“Triunfa el que elabora una táctica para conseguirlo, aprovecha su oportunidad, acepta sus debilidades y reconoce sus fortalezas”  Sun Tzu

La revolución bolivariana no se hizo dictadura de un día para otro. Fue escalando en su plan de dominación por al menos tres décadas, desde sus intentos de golpe fallidos en los noventa, hasta desembocar en el tóxico desagüe en el que ha devenido su gobierno de facto en pleno siglo XXI.

Propiciar su salida tampoco será cuestión de días. Eso, además, si partimos de la idea de un proceso de cambio perdurable y no uno que por desesperación resulte peor remedio que la enfermedad. Basta recordar las expresiones del pasado contra los gobiernos de Carlos Andrés Pérez y de Hugo Chávez. Siempre se puede caer más bajo en el foso.

No cabe duda de que la oposición política venezolana, actualmente encabezada por Juan Guaidó, se ha esforzado en trazar una hoja de ruta que garantice el cese de la usurpación. En lo que pudiera estar fallando es en la reiterada promesa de ponerle fecha cierta a la caída de Nicolás Maduro. Anunciar el regreso de la democracia para un día y hora determinados, creándole falsas expectativas a un pueblo hastiado de una gestión catastrófica, tiende a devolverse contra sus promotores como un afilado búmeran.

Entonces, sucede lo inevitable cuando no se tiene control real de las circunstancias: la euforia y el triunfalismo se diluyen en frustrantes fracasos. El gobierno sería derrotado luego del plebiscito del 16 de julio de 2017. O posterior al fraude electoral del 20 de mayo de 2018. O el día de la ilegítima toma de posesión del 10 de enero, o al momento de la anunciada entrada de la ayuda humanitaria el 23 de febrero, o en la “fase final” de la operación libertad del 30 de abril de 2019. O antes de que finalice 2019 con la activación del TIAR.

Estos hitos simbólicos pueden ayudar a movilizar durante un tiempo perentorio, aumentar seguidores en las redes sociales y encumbrar las encuestas, pero a mediano plazo queman liderazgos y desesperanzan a la gente. Apelar a la solución del Deus ex machina, un secreto milagroso o carta bajo la manga que solo conocen los jefes políticos y que ocurrirá en una fecha presagiada, ya no da resultados. No existen las soluciones mágicas y muchos de sus impulsores lo saben.

Hay que tener coraje para decir lo que no todos quieren escuchar por muy impopular que sea. Que sí, hay que mantenerse en la calle, activos en todos los tableros no violentos nacionales e internacionales, y que si bien hacerlo concluirá con el cese de la usurpación y la reconstrucción del país, hay que mentalizarse para una lucha larga, dolorosa e injusta. La resistencia cívica sostenida nos dará la victoria a los demócratas, bien sea en seis meses, en dos años o en cinco. Dependerá de múltiples factores, a veces impredecibles.

Aupar soluciones exprés sin una base sólida nos seguirá atascando en el absurdo ciclo de Sísifo y su inútil empeño de empujar cuesta arriba una roca que, justo antes de llegar a la cima, se devuelve hacia abajo. En la otra acera, la revolución ha jugado a la tortuga subestimada por la liebre y paso a paso, sin pausa pero sin prisa, ha alcanzado su meta de perpetuidad y control social. Cambiemos la jugada: de las semillas sembradas hoy recogeremos los frutos en su justo momento. Nunca antes de crecer el árbol.


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