Revolución Industrial

La palabra revolución expresa movimiento circular: la revolución de un astro sobre sí mismo o la de un planeta alrededor del sol. También sirve para designar a los movimientos insurreccionales que se producen de vez en cuando en la historia que intentan cambiar las cosas de forma violenta y sustancial. En este último sentido la palabra proviene del verbo revolver que significa sacudir, agitar, dar vueltas a algo. Las revoluciones intentan dar un giro completo a las condiciones económicas políticas y sociales existentes. Quieren, como se dice, dar una vuelta a la tortilla.

Si nos atenemos estrictamente a los hechos históricos las revoluciones, las que en rigor pueden ser llamadas con ese nombre, son muy escasas y todas han fracasado porque ninguna de ellas ha logrado alcanzar sus objetivos. Mientras Rusia se esforzaba, por más de siete décadas, en construir la sociedad igualitaria y el hombre nuevo, los países capitalistas de Europa occidental sacaban provecho de la industrialización y desarrollaban el derecho laboral y los planes de protección social para remediar las pésimas condiciones sociales de la época que impulsaron a Marx a concebir su teoría revolucionaria anticapitalista. Rusia estaría hoy en mejores condiciones económicas, políticas y sociales si en vez de elegir la revolución bolchevique hubiera seguido el camino de los países que escogieron el sistema democrático y liberal.

Los sistemas sociales pensados y diseñados a capricho, como el nazismo, el fascismo y el comunismo, rehusaron la democracia y conculcaron la libertad. Fracasaron porque se empeñaron en instaurar sistemas económicos, políticos y sociales extraídos de la cabeza y no de la realidad. En vez de seguir la corriente de los hechos históricos, moderando sus excesos y corrigiendo sus fallas, impusieron a sus pueblos sistemas regidos por estados totalitarios tutelados por líderes absolutos (Hitler, Stalin, Mao, Fidel, etc.) Los resultados fueron desastrosos.

El mejor resultado obtenido por los países capitalistas avanzados se debe a que el capitalismo es un sistema que nadie concibió previamente para luego ponerlo en práctica, sino que es el resultado aluvial de prácticas ancestrales de comercio y producción. Los elementos fundamentales del capitalismo, como el mercado, la moneda, el ahorro, el crédito, el interés, el salario, la ganancia, la propiedad, etc., existían ya en la más remota antigüedad. En Fenicia, Persia, Mesopotamia, Egipto, China, etc., siglos antes de nuestra era, esas prácticas eran comunes.

No podemos transformar el mundo a nuestro antojo, lo que no significa que no podamos cambiarlo gradualmente. Los sistemas sociales se transforman en forma permanente. Si no son alterados por revoluciones, catástrofes naturales, conquistas, invasiones, etc., van mejorando poco a poco. Como en la física, por la ley de acción y reacción, en lo social, todo cambio impuesto por la fuerza origina una reacción que violenta la paz y la tranquilidad, condiciones necesarias para el progreso de las sociedades.

Las revoluciones, por razones explicables, suelen producir logros a corto plazo, como sucedió en Rusia con el comunismo y en Alemania con el nazismo, pero tienen tantas contradicciones que no pueden mantener esa capacidad por mucho tiempo. A la larga fracasan dejando un vasto reguero de ruinas tras de sí. De la Revolución Francesa (1789) se dice que fue el motor de los cambios democráticos que se dieron en Europa occidental, pero sabemos que terminó en el Terror, el bonapartismo y la restauración borbónica. Doce años antes, esos beneficios fueron consagrados en la Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica (1777). Los países capitalistas escandinavos han logrado pacíficamente un socialismo democrático que hubiera agradado mucho a Marx.

En la Antigüedad existió la esclavitud, en la Edad Media el servilismo y al principio de la Edad Moderna la explotación de la mano de obra al inicio de la Revolución Industrial, pero todos esos sistemas injustos fueron superados por el desarrollo capitalista y el adelanto tecnológico que éste propició. La verdadera revolución del siglo XVIII fue la Revolución Industrial. De esa realidad estuvo consciente Marx y así lo manifestó en sus escritos. Por ello pensaba que el socialismo solo sería posible en los países capitalistas más desarrollados. Su error fue pensar que el comunismo podía sustituir al capitalismo y que el Estado podía hacerse cargo de la producción de bienes y servicios con la misma eficiencia que la empresa privada. Los ejemplos de la Unión Soviética, los países de Europa oriental, China, Cuba y otros países, demuestran fehacientemente que tal cosa no es posible.

 


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