modoso e impedido por las circunstancias o exigencias sociales para evitar destruya la institucionalidad de la moral hipócrita. Ser obligado convertirse en un  leguleyo destinado conservar hábitos y costumbres. Lucir antípoda de la libertad, profeso de la antítesis que exalta el texto ilegible o confuso que no compromete ni ilustra. Ella escribe atraída por lo real bajo sujeto a interdictos.  El mundo está sempiternamente bajo zozobra, sus atrocidades desaparecerán con el hombre. Fue excelente, afirmo, este iniciático libro de una joven, vanguardista y talentosa escritora residenciada en Caracas y a quien conocí poco antes de la devastación socialista que experimentamos los venezolanos.

NOTA

(01)  Edición de Comala, Caracas, 2008 (www.comala.com)

@jurescritor


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