Ciudad de Smolenko

Un día como el pasado lunes (12 de julio) pero de hace 80 años la Unión Soviética entró formalmente en el bloque de los Aliados al firmar un tratado de apoyo militar, político y económico con el Reino Unido para vencer a la potencias del Eje. El mismo incluía el pacto de asistencia mutua con Estados Unidos. La Operación Barbarroja (invasión del Tercer Reich a la Unión Soviética del 22 de junio al 5 de diciembre de 1941), como podemos ver, fue el fin de muchas cosas. Con dicho tratado Gran Bretaña dejó de estar “sola” en la lucha contra Adolf Hitler y en las primeras semanas estaba claro que la llamada Blitzkrieg era un mito. Al ser una táctica que se forjó en los campos de Polonia y Francia, la misma no llegó a soportar las grandes distancias, masas de soldados y la resistencia de un pueblo como el soviético.

La Guerra Relámpago, tal como su nombre intenta definirla, tiene en la velocidad su esencia. Para lograrlo necesita de la total (o casi total) mecanización del ejército y esto no era una realidad en la Wermacht (Ejército alemán) para el verano de 1941. Se habla de solo 20% y el resto del ejército debía avanzar detrás de los tanques a caballo o ¡a pie! Al llegar -los Cuerpos Panzer del Grupo de Ejércitos Centro- a la ciudad de Smolensko el 10 de julio, habían recorrido 680 kilómetros desde el inicio de la campaña ¡Solo le faltaban 420 kilómetros para lograr la meta: Moscú! Pero lo ocurrido en torno a esta urbe cambió la historia y el relámpago perdió su brillo. Uno de los más importantes historiadores que han valorado el peso de esta batalla es el coronel (retirado) estadounidense David M. Glantz, con su obra en 4 volúmenes: Barbarossa Derailed: The Battle for Smolensk, 10 July–10 September 1941 (2010-2014).

Ciudad de Smolenko

El historiador británico Geoffrey Jukes (1918-2010), en su libro La defensa de Moscú (1982), afirma que en las primeras 3 semanas las bajas alemanas eran cercanas a 9.000 soldados, lo cual para el tamaño de los ejércitos implicados era pequeño, aunque algunos focos de resistencia como la fortaleza de Brest-Litovsk o la ciudad de Minsk habían generado porcentajes altos de caídos con relación a todo lo vivido en combate hasta ahora. Pero de mantenerse las cifras totales la guerra podría estar ganada ese año, siempre y cuando los soviéticos no dieran ninguna sorpresa. Por el lado del Ejército Rojo, en este mismo período despertaba del caos y las grandes pérdidas (¡600.000!) que habían sufrido sus 100 divisiones estacionadas en la frontera. La comparación era abrumadora.

Las primeras horas de la invasión Iosif Stalin no terminaba de aceptar la realidad y pensaba que Hitler ignoraba lo que ocurría, e incluso llegó a sospechar que el politburó podría derrocarle ante su incapacidad inicial y previa. Lo cierto es que a las primeras horas de la madrugada del 22 de junio todo quedó aclarado cuando el embajador del Reich en Moscú, el conde Von Shulemburg (el cual intentó evitar la guerra y advirtió indirectamente pero sin resultados a los rusos) le informó a V. M. Molotov de la declaración de hostilidades. Se usó un pretexto absurdo (exceso de tropas rusas en la frontera), por lo que la respuesta del ministro soviético fue: “Seguramente no hemos merecido esto”. Al día siguiente se tomaron las primeras medidas de emergencia: el gobierno y el Comité Central crearon la Stavka (cuartel general supremo) del Alto Mando: formado por Stalin, Molotov y los oficiales de mayor jerarquía y experiencia: Semión Timoshenko (jefe de la misma aunque todo lo tenía que consultar con Stalin), Georgi Zhukov, Kliment Voroshilov, Semión Budienny (el cual crearía la Reserva) y Nikolai Guerasimovich Kuznetsov. El Alto Estado Mayor bajo Zhukov se subordinó a este nuevo organismo y le serviría de fuente de planificación e información. También se estableció la ley marcial (todos los hombres y mujeres debían trabajar en las defensas), una nueva línea defensiva en los ríos Dnieper y Dvina, y se reorganizaron en las semanas siguientes los tres “Frentes” (con nuevos comandantes): Noroccidental (Voroshilov), Occidental (Timoshenko)  y Suroccidental (Budienny) (Teniente coronel y doctor en historia: Otto Preston Chaney, jr., 1974, Zhukov: Mariscal de la Unión Soviética).

La situación en el Ejército Rojo fue de un verdadero caos las primeras semanas pero se dieron, como hemos explicado en anteriores entregas, ejemplos de gran resistencia. Los soldados y la baja oficialidad respondían con mayor decisión, por no hablar del pueblo que corrió a alistarse en masa desde las primeras horas. El escritor Vasili Grossman fue ejemplo de ello al insistir por todos los medios para ser reclutado y aunque lo rechazan por su edad y condición física, logra finalmente ser parte del periódico del Ejército: Estrella roja. Los jefes en cambio se desaparecieron esos primeros días, posteriormente serían buscados por la NKVD (policía secreta) y fusilados u obligados a suicidarse de inmediato por orden de Stalin. Hecho que se puede ver en una reconstrucción cinematográfica – aunque en Stalingrado- en una escena de la magnífica: Enemy at the gates (Jean Jacques Annaud, 2001) cuando el comisario político Nikita Kruschev le entrega una pistola al comandante que perdió la ciudad en 1942.

La pérdida de la capital de Bielorrusia, Minsk (descrita en nuestro segundo artículo de esta serie), para principios de julio hizo que se intentara preparar mucho mejor y con mayor número de Divisiones la defensa de Smolensko. Stalin se propuso evitar la caída de Moscú y por esto debía detener el avance alemán en la ciudad más importante antes de la capital soviética. Pero fue imposible evitar ser rodeada para el 15 de julio por las dos pinzas de los Cuerpos de Panzer 2 y 3. De esa forma se iniciará una larga batalla para destruir estas bolsas que resistirán hasta principios de agosto. Durante todo este tiempo los rusos lanzan varios contraataques desde el Este del río Dnieper para recuperar la ciudad y logran desorganizar a las fuerzas enemigas pero no vencerlos. En medio de la batalla los alemanes son sorprendidos por la resistencia de las armas y de los soldados. Entre las primeras están los ya conocidos tanques pesados T34 y KV1, el lanzacohete “Katiusha” y los aviones de ataque al suelo: Ilyushin Il 2 “Shturmovik” que eran, según Stalin, “tan necesarios para el Ejército Rojo como el aire o el pan”; y entre los segundos los soviéticos demostraron una capacidad de formar nuevas divisiones en poco tiempo aunque mal entrenadas y sin casi armas (un fusil para tres o cuatro soldados en esta época). “Si aplastamos a diez divisiones, los rusos sencillamente sacan otras diez” (general Franz Halder).

El principal resultado de la Batalla de Smolensko (10 de julio al 5 de agosto, muchos la extienden hasta el 10 de septiembre de 1941) fue el estancamiento de los Panzer, que no solo perdían la ventaja de su velocidad por problemas mecánicos debido a la ausencia de carreteras, las largas distancias recorridas y la falta de repuestos y reparaciones; sino especialmente porque debían usarse para la defensa y tareas asignadas para la infantería (reducción de las bolsas de soldados enemigos). Las cifras de bajas alemanas que en un principio eran soportables ahora se convertían en un grave peligro, tanto que un comandante dijo: “si no reducimos las bajas alcanzaremos la victoria muertos”. Más de 100.000 entre fallecidos, heridos, desaparecidos y prisioneros en la lucha en torno a una sola ciudad, hizo que se lo pensaran muy bien antes de atacar a Leningrado, Kiev y Moscú. Es por ello que Adolf Hitler y el Alto Mando de la Wermacht inician un debate en torno a cambiar o no el plan inicial de la Operación Barbarroja, tema que analizaremos en nuestra próxima entrega.


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