Alfred Jodl, Heinz Guderian, Wilhelm Keitel, Adolf Hitler y Karl-Otto Saur at Rügenwalde (Alemania, 1943)

Un día como el lunes (19 de julio) pero de hace 80 años Adolf Hitler firma la Directriz Nº 33. La primera de una serie de órdenes que irán modificando los planes originales de la Operación Barbarroja (la invasión alemana a la Unión Soviética que se llevó a cabo del 22 de junio al 5 de diciembre de 1941). Porque tal como explicamos la semana pasada, las dificultades en la toma de la ciudad y bolsa de Smolensko que se estaba llevando a cabo, pero también en la acción de los otros dos grupos de ejércitos: Norte y Sur; hizo que el Führer asumiera su tesis inicial: dar prioridad a la toma de Ucrania (Kiev), la zona industrial de Jarkov y seguir con la captura del Cáucaso. Para esto se desviarían importantes contingentes hacia el sur, lo cual retrasaría la toma de Moscú. Fue un cambio que no contó con el apoyo de la mayor parte de los generales del Alto Mando (OKH). Días después se daría una reunión con los generales Franz Halder (jefe del OKH) y Walther von Brauchitsch (comandante en jefe de todo el ejército), pero ellos no pudieron convencer a Hitler y se marcharon disgustados firmando un documento para dejar constancia de sus diferencias. Una parte importante de la historiografía ha sostenido que esta decisión facilitó más adelante la actuación del “general invierno”, hecho que se mantiene en la memoria colectiva sobre la Segunda Guerra Mundial.

Walther Von Brauchitsch y Adolf Hitler (Varsovia, 1939)

No todos sostienen esta tesis y muchos menos en las últimas décadas después de la “Revolución de los archivos”, cuando el velo de la censura desapareció y las fuentes primarias rusas quedaron a la disposición de los investigadores. La magnífica obra de los historiadores estadounidenses: Williamson Murray y Allan R. Millett (2000), La guerra que había que ganar; tiene un subcapítulo: “La pausa de agosto” dentro del “capítulo 6. Barbarroja 1941”, en el que afirma:

La pausa en las operaciones alemanas entre finales de julio y finales de agosto no fue resultado de las discusiones de Hitler y el OKH sobre si la siguiente ofensiva debía apuntar a Moscú o a Leningrado y Kiev. En vez de ello, los alemanes se detuvieron porque no podían transportar munición y carburante a la vanguardia, a lo cual se sumó el efecto de la movilización soviética. Tal como señaló Halder, las reservas soviéticas andaban desesperadamente escasas de material, carecían de oficiales y suboficiales con experiencia y sus conocimientos tácticos eran elementales, pero proporcionaron los efectivos humanos necesarios para una serie de contraataques que ahora caían sobre la vanguardia alemana.

La semana pasada explicamos con relación a la Batalla de Smolensko (10 de julio al 5 de agosto, muchos la extienden hasta el 10 de septiembre de 1941), que los contraataques soviéticos no vencieron a los alemanes pero demoraron su avance. Incrementaron el desgaste de material (que ya era alto por la geografía rusa y la falta de vías) y un incremento de las cifras de bajas que terminaron quebrando la principal ventaja de la Blitzkrieg: su velocidad. Poco más de un mes les costaría reunir suficientes recursos para seguir hacia Moscú, según Murray y Millet.

El historiador-militar británico John Keegan (1934-2012), en su obra Barbarroja: Invasión de Rusia 1941 (1970) le dedica un capítulo entero a este tema. El título del mismo es bastante claro: “Hitler y sus generales en desacuerdo”, desacuerdo que nace de una serie de razones, pero la más importante es que ellos no veían al Führer como un gran estratega, aunque este sí se lo creía una vez lograda la victoria sobre Francia en 1940. El argumento del estamento militar profesional – “en lo profundo de su pensamiento”– era “la duda sobre su talento en el nivel conocido como operativ, aquel en que se toman las grandes decisiones estratégicas desafiando los esfuerzos del enemigo para impedirlas; en suma, en el nivel estratégico más difícil”. Es una habilidad, siguiendo al autor, que “se adquiría tras muchos años de formación y experiencia, tanto en la paz como en la guerra, ya que su ejercicio requería conocer a fondo el trabajo de todas las formaciones subordinadas de un ejército”. Y la mejor prueba fue el gran error de haber dejado escapar la Fuerza Expedicionaria Británica en Dunkerque el 26 de mayo de 1940, cuando se tenía la capacidad para destruirlo y Hitler no lo hizo.

Hitler le sumó a la Directriz 33 un suplemento el 23 de julio, el cual se reiteraba la importancia de la concentración de fuerzas en el sur industrial (Kiev, Jarkov, Crimea) y se posponía el avance a la capital. También se debía destruir el V Ejército Soviético en los bosques y marismas de Pripet hasta concluir la resistencia alrededor de Smolensko. Esto hizo que en agosto el desacuerdo creciera (tanto que incluso se temía que se ocurriera un golpe de Estado), aunque pocos generales lo expresaban directamente, salvo Heinz Guderian (comandante del II Cuerpo de Panzer del Ejército del Centro). Para tratar de calmarlo fue ascendido lo cual aprovechó para inventar pretextos y no obedecer las órdenes, manteniendo el objetivo de Moscú. El 23 de agosto se reuniría con Hitler (el cual evitaba entrevistarse con todos sus generales a la vez para que estos no se apoyaran entre sí o algo peor), y aunque le prohibieron hablar del tema, Guderian lo hizo con demoledores argumentos pero el Führer los terminaría despachando con la expresión: “Mis generales no saben nada de los aspectos económicos de la guerra”. La suerte estaba echada y por ello firmaría la Directriz N° 34 que confirmaba el cambio de prioridad: los Panzer del Grupo Centro se desviarían al sur temporalmente (aunque también una parte iría al norte). Moscú tendría que esperar, además, al final era un objetivo medio “pavoso” (coloquialismo venezolano para algo que da mala suerte) por aquello de no seguir los pasos de Napoleón, según dijo el coronel general Alfred Jodl.

La semana que viene concluiremos esta primera serie sobre el llamado Frente Oriental para atender el 80 aniversario de dos hechos importantes de la Segunda Guerra Mundial: el mandato del mariscal Herman Goering de preparar la “Solución Final” (la cual está íntimamente relacionada con este Frente) y la firma de la Carta del Atlántico (primer paso para la futura creación de las Naciones Unidas) por Winston Churchill y Franklin Delano Roosevelt. Aprovecharemos este tema para señalar algunos elementos sobre la relación entre economía y guerra en dos artículos. Después retomaremos el análisis de la “Operación Barbarroja” cuando en septiembre se den las efemérides de la caída de Kiev y el inicio del Sitio de Leningrado. En la conclusión del miércoles próximo nos dedicaremos con mayor detalle a los eventos en el norte y en el sur que van de julio a agosto de 1941. A nuestros queridos lectores les agradecemos sus comentarios y publicidad.


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