Hoy, 20 de febrero, se celebra el  Día Mundial de la Justicia Social; también es día del gato, ¡miau!, del camarógrafo y de la pipa —casualmente, el martes próximo (22–2-22) se cumplen 114 años del nacimiento, en Guatire (estado Miranda), de nuestro más notable fumador de pipa: Rómulo Betancourt—; el santoral, por su parte, consagra la jornada a los santos  Serapión —de vaina no es sarampión—, Tiranión, Eleuterio y Jacinta; y, en Venezuela, el calendario de efemérides destaca como fecha principalísima la toma, en 1859, del cuartel de Coro por el comandante Tirso Salaverría, desencadenante de la Guerra Federal.  Esta larga y sangrienta contienda pudo ser el tema a tratar aquí y ahora, pero las reacciones derivadas de la última felonía del bellaco me compelieron a indagar sobre la autoría intelectual de sus desafueros, desplantes y arbitrariedades, es decir, sobre la responsabilidad de quienes le dieron el as de bastos.

Casi todos los medios y opinadores interesados en el proceso de destrucción de la República de Venezuela —obvio el adjetivo bolivariano, pues tal calificativo no pasa de ser un aderezo retórico del recetario rojo—, tanto nacionales como extranjeros, asignan al sujeto del mazo dando el número dos de la administración nicochavista e incluso hay quienes ven en él un supercomisario político de la revolución retrógrada; sin embargo, en un artículo publicado el 11/02/22 en este diario —“Vaciando la garantía de la libertad de expresión”—, Héctor Faúndez lo degrada al 4° o 5° lugar en la jerarquía gobernante. Y el pasado lunes 15, Pedro Mario Burelli, ex director principal de Pdvsa observó, en el robo disfrazado de remate y validado por un juez al servicio del beneficiario del arrebatón, «una demostración más de que el objetivo de este régimen ha sido acabar con la libertad de expresión y lo ha hecho a través de diferentes mecanismos: ha forzado la venta de medios de comunicación, además los ha expropiado y ha forzado sus cierres» (Es una bravuconada más del niño malo, El Nacional, 15/01/2022)). Si unimos ambos pareceres, comienza a cobrar fuerza un supuesto no del todo (des)cabell(a)do: el abominable hombre de El Furrial es en realidad una suerte de avejentado (no aventajado) best boy, encargado de los trabajos sucios. ¿Un mete-la-pata-por-mí o un fixer como lo mentarían en jerga gansteril hollywoodense? Ya veremos; más, antes de proseguir machacando el monotema, permítaseme una digresión.

En alguno de sus esclarecedores ensayos, Manuel Caballero reflexionó en torno a los llamados segundos de a bordo en los escenarios políticos, a partir de una breve referencia al rol de Zhou Enlai (Chu En- Lai, en los medios hispanoamericanos) en la China de Mao, a fin de ocuparse del liderazgo de Gonzalo Barrios en el partido Acción Democrática, a la sombra de Rómulo Betancourt. Al primero, lo tuvo Henry Kissinger como el hombre más inteligente jamás tratado por él, y así se los hizo saber a su jefe, Richard Nixon. Este, en sus memorias, al narrar su encuentro con Chu, amplifica la hipérbole de su secretario de Estado y comenta, palabras más, palabras menos: «Henry, dado a las exageraciones, se quedó corto». Barrios, de acuerdo con Caballero, era un intelectual a tiempo completo —«un verdadero intelectual entregado a la política»—, capaz de aceptar su derrota en la contienda electoral de 1968 y reconocer el triunfo de Rafael Caldera —a pesar de la escasa y discutible diferencia de votos—, limitándose a sentenciar: «la oposición puede ganar por un voto, el gobierno no». En Venezuela, las dotes intelectuales acompañan a muy contados políticos. Por eso, el historiador larense lo consideraba «un número dos de primera».

Un aluvión de resentidos y fracasados en busca de la oportunidad perdida se colgó de los testículos de Hugo Chávez, El más conspicuo y mediático de los golpistas fracasados los acogió de buen grado y los integró a un promiscuo chiquero ideológico, indispensable para acaudillar, no liderar, el movimiento vindicativo de la nación irredenta. Con su llegada al poder, los nuevos compañeros de ruta del paracaidista, devenidos en taumaturgos de la refundación republicana, condenaron a muerte a la teoría de la separación de poderes del Estado, al espíritu de las leyes y al recuerdo mismo de Charles Louis de Secondat, señor de la Brède y barón de Montesquieu. Chávez les dejó hacer. El mofletudo Hermann Escarrá teorizó, con ínfulas de Juan Germán Roscio, acerca de la inmortalidad del cangrejo; José Vicente Rangel se frotaba las manos calculando comisiones en la futura adquisición de armamento para «las nuevas fuerzas armadas», y Luis Miquilena quiso y no logró ejercer el poder tras el trono —se resignó a ser el primer firmante del bodrio constitucional—. Había demasiados pescadores en las turbias y revueltas aguas de la revolución naciente. Poner orden en semejante despelote reclamaba una autoridad única e indisputable. Hugo, creyéndose reencarnación del Libertador, repetía susurrante, remedando y parafraseando al grande hombre «Yo soy como el sol en medio de todos ustedes; brillarán gracias a mí», y vociferaba en voz alta: aquí no hay otro jefe sino YO, enfatizando la primera persona a fin de dejar claramente establecido su caudillaje. No había lugartenientes ni manos derechas visibles, y Nicolás no encabezó la línea sucesora hasta la imposición de Fidel. Pero volvamos al troglodita del garrote.

Quizá hayamos asignado a la ligera la regencia del país a un trío integrado por Maduro, Padrino y un comodín, acaso Delcy, Jorge, El Aissami u otro enchufado de alto coturno; y, también olímpicamente, adjudicado su mando al chofer afortunado. ¿Pero es realmente este sujeto el N° 1 o hay una eminencia gris manejando a los triunviros, en cuyo caso Faúndez tiene razón? Y si, cual sostienen confiables y bien informados analistas, el primer chicharrón es Díaz-Canel y el segundo Padrino, ¿cómo queda en el marcador el muchacho de los mandados? ¿Y si los temores de Estados Unidos y la OTAN son fundados y Rusia invade a Ucrania y Vladimir Mambrú se va a la guerra y no sé cuándo vendrá, ¡qué dolor, qué dolor, qué pena!, ¿quién se ocupará de la FANB, es decir, de la supervivencia y continuidad del chavomadurismo? Porque si nos atenemos a la rumorología psuñángara, mazo en ristre ya no tiene influencia ni contactos significativos en el ejército, y la aparente sumisión de jueces, magistrados y tribunales a sus caprichos es pasajera y se debe a su actual posición como cabeza de la comisión designada para la reforma del poder judicial —poder irrisorio en dictadura—. Esta encomienda mitigó un tanto su desazón ante la merma de su otrora atemorizante poder. De momento debe ver cómo organiza un congreso extraordinario del PSUV, con asistencia bien remunerada de invitados extranjeros, ordenado por el presidente nominal y de facto, en un infantil ataque de arrechera debido a declaraciones de la izquierda crítica latinoamericana. Boric en Chile, Castillo en Perú y Petro en Colombia deploraron casi al unísono la deriva dictatorial de Maduro & Co. Nicolás los tildó de cobardes y traidores.

La pueril pataleta del reyecito tiene antecedentes dignos de ser analizados por el loquero Rodríguez, a ver si le enseña a comportarse. En 2016, en procura de alivio a su mortificación por la concesión del Premio Nobel de la Paz a Juan Manuel Santos, Nick Maduro (no confundir con Bobby Maduro, propietario del legendario team beisbolero Havana Sugar Kings) anunció la creación de un lauro de consolación, el Hugo Chávez de la paz, para cuya primera entrega postuló a Vladimir Putin, haciéndose el sueco —voz derivada del latín soccus (calzado de una sola pieza, zueco) y no del gentilicio de los nacidos en Suecia— con la anexión de Crimea y las amenazas a Ucrania. Ahora, 6 años después de su insondable majadería, ratifica su ursofilia al proclamar a los 4 vientos: «Rusia cuenta con todo el apoyo de la República Bolivariana de Venezuela en la lucha que está dando para disipar las amenazas de la OTAN y del mundo occidental» —¿Dormirá con un osito de peluche?—. El chico malo de la partida no podía dejar de meter su cuchara en el de por sí morado caldo de la Guerra Fría, capítulo II, y haciendo de policía malo colgó esta necedad en su cuenta del pajarito azul: «Seré breve: Ucrania fue invadida hace tiempo por USA y la OTAN. Nosotros venceremos», ¡vaya duro y venga suave!  No creo pertinente continuar abrumando con más de lo mismo a quienes han aguantado pacientemente esta descarga. En lo adelante intentaré no caer en las provocaciones del Trucutú monaguense. Silenciaré su nombre porque lo presiento pavoso. Y aunque no soy supersticioso sé de brujas voladoras. Se las ve, encaramadas en sus escobas, planeando sobre el tejado de Miraflores. Allí mora Satanás. Sería conveniente practicar un exorcismo y encomendarse a san Sarampión, perdón, Serapión y a todos los santos de nombres raros, a ver si nos sacudimos del aojo bolivariano y el maleficio socialista.


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