Así se titula el último libro del talentoso novelista y biógrafo Stefan Zweig (1881-1942), nacido en Viena, actual capital de Austria. En esa ciudad se educó y más tarde se estableció en Salzburgo, una bella urbe del mismo país, muy cercana a la frontera con Alemania. A Zweig le tocó vivir la terrible experiencia de participar como cronista en la Primera Guerra Mundial. Esa particular circunstancia lo convirtió en pacifista consumado. Pero ahí no quedó el impacto que experimentó a raíz del rompimiento de la paz que imperaba en el mundo. A partir de entonces se enfrentó, con gran pasión, a toda doctrina nacionalista y al sentimiento revanchista de la época en que le tocó vivir.

Desde temprano su prolija y excepcional obra alcanzó altas cotas de ventas, llegando a ser traducida a cincuenta idiomas. Pero a pesar del reconocimiento y fama que logró alcanzar, en febrero de 1934, cuando ya se había iniciado la gestión de Adolfo Hitler en Alemania, la policía de Salzburgo realizó un riguroso registro en su casa.  Sumamente perturbado, pero sin dudarlo más, tomó la decisión de exiliarse junto con su esposa. A partir de ese momento, su fama y los recuerdos de su fructífera vida como escritor de grandes éxitos (Veinticuatro horas en la vida de una mujer; Carta de una desconocida; La confusión de los sentimientos; Fouché: el genio tenebroso; Momentos estelares de la humanidad; Balzac: la novela de una vida; y Conquistador de los mares: la historia de Magallanes, entre otros) lo acompañaron en el largo peregrinar que le tocó hacer.

En esa nueva fase de su vida, el consumado autor vivió la desagradable experiencia de que el nacionalsocialismo incluyera varias de sus creaciones en la lista de libros prohibidos, lo que trajo consigo la quema pública de varios de ellos. Años más tarde, la nostalgia y el desarraigo lo condujeron al suicidio, último acto de su vida que concretó en Petrópolis, Brasil, junto con su esposa.

He leído y releído buena parte de su creación y considero que El mundo de ayer, su último libro, es el mejor de todos. Pero no es solo eso, opino que dicha obra es, sin exageración alguna, una de las grandes autobiografías del siglo pasado. Leyendo ese portentoso trabajo mi afán de subrayar alcanzó la cota más alta: cada línea me deslumbraba como ninguna otra. Un pequeño extracto de ese singular trabajo pone en evidencia lo ya señalado:

“Todo parecía establecido sólidamente y destinado a durar… Nuestro dinero, la corona austríaca, circulaba en forma de resplandecientes monedas de oro y aseguraba así su inmutabilidad… El que poseía una fortuna podía calcular exactamente qué interés ganaría anualmente, y el funcionario o el oficial podían señalar con certeza en el almanaque el año en que ascenderían y se retirarían… El que era dueño de una casa la consideraba seguro refugio de sus hijos… Al principio, sólo los pudientes disfrutaban de esta ventaja, pero poco a poco se adueñaron de ella las grandes masas… Una recaída bárbara, como una guerra entre los pueblos de Europa, era cosa en que se creía tan poco como en las brujas y los aparecidos… Hemos tenido que acostumbrarnos poco a poco a vivir faltándonos la tierra bajo los pies, sin derecho, sin libertad, sin seguridad… Y a pesar de todo lo que cada día grita a mi oído, a pesar de todo lo que yo mismo e infinidad de compañeros de destino hemos sufrido en humillaciones y pruebas, no puedo renegar totalmente de la fe de mi juventud de que alguna vez el mundo volverá a elevarse, no obstante cuanto ahora acontece”.

¿Será que la historia se repite? Podemos decir que no, pero está más que demostrado que los acontecimientos humanos se producen en circunstancias y momentos diferentes por comportamientos incongruentes e irracionales por parte del pueblo o sus líderes. Allí están los ejemplos de Cuba, Nicaragua y Venezuela.

Stefan Zweig fue un escritor excepcional que sigue impactando a quienes hoy lo leen con gran gozo. Nos revela mucho del pasado y nos habilita para comprender mejor los dramas que viven algunos países del mundo. Adentrarse en su espléndida creación vale realmente la pena.

@EddyReyesT

 

 

 

 


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