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La guerra en Ucrania ya ha causado serias distorsiones a la vida en todas las latitudes del planeta y parece previsible que las mismas se extiendan en severidad y magnitud.

Desde hace algún tiempo se viene barajando el rumor -ya más que rumor parece posibilidad- de que los países escandinavos que todavía  no son miembros de la OTAN (Suecia y Finlandia) busquen  la posibilidad de integrarse a ese esquema del cual ya Noruega y Dinamarca forman parte. Lo mismo se viene especulando respecto de los países bálticos (Latvia, Estonia y Lituania) siendo que estos últimos sí fueron miembros de la extinta Unión Soviética como lo fue también Ucrania. A ello súmese la participación de otros miembros como Turquía y repúblicas de la antigua órbita soviética (Polonia, República Checa, Eslovaquia, Rumania, Bulgaria, Croacia, Eslovenia, Albania y desde 2017 Montenegro)

Entendemos que este asunto sea bastante crucial para Rusia por cuanto significa ni más ni menos que llevar la OTAN a las fronteras rusas lo cual, en nuestra opinión, causa justificada preocupación a Moscú, sea quien sea el amo del Kremlin. Imagínese usted a Colombia, Brasil, Guyana y las Antillas Neerlandesas estacionando tropas y equipos con capacidad letal en las fronteras con nuestro país, sea con la intención que fuere. Sin duda generaría especulaciones nada tranquilizadoras. Una de las razones de más peso para originar el actual conflicto con Ucrania fue la gestión de Kiev para sumarse también al esquema. Así mismo lo interpretó Estados Unidos en 1962 cuando la Unión Soviética inició la instalación  en Cuba de misiles capaces de llegar a ciudades norteamericanas, lo cual condujo al episodio más cercano -hasta ahora- al inicio de una Tercera Guerra Mundial. La Unión Soviética de entonces “arrugó”. ¿Lo hará Rusia ahora?

Precisamente por este más que rumor de la posible entrada de Suecia y Finlandia es que no fue un periodista ni un ancla de televisión sino el portavoz oficial del Kremlin quien ha advertido que tal hecho “pudiera” desatar una respuesta contundente cuya especificidad no detalló pero que seguramente no será jugar con metras.

Sin embargo, es conveniente saber que así como la opinión de Occidente y del mundo “democrático” condena la agresión rusa, China, la mayoría de África, Medio Oriente, la India, Pakistán, etc.,. apoyan a Putin o se abstienen o juegan a dos bandas como es el caso de Argentina, Brasil, México, Perú o la apuesta de los “chicos malos” de nuestro continente: Venezuela, Nicaragua, Cuba y Bolivia que se han cuadrado con la barbarie.

Esta guerra y la pandemia han venido produciendo situaciones cuyo control poco depende de cada gobierno. El estadounidense promedio ha visto el precio de la gasolina crecer 50% y, naturalmente, le echan la culpa a Biden, lo cual se reflejará en las cruciales elecciones legislativas de noviembre. Los importadores netos de commodities ya están pagando incrementos de 40% o más por el trigo, maíz, soja y otros granos cuyo origen, hasta ahora, eran Rusia y Ucrania. Otros como Argentina, Brasil, etc. se ven beneficiados por la misma circunstancia que les llega como regalo del cielo igual como le hubiera ocurrido a Venezuela con su petróleo de haber tenido saldos no comprometidos para colocar.

Sabemos que en el mundo de hoy la productividad de la tierra depende del uso de fertilizantes. Resulta que los mayores exportadores son Rusia y Ucrania que de momento enfrentan naturales inconvenientes derivados de la guerra.

En el mundo de lo superfluo hoy mismo nos vinimos enterando -para natural preocupación de las élites- que para las venideras festividades navideñas la champaña francesa de las más prestigiosas marcas tendrán dificultad para envasar sus cotizados productos por cuanto la mayor parte de las botellas que se utilizan provienen precisamente de Ucrania, y pare usted de contar.

En definitiva, el mundo de aquí en adelante se tendrá que realinear a la luz de las circunstancias que emerjan después del conflicto. ¿Cómo será? No sabemos pero habrán cambios, algunos para bien, otros no.

Si desgraciadamente se llega a la Tercera Guerra Mundial, o aunque ello no ocurra, las instituciones internacionales tendrán que sufrir cambios para responder a ello. No parece lógico mantener por más de siete décadas un sistema de Naciones Unidas cuyo órgano más poderoso -el Consejo de Seguridad- otorgue derecho de veto precisamente a uno de sus miembros, Rusia, que en este caso es el acusado de agresión y de poner en peligro la paz mundial. ¡Ratón cuidando queso! Tendrá que ser la Asamblea General la que rescate escondidas atribuciones estatutarias que le permitan tomar las riendas del asunto cuando -como ahora- el Consejo de Seguridad se paraliza por el veto constante de alguno o algunos de sus miembros permanentes. Eso se hizo cuando la guerra de Corea en 1950 y la anexión del Golan por Israel en 1982. ¿Por qué no ahora cuando existe la Resolución 377 del año 1950 conocida como Unión Pro Paz que eso mismo dispone?

El tema da para mucho más pero el espacio disponible en un artículo periodístico aconseja dejarlo aquí, aunque anotando el propósito de volver sobre el asunto y ampliarlo en un futuro más o menos cercano según como se desarrollen los acontecimientos.

@apsalgueiro1

 


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