Hace pocos días, el prestigioso diario británico The Daily Telegraph publicó una extensa e interesante nota sobre Venezuela. El reportaje, realizado por el periodista Cody Weddle, describe las contradicciones presentes en nuestro país, el colapso experimentado por nuestra sociedad y economía, así como el carácter opresivo del sistema político. A la vez, Weddle señala que el proceso de desintegración que a todas luces se acentúa, generando día a día mayor pobreza, penurias y desencanto, pareciera estar llevando a Maduro y su bloque en el poder a dar un golpe de timón, un viraje aún tímido pero perceptible, que podría quizás cambiar las lamentables condiciones del país y orientarlas en una dirección menos traumática. Según Weddle, en síntesis, Maduro está abandonando gradualmente el socialismo a favor de lo que denomina “el sistema chino”.

¿Y qué es el sistema o modelo chino, tal como se muestra actualmente en su país de origen? A nuestro modo de ver, son tres sus rasgos primordiales: 1) El dominio político centralizado y absoluto del Partido Comunista Chino, a todos los niveles de la sociedad y alcanzando a todo el país. 2) Junto con ello, y para algunos de manera paradójica, la promoción de una economía mixta, con extensa participación de la iniciativa privada y el estímulo al enriquecimiento de los individuos, familias y empresas dentro de un marco supervisado por la autoridad política. 3) El control creciente y severo de la población, fortalecido por las nuevas tecnologías informáticas, para asegurar la estabilidad colectiva y del poder central y sostener una proyección internacional basada en la búsqueda implacable del interés nacional.

¿Puede copiarse tal modelo en Venezuela, y a quiénes beneficiaría? Con respecto a lo primero, pensamos que sí, con inocultables limitaciones que luego abordaremos. Con relación a lo segundo, la pregunta que uno se hace es: ¿por qué a Maduro y su régimen no se les ocurrió antes la idea? Nos resulta bastante obvio que, en teoría, permitir un capitalismo controlado, seguir enriqueciéndose en el plano personal pero mejorando las paupérrimas condiciones de vida de los venezolanos en general, y a la vez preservar el poder político autoritario, constituye una fórmula atractiva para el régimen. Pero solo en principio; en la práctica, no obstante, varios obstáculos se interponen en el camino.

Si bien es cierto que pueden observarse síntomas de apertura económica, el régimen actúa con retraimiento y cierta vergüenza. Tiene miedo de abrir las puertas a una libertad económica que se traduzca en inestabilidad política. La codicia desempeña también un papel, pues las élites dominantes, civiles y militares, lo quieren todo para sí mismas. Por último, no debemos descartar el peso de la ideología, así sea relativo y operante solo sobre algunos miembros del grupo dominante, todavía aquejados por los pruritos y escozores de un izquierdismo sensiblero.

Ahora bien, la aplicación del modelo chino a Venezuela genera otras dificultades, que tienen que ver con las diferencias de temperamento y cultura política de ambos pueblos, sin tocar el tema de las disparidades geográficas y demográficas que existen entre ambas naciones. El pueblo chino continental no ha conocido jamás la libertad y la democracia, tal como se han practicado históricamente en buena parte de Occidente. Y ya vemos que los atisbos de libertad, en Hong Kong por ejemplo, son vistos con horror por los amos comunistas en Pekín, quienes tampoco cesan en su propósito de incorporar Taiwán al totalitarismo. Los venezolanos sí sabemos lo que significa la democracia y mal que bien tenemos una idea de libertad bajo la ley.

No exageraremos sosteniendo que el apego a la libertad y la democracia está firmemente adherido a nuestros genes, pero sí creemos que nuestro temperamento nacional no admite el tipo de rigurosa disciplina y propensión a subordinarse que predominan entre los chinos, la mayor parte del tiempo. En China, es verdad, han ocurrido inmensas rebeliones históricas, que por desgracia siempre conducen a un nuevo y más riguroso autoritarismo.

Tampoco debemos dejar de lado la influencia del castrismo sobre Maduro y su régimen. Los cubanos jamás han querido marchar demasiado lejos con este tipo de ensayos liberalizadores, en parte por miedo, por rechazo ideológico y en tiempos más recientes por el aumento de la codicia entre las élites dirigentes en la isla. Los mentores castristas de Maduro se preocupan por la permanencia y estabilidad de sus controles en Venezuela, pues nuestras circunstancias geopolíticas son muy distintas a las de China y Rusia. La amenaza de un descoyuntamiento sorpresivo y radical no desaparece nunca del horizonte venezolano, a pesar de que, por los momentos, nuestro pueblo pareciera doblegado y no meramente adormecido.

De manera que ya veremos qué tan lejos avanzará Maduro con sus incipientes reformas. Lo que ahora ocurre es interesante y tal vez importante, aunque desde luego no nos engañamos: cualquier cambio de parte del régimen será llevado a cabo en función de su perdurabilidad en el poder. No vemos a Maduro repitiendo las famosas frases de Deng Xiaoping, el fallecido dirigente comunista chino que tanto contribuyó a establecer las bases del modelo vigente en su país: «No importa que el gato sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones, es un buen gato”.


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