La creación de creencias, paradigmas, durante los últimos siglos, ha sido la mejor estrategia con base en las narrativas de los intereses hegemónicos de las tesis totalitarias.

Ya nada se puede dar, por cierto, ni la historia, ni los cuentos infantiles, ni la ciencia, ni las leyendas, ni las noticias, ni tampoco ningún relato de ninguna época pasada, presente e inclusive, futura; todo absolutamente todo está encajado de tal manera que pareciera que es así y siempre ha sido así; pero las innumerables instrucciones e informaciones que van aflorando en el tiempo, ponen en duda la reconstrucción de todo lo conocido y aprendido.

El mito de la caverna de Platón es la metáfora sempiterna en la humanidad que siempre ha estado ahí en la sociedad; por otro lado, vienen apareciendo una serie de héroes, divos, actores, estrellas de cine, rockstar, revelaciones culturales y sociales, influencers, que, en términos reales, dejan mucho que pensar, ya que no son tales imágenes, no son consecuentes con sus caracteres y cualidades del personaje en los medios.

Siendo precisamente estos ejemplos de la realidad los que han dado pie a las tesis más inverosímiles, tales como: la realidad es una parodia, una divina comedia, una novela distópica, o de drama o ficción, muy en boga en las teorías de conspiración que afloraron en el siglo XX y hasta las más exóticas de universos paralelos, una simulación de la vida o más específicamente una realidad virtual; cuando la realidad se torna semejante a un manicomio, donde despertar es estar loco o más bien una crisis de identidad; lo normal es vivir bajo los condicionamientos del mito impuestos en la realidad.

Parece absurdo hablar sobre estos temas que pudieran parecer pequeños, propios de los millennials, empero las personas quieren y andan en búsqueda de saber, de conocer la verdad, conocerse a sí mismas como el principal afán y origen de la filosofía y por ello de la vida; muchos no entienden cómo se pudo llegar tan bajo en términos filosóficos, y humanos del saber y del autoconocimiento, cuando la verdad está ahí frente a sus sentidos; sólo que se resisten a verla con la claridad de una mente diáfana, sin opiniones, sin prejuicios, sin conceptos, ni apegos, ni inclinaciones a un lado u otro, propios de la dualidad.


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