Un día como ayer (22 de junio) pero de 1941 el Tercer Reich invade la Unión Soviética. Es el hecho más importante del siglo XX, el que logró determinar la historia de los próximos 50 años (Guerra Fría) e incluso hoy sus consecuencias se siguen viviendo de uno u otro modo. La inmensa mayoría de los historiadores así lo consideran, pero paradójicamente esto no se ve reflejado en la producción cinematográfica. Hollywood casi no le ha prestado atención en ochenta años, y aunque no ha ocurrido así en Rusia, al final lamentablemente el mundo conoce poco del Frente Oriental de la Segunda Guerra Mundial. Un desconocimiento que no se corresponde con su impacto en el tiempo y con las enormes cifras de la campaña ¡y mucho menos con la tragedia que generó! En ella todo fue superlativo: un frente de 1.600 kilómetros desde el Báltico hasta el mar Negro, donde chocaron poco más de 3 millones de alemanes con 3.000 tanques y 3.000 aviones, contra 5 millones de soviéticos con más de 9.000 tanques y 7.000 aviones. A lo largo de cuatro años absorbió 80% de recursos de la Wermacht y las bajas que generó no son superadas ni sumando las de todos los frentes de la guerra. Sin duda se cumplía la frase de Adolf Hitler que hemos usado como título de esta serie que comenzamos hoy.

Es fácil afirmar hoy que fue el mayor error de Hitler y su Alto Mando, pero no en 1941 cuando la Blitizkrieg se ponía una vez más en acción en la madrugada de ese domingo de verano. Los rusos no estaban advertidos, salvo algunas unidades que recibieron un aviso a las pocas horas del ataque; sus defensas no estaban terminadas y sus fuerzas estaban dispersas. Era la condición perfecta para que después de un fuerte bombardeo de artillería y aviones, las cuñas de los panzers se abrieran paso y los rodearan aislándolas de todo apoyo logístico. Sin buenas comunicaciones el Ejército Rojo no podía lograr la coordinación y se veían obligados a rendirse ante la infantería que seguía las divisiones de tanques. La Luftwaffe atacó los aeródromos, donde irresponsablemente los aviones de la Voenno-vozdushnye sily, V-VS (Fuerza aérea soviética) estaban desprotegidos y alineados, de modo que la destrucción en tierra fue mayor que en el aire (1.489 y 322, respectivamente, según el general Franz Halder [1963] en su Diario de guerra). Al día siguiente se sumarían 1.000 aparatos más y así seguirían creciendo las cifras de pérdidas rusas, por lo que es perfectamente entendible que los mayores ases germanos lograran al final más de 100 derribos y el más famoso de todos: Erich Hartmann: 352. La supremacía aérea se logró a un costo menor de 100 aparatos y el apoyo táctico al avance de las “puntas de lanza” pasó a ser la prioridad.

El general Franz Halder afirmó el primer día: “La sorpresa ha funcionado en todos los sectores”. Se cuenta que muchos de los guardias fronterizos fueron capturados en pijamas y sus familias que vivían en los cuarteles murieron por la acción de la artillería. “Los puentes y depósitos de suministros fueron tomados intactos”, muchas veces por la rapidez del avance o la acción de paracaidistas o infiltrados tanto de las nacionalidades que buscaban liberarse del dominio soviético (ucranianos, etc.) como los llamados “comandos Brandenburgo” (soldados alemanes con uniformes rusos) (Anthony Beevor, 2002, La Segunda Guerra Mundial). De estos últimos comandos se describe una acción de engaño en la película rusa de Alexander Kotts (2010): La fortaleza de Brest, que relata la resistencia de más de una semana en la ciudad fronteriza de Brest-Litovsk. Pero desde un principio se notaron algunas diferencias con otras campañas en la forma rusa de combatir: la resistencia “fanática”, el pelear hasta la muerte y el engaño en las formas de lucha; y lo más increíble: la inmensidad de la geografía combinada con una cantidad de reservas de soldados que no dejaban de aparecer, para después conocer que poseían armas de una tecnología avanzada (incluso mayor que la alemana). Ejemplo de este último es cuando se toparon con los nuevos tanques: T34 y KV1, los cuales le rebotaban los cañonazos y tenían que dispararle casi a quemarropa (30 a 60 metros). La pregunta de los comandantes fue inevitable: ¿Qué pasaría si estos tanques se produjeran en mayor número que los alemanes?

El coraje del soldado ruso ya era conocido históricamente y así lo señalamos en los artículos anteriores dedicados a la planificación de Barbarroja. Este elemento fue opacado por la percepción racista de los nazis y el Alto Mando alemán. El conde Galeazzo Ciano en su Diario pone en duda el optimismo alemán en esta campaña (supuesta victoria en dos meses) al escribir el 21 de junio que a pesar de que “la guerra contra Rusia es popular en sí misma, pues la fecha de la caída del bolchevismo debería incluirse como las más memorables de la civilización humana”, podría ocurrir una sorpresa y que los rusos “tuviesen una capacidad de resistencia superior a la que han demostrado los países burgueses”. Incluso Benito Mussolini le había dicho el 6 de junio que posiblemente “veinte años de propaganda soviética han servido para crear en el pueblo una mística heroica”. Por el lado británico, sir Winston Churchill ve la oportunidad de ganar un aliado de peso y de esa manera dejar de estar “solos” frente a la Alemania de Hitler. A pesar de todas las traiciones de Stalin que describe en el “Capítulo XXII. La némesis soviética” de su gran obra La Segunda Guerra Mundial (1948-56), el primer ministro ofrece apoyarlo en el discurso que dio ese mismo domingo en la noche. Al escucharlo el conde Ciano lo comentaría en su Diario al día siguiente: “Un discurso, hay que reconocerlo objetivamente, lleva la marca de los grandes oradores”.

¿Y qué dijo Churchill para obtener el reconocimiento de uno de sus enemigos? Sin rechazar que siempre había sido anticomunista de manera sistemática y que “es imposible distinguir el régimen nazi de las peores características del comunismo”, afirma:

Pero todo esto se desvanece ante el espectáculo de lo que está ocurriendo. Desaparece el pasado, con sus crímenes, sus locuras y sus tragedias. Veo a los soldados rusos de pie en el umbral de su patria protegiendo los campos que sus padres han cultivado desde tiempo inmemorial. Los veo protegiendo sus casas donde rezan las madres, las esposas (pues sí, hay momentos en los que todos rezan) por la seguridad de sus seres queridos, el regreso del sostén de la familia, de su paladín, de su protector. Veo las diez mil aldeas rusas (…) donde sigue habiendo alegrías humanas primordiales (…). Veo avanzando sobre todo esto, en su horroroso ataque, a la maquinaria de guerra nazi (…).

He de manifestar la decisión del gobierno de Su Majestad, porque debemos hablar ahora, en seguida, sin esperar ni un día más. (…) Tenemos un solo objetivo y una sola finalidad irrevocable. Estamos decididos a acabar con Hitler y con cualquier vestigio del régimen nazi. Nada nos hará cambiar de opinión, nada en absoluto. (…) Cualquier hombre o Estado que luche contra el nazismo contará con nuestra ayuda. (…) Por consiguiente, se deduce que daremos a Rusia y al pueblo ruso toda la ayuda que podamos. Recurriremos a todos nuestros amigos y aliados en todas partes del mundo para que emprendan el mismo camino y no lo abandonemos como haremos nosotros, fiel y constantemente hasta llegar al final”.

A los pocos días firmará una alianza con la Unión Soviética y poco a poco empezarán a fluir recursos y armas, que ya lo hacían desde Estados Unidos a Gran Bretaña, para impedir la derrota de Rusia. Y su discurso finalizó con este llamado a la esperanza que trasciende la distancia temporal de 80 años:

Aprendamos las lecciones que ya nos ha enseñado una experiencia tan cruel. Redoblemos nuestros esfuerzos y ataquemos uniendo nuestras fuerzas mientras queda vida y poder.


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